Entre la distopía, la depresión y la redención en Gibraltar, escribe F. Oliva.

En su tercera columna de una nueva serie para el Olive Press, el ex editor de noticias del Gibraltar Chronicle, Francisco Oliva, ofrece su impresión personal de la investigación McGrail.

La élite gobernante de Gibraltar ha quedado bajo el implacable foco del escrutinio público durante lo que ha constituido una exposición de altísimo nivel, refrescante e incalculable, del juego de poder entre los principales actores estatales.

Tras las maratonianas sesiones de testimonio oral del año pasado (y algo de este), la admirable disciplina y lógica formal, el interrogatorio sistemático de los participantes clave y la tensión mayormente sublimada entre las partes, hubo momentos en los que la contenida civilidad, reminiscente de una serie judicial de televisión, se quebró irremediablemente.

Tres momentos extraordinarios de pathos natural y espontáneo, que trasminaron la estratificada corrección de los procedimientos pulcros y los intercambios comedidos, destacan para mí.

Estos involucraron a las dos figuras clave de la investigación: el protagonista central, Ian McGrail; su antagonista, James Levy; y, numéricamente para este artículo, el tercer hombre –no en el sentido de Graham Greene, evidentemente–, su sucesor y ex comisionado Richard Ullger.

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Ian McGrail, centro, dirigiéndose a la Biblioteca Garrison para la investigación.

MCGRAIL

Conocer bien a McGrail, privilegio que tuve al servir como oficial de prensa en New Mole durante su truncado mandato como comisionado de la RGP, me sitúa en una posición inmejorable para evaluar algunos de estos picos cruciales de emotividad.

Su historial como policía, su progresión desde el agente de patrollla en los años ochenta hasta la cima de la pirámide –incluyendo un curso de mando estratégico en el Colegio de Policía del Reino Unido y, muy impresionantemente, graduarse de la academia del FBI en Virginia, EE. UU.– hasta los eventos investigados por la pesquisa, es sobresaliente.

Ciertamente, es un hombre de acción, un activo policial incalculable en esta gris era donde la debilidad se presenta perversamente como virtud; pero afirmar que es menos hombre de reflexión, o “un torpe en una cacharrería”, como hizo el Procurador General, es inexacto e injusto.

Para mí, McGrail fue un personaje fuera de serie, el hombre que mejor ejemplificó mi idea de lo que debería ser la labor policial: la represión incansable e intransigente del crimen en todas sus formas perniciosas.

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Había algo heroico en él desde sus días en el Escuadrón Antidrogas, cuando los ladronzuelos, traficantes y toda clase de maleantes lo conocían como “el Ginger”, el poli con el que definitivamente sabían que no se podían meter.

Como periodista, uno transita tanto la escalera al cielo como la autopista al infierno en busca de información; es parte del oficio que conlleva la profesión, y uno recoge todo lo que puede en el camino.

El suyo es el tipo de ADN que, lamentablemente, ha sido filtrado y purgado por modelos de policía relentamente ideologizados que se distancian cada vez más del ciudadano.

Fue, por tanto, desgarrador y triste, también decepcionante dada la imagen casi mitológica que yo me había forjado, verlo quebrarse, al borde de las lágrimas si no francamente lloroso; que un hombre endurecido por 36 años en primera línea de la aplicación de la ley llegara a emocionarse así, aplastado por el sistema.

Quizá comprensible desde una perspectiva humana, tras enfrentar un calvario personal por falsas alegaciones de abuso sexual, y las maquinaciones torticeras de un puñado de ex policías turbios para derribarlo, luego arrestados y procesados como se recordó en las perturbadoras revelaciones de Ullger.

“Una jauría de lobos acosándome”, según dijo McGrail, admitiendo que su salud mental había corrido grave peligro.

Comprensible, pero decepcionante al fin y al cabo. Si él es reducido a ese estado, ¿qué esperanza hay para el resto de nosotros? Por supuesto, acepto plenamente que McGrail no tiene que estar a la altura de mis expectativas sobre él.

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James Levy

LEVY, EL GENERADOR DE PROSPERIDAD

Fue igualmente conmovedor cuando James Levy, director del bufete Hassans, posiblemente el hombre más poderoso de Gibraltar después de Picardo, descrito por este último como el “mayor generador de prosperidad” de la jurisdicción y actor clave en el éxito del centro financiero, confesó haber estado “en un mal lugar” y sentirse mentalmente angustiado tras la traumática experiencia y vergüenza de las órdenes de registro.

