El punto ciego de los apagones en Europa

La infraestructura envejecida de la red eléctrica en Europa lucha por satisfacer las demandas energéticas de la transición verde. Crédito: Robert So de Pexels via Canva.com

Europa ha hecho promesas importantes sobre energía limpia, reducción de emisiones y mayor independencia. Los paneles solares están instalándose, los parques eólicos giran, pero hay un problema a la vista. Los cables que deberían transportar esta nueva energía no pueden seguir el ritmo de la demanda. La estructura básica que abastece la red eléctrica sigue obsoleta y con falta de fondos. Cuanta más energía genera el sistema, más necesita transportar.

A algunas fuentes renovables se les corta el suministro durante las horas de máxima producción, no por falta de necesidad, sino porque la red no puede manejar la carga. Al mismo tiempo, las centrales de combustibles fósiles más antiguas se mantienen en línea como respaldo, lo que añade complejidad a un sistema ya sobrecargado. Así, Europa está fallando en cumplir sus ambiciones, pero a un costo.

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Un déficit de 250 mil millones de euros — y quedándose atrás

En julio de 2025, los operadores de sistemas de transmisión de Europa advirtieron que el continente ha empezado a destinar 250 mil millones de euros para infraestructura de red de aquí a 2030, para seguir el ritmo de los planes de energía verde existentes.

La red europea de operadores de sistemas de transmisión eléctrica había calculado una necesidad de inversión de 584 mil millones de euros, pero solo se esperan 300 mil millones.

¿Por qué importa esto? No son los aerogeneradores ni los paneles solares los que hacen el trabajo pesado; son las líneas que transportan la energía entre fronteras, ciudades e industrias.

Muchas redes nacionales se construyeron en los 60 y 70, mucho antes de que las renovables fueran clave en la política energética.

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Los cuellos de botella en la transmisión están obligando a países como Alemania y España a reducir la energía verde, básicamente apagándola porque no hay adónde enviarla.

En Italia, varios proyectos eólicos marinos siguen en espera, no por oposición o preocupaciones ambientales, sino porque no hay capacidad en la red para conectarlos.

Esto se está convirtiendo en un fracaso sistémico, mientras Europa avanza en su transición energética y los legisladores impulsan una adopción más rápida de renovables. Sin embargo, las arterias del sistema —cables de alta tensión, subestaciones y conexiones transfronterizas— están luchando por mantenerse.

Bloqueado por políticas nacionales

El plan energético europeo depende de la conectividad, pero la realidad es que las políticas nacionales, regulaciones regionales y disputas locales tiran en direcciones opuestas.

Alemania lleva energía eólica del norte a fábricas y ciudades del sur, pero líneas clave como el SuedLink llevan más de una década de retraso. Tanto agricultores como residentes en Baviera se oponen a los cables aéreos y exigen alternativas subterráneas más caras, lo que retrasaría su finalización hasta 2028 como mínimo.

Mientras tanto, Alemania desperdicia un 5% de su energía eólica anual porque la red no puede transportarla.

Francia enfrenta otro problema: su flota nuclear envejecida es clave en su mix energético, pero la red actual no ha seguido el ritmo. Cuando el reactor EPR de Flamanville entre en funcionamiento, puede que no haya líneas de alta capacidad para distribuir esa energía por el país.

Un informe de 2023 de RTE, el operador francés, advirtió que, a menos que se aceleren las mejoras, la congestión afectará tanto al suministro como a las exportaciones.

En España hay una desconexión entre la ambición y la ejecución del gobierno, que aspira a ser una potencia renovable e incluso exportar energía al norte de Europa y África.

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Sin embargo, los retrasos en el cable verde a Marruecos —una interconexión de 400 KV aprobada en 2019— muestran cómo los obstáculos geopolíticos y administrativos pueden dejar la infraestructura en el papel.

Incluso en el Reino Unido, fuera de la UE pero vinculado a sus mercados energéticos, proyectos como el Eastern Green Link —un cable submarino para llevar energía eólica escocesa a Inglaterra— enfrentan retrasos, sobrecostos y problemas de cadena de suministro.

El precio del estancamiento

No hace falta ser ingeniero para entender qué pasa cuando una red no puede seguir el ritmo. La UE debe invertir al menos 584 mil millones de euros en electricidad para 2030. Pero según estimaciones de ENTSO-E, se avecina un déficit de 250 mil millones, casi la mitad de lo necesario.

¿Qué significa esto en la práctica?

Facturas más altas, porque los cuellos de botella obligan a los países a comprar energía de respaldo a precios elevados cuando las renovables no llegan donde se necesitan.

Energía limpia desperdiciada —literalmente. En 2023, en Alemania se “restrigió” (es decir, se desechó) suficiente energía renovable como para abastecer a 1.5 millónes de hogares, todo porque la red era demasiado lenta o vieja.

Y significa que los inversores se echan atrás, ya que la incertidumbre en la transmisión hace que los grandes parques solares y eólicos sean más arriesgados.

Los hogares del sur de Italia, como los del centro de Rumanía, suelen pagar más por la electricidad que los de París o Ámsterdam. No por los costes energéticos, sino porque están menos conectados a las rutas principales de suministro. Así, la red se convierte en un mapa de la desigualdad.

El coste del retraso está en tu factura

La mayoría no se preocupa por cómo llega la electricidad a su casa… hasta que falla o sube de precio. Y eso es exactamente lo que ocurre en Europa.

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En Alemania, los retrasos en las líneas de transmisión norte-sur implican que a menudo hay que generar energía localmente, costando 4.2 mil millones de euros a los consumidores solo en 2023, según la Bundesnetzagentur, que se pagan mediante recargos en las facturas.

En Francia, EDF gasta millones en mantener centrales nucleares viejas porque la solar y eólica no pueden escalarse sin una gran expansión.

Según RTE, la congestión ya ocurre el 20% de los días al año, obligando a apagar renovables y usar alternativas más caras.

España ha invertido fuertemente en energía solar, sobre todo en Andalucía y Extremadura. Pero las malas conexiones con Francia hacen que el excedente se pierda en horas punta o se venda barato, mientras los agricultores españoles pagan tarifas fijas altas.

No son problemas abstractos. Son cotidianos. Según Eurostat, los precios medios de la electricidad en la UE subieron un 13% en 2023, en gran parte por limitaciones infraestructurales, no solo por el coste del combustible.

¿Cuál es el verdadero riesgo?

La transición verde europea depende de la ejecución, y actualmente la infraestructura no está a la altura. Al ser un proceso lento e invisible, está atrapada en trámites burocráticos.

Lo que ocurre no es un colapso —es un goteo lento. Facturas que suben. Proyectos retrasados. Confianza que se esfuma. Y a menos que los gobiernos traten la red eléctrica como la columna vertebral del futuro energético —no como una tarea secundaria—, el déficit de 250 mil millones no será solo un número: será la razón por la que la energía limpia parezca siempre inalcanzable.