Experimental, sensual y político: D’Angelo redibujó los límites de la música soul

A mediados de los años 90, el baterista de The Roots, Questlove, recibió una propuesta para trabajar en el primer álbum de un nuevo cantante de soul. Rechazó la oferta de inmediato: “Yo estaba como, ehhh, cantantes de soul en los 90 – lo que sea,” recordó después. “No voy a hacer esto. Nada del canto soul me había conmovido, de ninguna propuesta de los 90, de la misma manera que lo hicieron Otis Redding, Stevie Wonder o Lou Rawls.”

Un año después, con el álbum debut de D’Angelo, Brown Sugar, ya en las tiendas, Questlove había reconsiderado su opinión radicalmente: cuando vio al cantante en el público en un concierto de los Roots, “arruinó y descarriló todo el show” al tocar de repente “un redoble de batería poco conocido de Prince” en un intento (exitozo) de atraer su atención. “La única persona que me importaba esa noche en la sala era D’Angelo,” admitió.

Funcionó: la pareja se convirtió en colaboradores, formando el colectivo musical Soulquarians con el productor y DJ J Dilla justo a tiempo para el segundo álbum de D’Angelo, Voodoo. Pero también es una historia que te dice mucho sobre el impacto revolucionario que tuvo Brown Sugar.

No era solo que el álbum debut de D’Angelo fuera aclamado por la crítica y exitoso comercialmente (consiguió un disco de platino en EE.UU.). Es que él solo marcó el comienzo de una nueva era y un subgénero musical: el término “neo-soul” fue literalmente inventado para él, como una herramienta de marketing. Con el tiempo, “neo-soul” llegó a significar música que sigue ciegamente recreando el pasado, pero ese no era para nada el objetivo de Brown Sugar. Ciertamente hubo equipo vintage involucrado en su creación, una versión de Smokey Robinson entre sus canciones, y un distintuto toque de Donny Hathaway y Al Green en los vocales falsetes de D’Angelo: había pistas de jazz, gospel y blues en su sonido. Pero Brown Sugar no era simplemente un homenaje, sino un producto de su era, la obra de un artista al que le importaba tanto el hip-hop como la historia de la música Black, que adoraba a Prince y – como compositor, productor y multiinstrumentista – se modeló a sí mismo según el enfoque de autor de su ídolo.

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Lleno de canciones fantásticas y vocales suaves pero emotivos, los resultados no sonaban como nada de 1995. Pero como resultó, Brown Sugar era solo el sonido de D’Angelo empezando. Su progreso nunca fue fluido – a lo largo de su posterior carrera, sufrió bloqueos de escritor, dudas paralizantes sobre cómo se comercializaba su música y problemas con la adicción a las drogas y el alcohol, lo que significó que sus lanzamientos fueran infrecuentes – pero aun así fue progreso: sus dos álbumes posteriores ofrecieron pruebas sorprendentes de su desarrollo musical.

Voodoo, de 2000, tardó cuatro años en hacerse y fue más experimental y desafiante que su innovador debut, evitando estructuras de canción estándar por un enfoque más libre que exigía al oyente que se entregara a su flujo y reflujo. También era notablemente más oscuro en tono, sus himnos al éxtasis carnal – más obviamente el sencillo influenciado por Prince Untitled (How Does It Feel) – y sus estallidos de funk tenso y escaso, se equilibraban con reflexiones problemáticas sobre la masculinidad Black y momentos que sonaban completamente abatidos: “Siento que mi alma está vacía, mi sangre está fría y no puedo sentir mis piernas,” cantaba D’Angelo en The Root, “Necesito que alguien me abrace, que me traiga de vuelta a la vida antes de que esté muerto.” Abarcaba una gran cantidad de terreno tanto emocional como musicalmente, pero de algún modo se mantenía perfectamente unido. No había que estar de acuerdo con el crítico de jazz que lo comparó emocionado con Kind of Blue de Miles Davis y Giant Steps de John Coltrane para pensar que sonaba como una obra maestra.

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El silencio que siguió (inicialmente espoleado en parte por la inquietud de D’Angelo por su estatus de símbolo sexual, otorgado por el video de Untitled, en el que aparecía desnudo) fue finalmente roto por Black Messiah en 2014: el retraso en su llegada llevó a Questlove a sugerir que era la versión “negra” del notorio álbum “perdido” de los Beach Boys, Smile. Era comprensible que la expectación ante su lanzamiento fuera alta; increíblemente, Black Messiah no defraudó. A pesar de su larga gestación, parecía encajar perfectamente con tiempos cada vez más turbulentos: lanzado poco después de que el disparo mortal de la policía al joven negro Michael Brown llevara a disturbios en Missouri, sus letras trataban sobre violencia armada y racismo sistémico. Su sonido crudo, denso y de avant-soul cambiaba impredeciblemente de furioso a onírico: se podían escuchar rastros del legendario álbum de 1971 de Sly and the Family Stone, There’s a Riot Goin’ On, actualizado para una nueva era. Fue excelente.

También fue el último álbum que haría D’Angelo, aunque apareció un sencillo, Unshaken, en 2019. Hasta el año pasado, cuando D’Angelo apareció junto a Jay-Z en la banda sonora de la comedia-drama The Book of Clarence, se hablaba de un próximo trabajo: su colaborador de siempre, Raphael Saadiq, dijo a periodistas que estaba trabajando en un nuevo álbum. Si esa música llegará a aparecer ahora es algo que está por verse.

Se podría, si uno quiere, ver la carrera de D’Angelo como frustrantemente dispersa: ciertamente hubiera sido agradable si hubiera lanzado más música. Pero, por otra parte, deja un catálogo perfecto: solo tres álbumes en 30 años, pero todos de una calidad extraordinariamente alta. Era un dilema que Questlove resumió muy bien cuando le preguntaron por D’Angelo en la larga y sombría brecha entre Voodoo y Black Messiah. “Lo considero un genio más allá de las palabras,” dijo. “Al mismo tiempo, me digo a mí mismo: ¿cómo puedo gritar el genio de alguien si apenas tiene trabajo que mostrar? Por otra parte, el último trabajo que hizo fue tan poderoso que ha durado 10 años.” La música que D’Angelo sí lanzó, en última instancia, durará mucho más que eso.

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