El 15 de junio de 1977, el pueblo español acudió a las urnas.
En Reino Unido, Jim Callaghan era primer ministro y Lucille de Kenny Rogers lideraba las listas de éxitos.
El Manchester United acababa de ganar la FA Cup, derrotando al Liverpool en la final.
Pero lo que ocurría en España no era rutinario. Era algo especial.
El general Franco había fallecido un año y medio antes, poniendo fin a una dictadura de cuatro décadas. La democracia regresaba.
Eran las primeras elecciones libres desde 1936.
Nadie estaba seguro de cómo irían los comicios.
Catorce partidos políticos compitieron, muchos improvisados para la ocasión, pero había cuatro grandes grupos consolidados.
La AP (ahora extinta) era el partido franquista. Muchos pensaban que ganarían y que su líder, Manuel Fraga, sería presidente. En realidad, quedaron casi barridos, con solo 16 escaños.
El comunismo era una fuerza política relevante entonces, y el PCE contaba con muchos seguidores que habían luchado contra Franco en la Guerra Civil. Pero los votantes los rechazaron: obtubieron 20 escaños.
El actual Partido Laborista en España es el PSOE, y en 1977 tenía un líder joven y carismático, Felipe González. El PSOE rozó la victoria con 118 escaños, pero no fue suficiente.
La UCD obtuvo más escaños. Hoy ya no existe, pero era el partido "centrista" de la época. Su líder, Adolfo Suárez, era considerado el político más capaz de su generación.
La UCD logró 165 escaños y un tercio de los votos. A Suárez le faltaron 11 para alcanzar la mayoría absoluta.
Su primer reto fue redactar una constitución para gobernar el país.
Sabía que contaba con el apoyo del PSOE, pero surgió un problema: ¿qué hacer con catalanes y vascos?
Estos grupos llevaban tiempo reclamando su independencia—de hecho, su "separatismo" fue una de las causas de la Guerra Civil.
En los 70, la lucha se volvió violenta (justo cuando el IRA libraba su "lucha armada" contra Westminster en las Islas Británicas).
Franco había reprimido a catalanes y vascos con dureza, pero, sin él, era seguro que exigirían independencia.
Suárez sabía que no podía aceptar el separatismo.
Si estos grupos obtenían libertad, ¿por qué no Andalucía o Canarias?
No quería pasar a la historia como el hombre que desmontó España.
Su solución fue ingeniosa.
Dividió el país en 17 "comunidades autónomas", aprovechando lealtades locales para preservar la nación.
Bajo su plan, Cataluña y el País Vasco serían semiindependientes, igual que Madrid o Galicia.
Este sistema sigue vigente hoy.
Su gran atractivo fue traspasar competencias importantes a las nuevas comunidades. Andalucía, por ejemplo, gestiona su sanidad y educación.
Como incentivo, vascos y catalanes obtuvieron sus propias policías.
Si paseas por Barcelona, verás mossos d’esquadra, la policía catalana.
Funcionó. Las dos regiones con más riesgo de secesión decidieron quedarse.
Pero el éxito de Suárez tuvo un coste.
Imagina una mujer de 22 años, de Málaga, que se gradúa en medicina.
Quiere ser obstetra. Debe preparar oposiciones para optar a un puesto público.
Si se queda en Andalucía, bien. Pero si se muda a Badajoz por amor, sus oposiciones no valdrán.
Además, España tiene una larga tradición de chorizos: políticos corruptos que viven del dinero público. Más administración significó más oportunidades para ellos.
Aún así, como dijo Churchill, la democracia es el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás.
Aunque a veces sea caótica e incómoda, la mayoría—españoles y británicos—valoramos vivir en una sociedad libre.
