Encaramado en el extremo occidental de la provincia de Pinar del Río, en Cuba, María La Gorda se ha labrado en silencio una reputación como uno de los principales destinos de buceo del Caribe. Sus aguas cristalinas, los jardines de coral prácticamente intactos y la abundante vida marina atraen a entusiastas del submarinismo de todo el mundo. Sin embargo, el pueblo en sí mantiene un encantador discreción, un refugio perfecto lejos de las abarrotadas ciudades turísticas.
Geográficamente, María La Gorda se encuentra al borde de la Reserva de la Biosfera Península de Guanahacabibes, un santuario designado por la UNESCO que alberga manglares, lagunas costeras y bosques tropicales. La protección de esta reserva ayuda a conservar el espectacular paisaje submarino, que va desde arrecifes poco profundos hasta caídas dramáticas.
Se dice que el evocador nombre “María La Gorda” conmemora a una mujer indígena venezolana que, según la leyenda, fue abandonada aquí por piratas hace siglos. Aunque la historia navega entre mito y realidad, refleja la belleza remota y azotada por el viento de la zona, así como un sentido de intriga atemporal.
Bajo las olas, destacan dos sitios principales. El Valle del Coral Negro alberga las formaciones de coral negro más grandes de Cuba, cuyas ramas oscuras cubren las laderas, habitadas por peces loro y cirujanos. Mientras, el Salón de María encanta a los buzos con coloridos corales abanico, delicados lirios de mar y ocasionales tortugas carey.
En el corazón del pueblo se encuentra el Centro Internacional de Buceo María La Gorda, una instalación afiliada a PADI donde los visitantes pueden tomar cursos multidía, obtener certificaciones Open Water o Avanzadas, y alquilar equipo de primera línea. Los instructores organizan excursiones diarias en bote a más de 20 sitios de buceo señalizados, garantizando seguridad y conocimiento local.
La conservación es prioridad en cada excursión. Como parte de la Biosfera Guanahacabibes, los operadores siguen estrictas políticas de “no tocar, no llevar”, realizan monitoreos regulares de salud arrecifal y apoyan iniciativas de limpieza costera. Su trabajo ayuda a mantener uno de los sistemas coralinos más saludables de Latinoamérica.
Para quienes prefieren no bucear, el esnórquel en los arrecifes someros permite avistar peces trompeta, morenas y bancos de peces de cristal. Los pescadores alquilan botes para pesca en arrecife o alta mar, mientras kayakistas y veleros exploran calas escondidas y playas vírgenes.
Llegar a María La Gorda implica un pintoresco viaje de seis horas desde La Habana por la Carretera Central, o vuelos diarios al aeródromo de Guanahacabibes seguidos de un breve traslado. El alojamiento incluye desde barcos-ecolodge y bungalows frente al mar hasta un pequeño hotel de encanto (“Forma 54”), todos con filosofía de simplicidad y conexión con la naturaleza.
Tras un día de actividades acuáticas, los restaurantes locales sirven langosta fresca, pargo rojo y concha preparados al estilo cubano: con salsas de ajo limón, tostones y postres de arroz con coco. La electricidad, proporcionada por generadores, crea una atmósfera auténticamente desconectada bajo cielos estrellados.
