En avión y barco, a pie y en un popemóvil eléctrico, el Papa Francisco viajó año tras año de su papado, alcanzando decenas de países en cinco continentes.
Su primer viaje oficial fuera de Roma fue en 2013 a Lampedusa, una isla mediterránea diminuta que se había convertido en una puerta de entrada para los migrantes. Poco tiempo después, voló a las montañas de Bolivia y cabalgó por las calles de Filadelfia y Nueva York. Visitó Mosul, una ciudad iraquí arruinada por la guerra, se reunió con multitudes en Sudán del Sur, el país más nuevo del mundo, y recorrió Asia y el Pacífico, con paradas en Mongolia, Indonesia y Papúa Nueva Guinea.
A medida que su salud se debilitaba en los meses previos a su muerte, sus movimientos se volvían cada vez más restringidos a un círculo cada vez más pequeño, con su humilde residencia en una casa de huéspedes del Vaticano en su centro. Después de su muerte el 21 de abril, los funcionarios del Vaticano se apresuraron a preparar su cuerpo para un último viaje: un cortejo fúnebre a la iglesia donde será enterrado como el 266º papa.