Entre la Presencia y la Ausencia: Los Mundos Vitales de Yula Kim

Encontrar la obra de Yula es como entrar en un sueño justo antes de despertar, cuando las formas se desdibujan, los significados parpadean y la presencia flota al borde de convertirse en algo más. Sus lienzos vibran con vida, no en declaraciones obvias, sino en murmullos y fragmentos: un ala fuera del cuadro, el susurro de plumas perdidas en el tiempo, una flor azul que podría ser llama, flor o recuerdo.

Esto es pintura como invocación. Con óleo, pigmentos naturales y texturas superpuestas, Yula no pinta lo que ve, sino lo que se escapa. Sus superficies llevan el peso de lo visto y lo olvidado, donde el color se mueve como el aliento y el silencio interrumpe la composición como una pregunta sin respuesta. Entre la abstracción y la figuración, su obra habita en el intermedio: no indecisa, sino deliberadamente sin resolver.

En la obra de Yula, los pájaros aparecen no como especímenes, sino como fantasmas, alter egos o veletas del cambio. Su presencia no es casual. En 2017, durante una estancia en Hawái, Yula se paró frente a un manto hawaiano de plumas, un ‘ahu ‘ula radiante hecho de plumaje rojo y amarillo. Fue un momento de revelación silenciosa. El manto tenía una carga sagrada, pero también reflejaba una pérdida más allá del lenguaje. Ahí, el arte, la ecología y la memoria cultural convergieron para ella, y esa unión se volvió el corazón de su práctica.

Años después, sus estudios en el Royal College of Art y University College London profundizaron esta búsqueda. El lenguaje visual de Yula se afiló no solo en el estudio, sino en trabajo de campo: horas calladas en sótanos de museos, examinando aves en peligro o extintas en colecciones de taxidermia, desde Reino Unido hasta Estados Unidos. Las estudió no solo como formas, sino como símbolos de fragilidad, respeto, legado colonial y borrado ecológico.

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Sus colaboraciones con la Zoological Society of London (ZSL), donde participó en investigaciones curatoriales y educativas como parte de una pasantía, añadieron otra capa: lo científico. Allí, estudió cómo el orden curatorial de los animales y la disposición de exhibiciones influyen en el aprendizaje. El arte no se separó de la zoología o la filosofía, sino que se convirtió en puente entre disciplinas. El resultado es una obra tan informada como intuitiva, arraigada en lo académico pero vibrante de sensación.

En *The One: A Vast Blue Bloom and Birds Never Seen* (2025), una flor azul eléctrico late en el centro; sus pinceladas en abanico crean una forma que parece floral y planetaria. La pintura es meditativa, cada trazo atrapa luz y rompe sombras. Alrededor, círculos y pétalos difusos oscilan entre lo abstracto y lo orgánico. La pintura varía: algunas zonas raspadas, otras brillantes con empaste.

Un pájaro oscuro entra desde abajo, con bordes plumosos, casi sin alterar el ritmo. Parece en pausa: ¿llega o se va? Yula difumina movimiento y quietud, visibilidad y memoria. No es un cuadro que pida ser entendido, sino sentido en la tensión entre belleza y pérdida.

En *Bio-Synthetic Symphony* (2025), el lienzo estalla en coro. Flores rojas, amarillas, naranjas y azul noche avanzan en todas direcciones, con pinceladas radiales que imitan pétalos y repetición obsesiva. La superficie vibra, con texturas gruesas en algunas áreas, suaves en otras, como si estuviera viva, creciendo sin control.

Entre esta abundancia, surge el pájaro ʻōʻō extinto, pero solo en parte, como si el tiempo lo hubiera consumido. Pintado en tonos profundos, su presencia es reverente y contenida. Yula no lo separa del entorno: ave y flores se mezclan, como si naturaleza, memoria y extinción fueran parte del mismo florecer imparable. El resultado celebra la vida en su esplendor y fragilidad.

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*Phantom Reverie* (2024), pintado antes que las obras anteriores, parece el principio del fin. Aquí, el pájaro ya no es esquivo. Aparece completo, encerrado en un cuadrado rosa rígido, como esperando clasificación. Listo para ser archivado, no para volar. Las flores que lo rodeaban se desvanecen bajo las rejillas rosas. Pero la pintura no está quieta: la textura es gruesa, inquieta. Pétalos y hojas intentan escapar del marco. Es una lucha silenciosa entre contención y vitalidad, entre documentación y vida. Hay violencia en esa quietud: un ser atrapado para ser observado, mientras su mundo lucha por liberarse. La textura se vuelve metáfora, la vida presionando contra los límites del orden.

Estas obras confían en que la belleza y el duelo pueden compartir la misma piel, que mirar aún tiene sentido. En un mundo que huye de la quietud, Yula insiste en ella. Nos pide pausa, no solución. Y en esa pausa, algo se mueve: suave como alas, agudo como memoria, vital como el aliento.

Yula nos invita a mirar, no solo con los ojos, sino con algo más lento, más antiguo. Con atención. Con cuidado. Estas obras no ofrecen una respuesta.