Hacia un modelo modernizado de la policía para Gibraltar

En su columna periódica para el Olive Press, el que fuera editor del Gibraltar Chronicle, Franciso Oliva, reflexiona sobre el futuro del modelo policial en el Peñón.

Durante las diecinueve jornadas de la vista judicial, se aludió en numerosas ocasiones al término ‘modernización’, asociado invariablemente a una depreciación generalizada de los valores anticuados, y siempre en el contexto de cuál debiera ser la dirección a seguir por las fuerzas de seguridad gibraltareñas.

En su testimonio, Nick Pyle, exgobernador interino durante el interregno entre Ed Davis y David Steele, se erigió en abanderado de dicha causa, afirmando repetidamente la necesidad de un cambio en la cultura, la gestión y el estilo de liderazgo vigentes durante la era McGrail, presentándolo como la panacea para los males de la RGP.

En líneas generales, no fue muy complaciente con el excomisario, si bien más tarde reconoció que el proceso de su destitución no había sido perfecto.

Pyle, un diplomático de carrera exitoso y hasta entonces un ‘funcionario gris de Whitehall’ – figura ubicua aunque no demasiado bien considerada, grabada en la memoria y el folklore político local – no solo ‘se volvió nativo’, como cuenta la leyenda que hicieran predecesores notables como Bill Quantrill, sino que fue un paso más allá, obteniendo un puesto remunerado de alto nivel en la administración local al término de su periplo en La Convento.

Para un aficionado al golf como él, eso probablemente equivale a hacer un hole in one.

No obstante, resultó una afirmación cuanto menos desconcertante al cotejarla con lo expresado por Richard Ullger, uno de los dos expertos policiales profesionales que desfilaron por el estrado.

El que fuera comisario declaró que existía una diferencia de estilo de liderazgo entre él y McGrail, mas ello no implicaba que uno fuera mejor o peor que el otro. Vaya, un verdadero intercambio de roles entre el diplomático y el policía.

LA MODERNIDAD NO ES TAN MODERNA

La modernización es uno de esos términos ambiguos que a menudo se esgrimen como si estuvieran investidos de una apariencia de confiabilidad, ambición noble y un deslumbrante crédito progresista, pero que, sin el contexto y los antecedentes apropiados – e incluso con ellos, como me propongo demostrar – pueden derivar en algo completamente carente de sentido, hueco y contraproducente.

Cabe señalar que, en términos históricos, la verdad es que la modernidad es un concepto bastante antiguo que coincide con el fin de la Edad Media en Europa y, de forma más notable para nuestra civilización, marca el fin de las Cruzadas y el inicio del Renacimiento y la era moderna en los siglos XV y XVI.

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Lo que habría sorprendido a cualquier observador imparcial son las fuentes de información incuestionables manejadas por el principal representante constitucional de la Corona británica, quien es la máxima autoridad del territorio junto con el Ministro Principal.

Uno ciertamente se siente tranquilizado ante tan impecable criterio para formarse una opinión razonada sobre supuestos casos de mala praxis en la RGP, cuando, por su propia admisión, la información de calidad fluye de fuentes tan fidedignas como los comentarios en el campo de golf, los rumores, las anécdotas, las redes sociales (sin duda, ‘Speak Freely’), los medios de comunicación, bares y restaurantes.

MISIÓN IMPOSIBLE UK

Cuando la capacidad operativa de un agente de policía se ve menoscabada por la burocracia, emasculada por la corrección política y degradada por imposiciones ideológicas y postureo virtuoso, la fuerza policial se convierte en cómplice involuntario de la continua degradación del concepto de autoridad que estamos presenciando en toda Europa.

Sería un error suponer que esto no está ya ocurriendo aquí en Gibraltar, como resultado de una letanía de estrategias policiales subóptimas – por no decir absolutamente deficientes, tomando prestada la expresión de Pyle – autoinfligidas, al seguir ciega y obedientemente la ruta progresista del Reino Unido hacia el borde del abismo.

Ese tipo de policía moderna deja mucho que desear, mientras que la ansiedad sentida por los comisarios en Gibraltar por ser populares entre los políticos o con el público es una receta para el desastre de proporciones Masterchef, y justo todo de lo que un modelo eficaz de aplicación de la ley no solo debería huir cien millas, sino preferiblemente un millón.

Que un comisario de policía sea impopular si está defendiendo el estado de derecho y manteniendo a Gibraltar seguro, y que no preste atención a las ocurrencias ideológicas del último Ministro de Justicia.

Quizás McGrail ha sido el único comisario, con independencia de los errores que pudiera haber cometido, que ha tenido la sensatez y claridad de ideas como para no distraerse indebidamente con el concurso de popularidad.

Sir Peter Openshaw sin duda elucidará sobre los fracasos y aciertos de todos los implicados y dará a cada cual lo que le corresponde; también sobre las complejidades de los límites y las líneas rojas.