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Fue un recordatorio de la precariedad de la existencia, de cómo la vida de cualquiera puede volverse del revés en un instante, con o sin aviso.

Su testimonio candido también fue impactante desde el punto de vista de la empatía humana.

Los dos principales adversarios en la Operación Delhi, gigantes en sus respectivos campos, se mostraron vulnerables y desbordados, abatidos por circunstancias más allá de su control.

Levy, un hombre a menudo retratado como el kingmaker de la Roca, también reconoció que había sido su fe religiosa lo que le ayudó a seguir adelante con su vida mientras la policía investigaba sus negocios.

Él también pareció al borde de las lágrimas, pero recuperó la compostura para hacer una acusación estremecedora: que la investigación, “fundamentalmente defectuosa”, había sido dirigida por un competidor comercial de 36 North y no era de naturaleza criminal.

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LA IMPACTANTE REVELACIÓN DE ULLGER

Aún habría de llegar más sentimiento profundo y conmoción en este drama calpino de telerrealidad, cuando el ex jefe de la RGP Richard Ullger afirmó que había temido por la seguridad de su predecesor “también física”, y que podía pasarle algo.

También fue gratificante oírle dar la cara por McGrail, un camarada de armas en las trincheras contra el crimen a lo largo de sus carreras policiales, declarando que eran mejores amigos y cuán consternados estaban todos en New Mole por su partida súbita.

En los peligros cotidianos que enfrentan los agentes de la ley, cubrir la espalda de tu compañero es esencial y esto conduce a un vínculo, una hermandad, el tipo de valores que nunca aparecerán en ningún informe oficial.

Al igual que con Levy y McGrail, su semblante grave daba fe del alto costo psicológico que había pagado durante este lúgubre período.

En su haber, emerge consistentemente una imagen donde McGrail, cualesquiera que sean sus defectos, errores de juicio y omisiones –que tendrán que ser determinados por el presidente de la investigación–, siempre es visto como un policía que priorizaba la lucha contra el crimen en el centro de todo lo que hacía, por encima de estériles informes de la HMIC y la implementación de requisitos burocráticos, mientras se negaba a distraerse por disidencias internas totalmente inaceptables.

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Ningún ciudadano razonable podría reprocharle nada de eso.

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¿JOSEF K?

En la novela de Kafka ‘El Proceso’, el protagonista Josef K es arrestado un día sin previo aviso y arrojado a un sistema distópico de justicia que es inescrutable y opresivo, donde la presunción de culpabilidad es la norma.

La ley es depictada como un instrumento indescifrable y deshumanizador, sostenido por una burocracia opresiva y egoísta que deja al individuo impotente.

Pero el término kafkiano suele manejarse con una imprecisión despreocupada y sería demasiado fácil trazar paralelismos inadecuados.

Hubo momentos durante el contrainterrogatorio de testigos que evocaron parte del lenguaje del libro.

La compleja, casi esotérica jerga judicial; las técnicas tortuosas sobre proceso y procedimiento; el repetitivo recorrido del mismo terreno una y otra vez, aparentando detener el tiempo.

La desesperación de McGrail de que el mundo se le “derrumbaba” es reminiscente de la situación de Josef K, y el proceso disciplinario de la Autoridad Policial, donde al ex comisionado no se le permitió ver de qué se le disciplinaba, ni los detalles concretos de las alegaciones en su contra para poder responder, sí tuvo un desagradable matiz kafkiano.

En Kafka, la ley no es un conjunto de reglas para la resolución justa de conflictos, todo lo contrario, asfixia la justicia natural.

Josef K nunca sabe de qué se le acusa, se enfrenta a una máquina totalitaria que conduce a un túnel permanentemente oscuro que no ofrece tregua, ni posibilidad de luz al final, solo la muerte.

Somos afortunados de vivir en un territorio donde impera el estado de derecho, donde a McGrail se le ha dado una audiencia justa y ha podido presentar batalla con igualdad de armas.

No puede haber duda de que la investigación en sí es la loable antítesis de la pesadillesca prueba de Josef K.

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