El elefante, con un peso aproximado de seis toneladas, es el animal más grande de la Tierra. Aun así, este ser tan admirado destaca por su naturaleza excepcionalmente dulce y protectora.
Las bestias grandes no tienen por qué ser brutales.
Recientemente leí un artículo que explicaba cómo transportan un elefante adulto en avión desde India hasta Estados Unidos. El animal permanece de pie dentro de una enorme jaula. Si este coloso decidiera moverse bruscamente, afectaría gravemente el equilibrio del avión. La solución que han ideado los cuidadores a lo largo de los años es llenar el suelo de la jaula con pollitos correteando.
El elefante encarna todo lo bueno: empatía, amabilidad, razón y templanza. Durante todo el vuelo, este majestuoso animal permanece completamente inmóvil, sin osar moverse para no pisar ni un solo pollito. ¡La criatura más fuerte no se mueve por temor a dañar a la más frágil!
Las ballenas azules suelen llamarse “gigantes gentiles del océano”. Al igual que el elefante, a pesar de su tamaño descomunal, este mamífero se caracteriza por su comportamiento tranquilo, dócil y amistoso. A menudo se acercan a barcos e interactúan con humanos de manera pacífica.
Lamentablemente, los humanos no han correspondido con la misma amistad ni a ballenas ni a elefantes… pero esa es otra historia.
También existen gigantes gentiles entre los humanos, y todos hemos tenido el placer de ver cómo existen y coexisten sin depender de la fuerza física para sobrevivir.
Luego están los otros “grandes”: aquellos que creen que “el poder hace el derecho” y que los fuertes pueden tomar todo lo que quieran de los más débiles. Veamos dos ejemplos de este contraste entre humanidad y amenaza.
Abraham Lincoln, con sus 1,93 metros, fue el presidente más alto de EE.UU. Sin embargo, este gigante gentil destacó por su bondad, compasión y capacidad de perdón. Lincoln era firme cuando era necesario, pero se le recuerda especialmente por su humildad y su conexión con personas de todas las clases sociales.
El segundo presidente más alto de EE.UU., con 1,90 metros, es el actual: Donald John Trump. ¿Cuántas de las cualidades atribuidas a Lincoln aplican al presidente actual? Ya me lo imaginaba… Pongámoslo así: ¿confiarías en que cuidase de tus pollitos en el Despacho Oval?
El matón del colegio siempre es grandote y se sale con la suya porque los demás niños temen enfrentarse a su agresividad.
En el deporte, el tamaño sigue siendo ventaja. Como decía Joe Louis: “un buen grande siempre vencerá a un buen pequeño”. Pero en otros ámbitos, la vida trata a grandes y pequeños por igual, y aprendemos que la fuerza rara vez supera a la inteligencia. Más grande no siempre es mejor.
Los verdaderamente peligrosos son esos matones que, protegidos por conexiones, dinero o un sentido de privilegio incurable, nunca escuchan un “no”. Cuando individuos como Trump llegan al poder, causan estragos, porque su filosofía se basa en abusar del más débil.
Ser grande no es solo cuestión de tamaño físico. Los mayores brutos hoy son quienes ejercen poder mediante riqueza e influencia política. “El poder hace el derecho”, ya sea invadiendo países o aprovechándose de los débiles.
Afortunadamente, también hay muchos gigantes gentiles. Hombres y mujeres que, como el elefante o Lincoln, se niegan a pisotear a los oprimidos. Ellos son nuestra esperanza. De hecho, hay más gigantes bondadosos que tiranos.
El padre Frank Monks, un gigante gentil en quien cualquiera confiaría sus pollitos, pregunta: “¿cuánta gente malvada conoces?”. Pocos, diría él… Intentemos ser como el elefante y recordar que las bestias grandes no tienen por qué ser brutales. Hay un poder distinto en la gentileza: ejercer fuerza manteniendo compasión por ti y por los demás.
No olvides:
El carácter no se compra, negocia, hereda, alquila ni importa. Debe cultivarse.
*Nota: Agradezco al agudo Pat McGrath por corregirme un error en una columna reciente. Fue en 1954, no 1949, cuando Peter McDermott lideró a Meath hacia la victoria. ¡En este rincón no se pasa nada por alto!
Gracias, Pat…
