Esperanza, miedo y rabia en las familias que esperan el fin de la guerra

Sally Nabil
BBC World Service

Reportando desde las montañas de Qandil, Irak (MUSTAFA OZER/AFP via Getty Images)

Cuando el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), considerado ilegal, anunció el mes pasado que se disolvería y pondría fin a su insurgencia de décadas contra Turquía, Leila esperaba poder reunirse pronto con su hijo.

Hace tres años, su hijo, antes vendedor de sándwiches, se unió al grupo —clasificado como terrorista por Turquía, EE.UU., Reino Unido y la UE— en las remotas montañas de Qandil, cerca de la frontera de Irak con Irán. Aparte de dos vídeos que envió, el último en marzo, Leila no lo ha vuelto a ver.

"Al escuchar el anuncio, me alegré mucho", dice Leila (nombre cambiado por seguridad). "Pero con el tiempo, nada ha cambiado."

Durante 40 años, el PKK ha librado una guerra con Turquía que ha dejado más de 40.000 muertos, muchos civiles. Algunas familias condenaron al PKK, mientras otras hablaron con orgullo de familiares que murieron luchando por el grupo, creyendo que su sacrificio abrió el camino a la paz.

El anuncio del PKK se vio como un momento histórico, pero aún no hay un proceso de paz formal con Turquía ni un alto al fuego, y se reportan bajas en ambos bandos.

Creado para luchar por un Kurdistán independiente en Turquía, el PKK luego exigió autonomía cultural y política. Leila, residente en la región kurda semiautónoma de Irak, no conocía al PKK hasta que su hijo —un kurdo iraquí de veintitantos— empezó a hablar de sus ideales. Ella lo acusa de "lavarle el cerebro", convenciéndolo de defender a los kurdos en Turquía, Irak, Siria e Irán.

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Leila recuerda que su hijo se volvió más independiente antes de irse: hacía su cama y lavaba su ropa. "Lo preparaban para la vida dura en las montañas", dice. Un día, llegó con tres "camaradas" y anunció que iría a entrenarse seis meses. "Discutir con él no servía de nada".

Desde entonces, Leila visita Qandil con la esperanza de verlo, sin éxito. "Con que me dejaran verlo una vez al año, sería feliz".

Viajar a Qandil —bastión del PKK— lleva horas por caminos estrechos y accidentados. El PKK permitió al BBC filmar allí, pero al llegar a un puesto de control, negaron el acceso. Autoridades del PKK dijeron que hay conversaciones en curso y no quieren atención mediática.

Las condiciones de un posible acuerdo de paz son desconocidas. El PKK insiste en la liberación de su líder, Abdullah Öcalan, preso desde 1999. "La pelota está en el campo de Turquía", dijo un portavoz. Sin embargo, un comandante local afirmó que el desarme "no se discute".

El presidente Erdogan llamó al anuncio del PKK un paso hacia "una Turquía sin terrorismo". Pero algunos lo ven como una estrategia para ganar apoyo kurdo y extender su mandato.

Para familias como la de Rondek Takoor, cuyo hermano murió luchando por el PKK, el fin del conflicto es agridulce. "Fue un sacrificio que abrió el camino a la paz", dice ella.

Quedan dudas sobre el futuro de los combatientes: ¿serán reintegrados o procesados? Turquía no ha aclarado su postura, aunque medios sugieren que algunos podrían volver sin consecuencias.

En Siria, las Unidades de Protección Popular (YPG), aliadas del PKK pero independientes según ellas, dicen que su desarme no está en discusión. Erdogan exige que la disolución incluya a todos sus "brazos".

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Para Leila, la política no importa. Solo quiere a su hijo de vuelta: "Regresará cuando no aguante más la vida en las montañas". Si eso pasa, dejará su ciudad. "Este lugar solo me ha dado dolor".