Fútbol del Viernes Noche: El Mallorca visita Oviedo

Tras una semana en la que probé un nuevo plato en mi restaurante de curry preferido de Santa Catalina —se llama Chicken Tarka, como un Chicken Tikka, ¡pero un poco más nutria!—, el Real Mallorca se desplaza a Asturias para enfrentarse este viernes 5 de diciembre a las 21 h al colista de La Liga, el Oviedo. El hecho de que el Oviedo ocupe el último puesto y solo haya ganado un partido en casa toda la temporada no debería influir en el resultado. El Mallorca es tan impredecible en estos momentos que el desenlace es una incógnita. Al llegar a la jornada 15, los insulares se sitúan en decimoquinta posición, a un solo punto por encima del descenso.

Nuestros números actuales guardan un parecido notable con los de las dos últimas ocasiones en que bajamos de categoría. En la temporada 2012/13 llevábamos un punto más en esta fase, con cuatro victorias, dos empates y ocho derrotas. No logramos revertir la dinámica y terminamos descendiendo. Más recientemente, en 2019/20, con Vicente Moreno como entrenador, a principios de diciembre teníamos los mismos puntos (13) y estadísticas similares a las de ahora: tres triunfos, cuatro tablas y siete pérdidas, aunque con una mejor diferencia de goles, y de nuevo caímos.

El Mallorca debe centrarse ahora en sumar la mayor cantidad posible de los nueve puntos que quedan hasta final de año. En teoría, el calendario es relativamente asequible: dos equipos recién ascendidos —el Oviedo esta noche y el Elche (en Palma el sábado 13 a las 16:15)— y el último partido fuera de casa del año ante un Valencia también en apuros, de nuevo un viernes (día 19) a las 21 h.

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Solo hay un lugar en el fútbol español donde la afición no está tranquila a diez minutos del final con su equipo ganando 2-0: ¡Son Moix! El pasado sábado, dos goles de Muriqi en cinco minutos —fruto de dos grandes jugadas de Virgili, un penalti y un pase al hueco— le dieron al Mallorca tres puntos vitales, o eso creíamos. Entonces, el equipo recurrió a sus habituales malas artes.

Dejamos de jugar como lo habíamos hecho para ponernos por delante y nos replegamos, invitando a la presión rival. La mejor manera de mantener una ventaja es seguir dominando el juego e intentar marcar un tercer gol que habría sentenciado el encuentro. Lo que no debería ocurrir es lo sucedido cerca del final el sábado, en el minuto 81. El entrenador Arrasate decidió sacar a Virgili, nuestro jugador más decisivo, y a Sergi Darder, que empezaba a imponer su autoridad en el centro del campo.

Un minuto después, el Osasuna olió sangre y marcó de un falta mal defendida. Luego fue a por el cuello de un Real Mallorca tembloroso y anotó otro. Lo peor del empate 2-2 fue que la afición lo veía venir. El Osasuna —con el peor registro visitante de La Liga— avanzó en bloque mientras nosotros nos atrincherabos en nuestro campo. Regalamos dos puntos al encajar dos goles en los últimos diez minutos. El entrenador justificó después el cambio de Virgili alegando cansancio. De pronto, el Osasuna se vio liberado de tener que marcar a nuestro “hombre sorpresa”.

Los suplentes del Mallorca simplemente no están al nivel requerido por La Liga. Virgili no tiene recambio y el banquillo no ofrece alternativas. Está claro que el Mallorca no rinde al nivel esperado y el entrenador Arrasate debe asumir gran parte de la culpa. Los problemas del equipo palmesano en el terreno de juego no entraban en los planes de esta temporada, agravados por un mercado de verano deficiente que ahora pasa factura.

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La semana pasada escribí sobre la disminución de público en los partidos. Ante el Osasuna, la cifra fue lamentable: 15.457 espectadores. Da igual el día, la hora, que llueva o hagan 38° a la sombra. Algo no funciona cuando el club pregona tener más de 23.000 socios y en cada partido quedan unos 10.000 asientos vacíos.

Cierto que hay gente que trabaja los sábados por la tarde, pero esa no es la razón. ¿De qué sirve pagar el abono en agosto y luego decidir no acercarse a Son Moix, incluso cuando el Real Mallorca necesita el apoyo masivo de su afición? No hay nada más desalentador que ver las imágenes en televisión y descubrir amplias zonas de asientos rojos vacíos.

Y PARA TERMINAR, el día que construí un muñeco de nieve. A las 8:00 h, hice un muñeco de nieve. A las 8:10, pasó una feminista y preguntó por qué no había hecho una mujer de nieve. A las 8:15, hice una mujer de nieve. A las 8:17, mi vecina feminista se quejó del pecho voluptuoso de la figura, diciendo que objetivaba a todas las mujeres de nieve. A las 8:22, una persona transgénero preguntó por qué no había hecho directamente une persone de nieve con piezas desmontables.

A las 8:25, los veganos del final de la calle protestaron por la nariz de zanahoria, argumentando que las verduras son alimento, no un adorno para figuras nevadas. A las 8:28, me tacharon de racista porque la pareja de nieve era blanca. A las 8:31, el señor de mediana edad de origen oriental que vive enfrente exigió que se cubriera a la mujer de nieve.

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A las 8:40, llegó la policía diciendo que alguien se había sentido ofendido. A las 8:42, mi vecina feminista volvió a quejarse de que había que quitar la escoba a la mujer de nieve porque representaba a la mujer en un rol doméstico. A las 8:43, apareció la responsable de igualdad del ayuntamiento y me amenazó con el desahucio. A las 8:45, llegaron los equipos de televisión y me preguntaron si sabía la diferencia entre un muñeco y una mujer de nieve. Respondí “bolas de nieve” y ahora me llaman machista.

A las 9:00, salí en las noticias como presunto terrorista, racista, homófobo y ofensor de sensibilidades, empeñado en crear disturbios en tiempos difíciles. A las 9:10, tras preguntarme si tenía cómplices, Servicios Sociales se llevó a mis hijos. A las 9:29, manifestantes de extrema izquierda ofendidos por todo marcharon por la calle exigiendo mi detención. Al mediodía, todo se había derretido. Moraleja: esta historia no tiene moraleja. ¡Todo ocurrió por culpa de los copos de nieve!

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