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DEGRADACIÓN DE LA AUTORIDAD

Los factores físicos, sociales y geográficos que influyen en nuestro modelo policial no tienen nada que ver con la situación en el Reino Unido, y constituyen un conjunto específico de condiciones que requieren un plan a medida, adaptado a nuestras circunstancias.

Esperar aplicar directrices y preceptos que han sido implementados en Gran Bretaña como si pudieran trasladarse limpiamente a nuestra comunidad, a nuestra realidad particular, es miope y equivocado.

Y no es que haya conducido a resultados magníficos allí en la lucha contra el crimen, todo lo contrario, ha producido desenlaces desastrosos, con fuerzas policiales enteras, como la Policía del Gran Mánchester, teniendo que entrar en medidas especiales por graves deficiencias, bajas tasas de resolución de casos, y fallos en el registro de un estimado de 80.000 delitos.

Hoy vemos fuerzas policiales en el Reino Unido y otros lugares que se ven obligadas en muchos casos a abrazar la modernización, y cómo el efecto neto de ese enfoque deja mucho que desear en términos de lo que el público en general quiere y espera de su policía.

Hemos visto bandas criminales operando con impunidad en las calles de Londres, tasas de criminalidad alarmantes, ocasiones en que extremistas políticos han amenazado a diputados y llevado a cabo protestas, a veces violentas, mientras las autoridades, impotentes, se ven forzadas a suspender los sistemas de transporte público en la capital porque no pueden garantizar la seguridad de los ciudadanos, incomodando y perturbando al público en sus quehaceres diarios legítimos.

Gran Bretaña es el espejo en el que nos miramos para vislumbrar cómo podríamos ser dentro de cinco años, y nuestras propias autoridades están obligadas a impedir que bajemos por la misma pendiente resbaladiza.

Toda la evidencia empírica disponible sugiere que la ‘modernidad’ simplemente contribuye a la degradación de un concepto de autoridad ya seriamente debilitado en las sociedades democráticas, que ha sido socavado hasta el punto de la humillación.

COOKE Y WATSON, UN DESTELLO DE ESPERANZA

Con un repunte de delitos graves – cualquiera que visite Londres con regularidad puede dar fe de ello – hay una clamor popular que exige un modelo policial más robusto y calles más seguras.

También un creciente cuerpo de opinión crítico con las desalentadoras tasas de imputación por muchos tipos de delito, según denunciado por los líderes policiales más francos, y que no se ve apaciguado por un énfasis misplaced en los llamados ‘delitos de habla’ (el infame incidente de odio no delictivo, cuyos equivalentes se espera que nunca vean la luz en Gibraltar), por encima de delitos graves que amenazan vidas, alimentando el temor de que la balanza de la justicia parece haberse inclinado catastróficamente hacia el lado equivocado.

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Resultaba por ello refrescante que comisarios de la vieja escuela del Reino Unido de la talla de Andy Cooke, exjefe de la Policía de Merseyside y actual Inspector Jefe de Constabulary, declarara en 2022 que la policía debería estar "derribando más puertas para atrapar criminales y dedicando menos tiempo a labores de relaciones públicas".

Cooke abogó por que la policía recuperara "un filo" para ganar ventaja frente al crimen, reevaluando las prioridades críticas de la aplicación de la ley, ya que se dedica demasiado tiempo a tratar problemas de salud mental y a perseguir a niños que hacen novillos.

Ahí, en pocas palabras, tenemos el fallido modelo policial modernizado al que nos dirigimos, a menos que prevalezca el sentido común instintivo y la vasta experiencia mundana luchando contra la criminalidad sobre el terreno de policías como Cooke.

En la misma línea, Steven Watson, el jefe de policía anti-woke nombrado para liderar la fracasada Policía del Gran Mánchester, ha logrado reconducirla no con plañideras platitudes modernizadoras, sino con una marca de policía enérgica basada en la disciplina, que incluso el alcalde laborista Andy Burnham ha reconocido como efectiva.

¿La receta? Investigar cada robo, poner agentes patrullando las calles y actuar contra el crimen grave con "auténtica ferocidad".

También acaparó titulares al rechazar lucir distintivos rainbow en los uniformes y no ‘ponerse de rodillas’ (taking the knee) como otros jefes policiales.

Watson proporcionó el modelo a seguir en todo el Reino Unido y también en Gibraltar, si somos capaces de desprendernos de la doctrina de la modernidad que resulta tan ineficaz para la labor policial y tan dañina para la sociedad.

Cualquiera de estos dos hombres de acción, y también de considerable reflexión, u otros de mentalidad idéntica, habrían contado con mi apoyo incondicional para tomar las riendas de la RGP tras la jubilación de Ullger, para desideologizar el cuerpo, retornar al camino recto y poner la casa en orden ante los muchos y evidentes desafíos que se avecinan.

Tal y como están las cosas, seguimos a la espera de que el nuevo comisario de policía, Owain Richards, muestre su verdadero color.