La pandemia de Covid-19 empezó hace más de cinco años, dejando al descubierto graves vulnerabilidades en nuestro sistema de salud pública estadounidense, con un costo demasiado alto en vidas. Aún hoy seguimos sintiendo sus efectos.
Recientemente asistí a la Mesa Redonda Anual de Salud del Foro Económico Mundial, donde el tema principal fue que los datos son el nuevo petróleo, el combustible de nuestro futuro. Esta analogía resulta especialmente acertada en el ámbito sanitario. El acceso en tiempo real a datos sólidos es crucial para que los expertos puedan enfrentar crisis de salud. Además, se reconoce que, al igual que el petróleo, los datos crudos deben refinarse para ser útiles. Pero voy más allá: tanto el vehículo como el conductor deben estar preparados para usar ese combustible (datos) de manera eficaz. En salud, no solo es necesario recopilar información precisa de forma rápida y completa, sino también analizarla y entregar el producto refinado a los vehículos de primera línea (médicos, enfermeros, farmacéuticos) con agilidad. Y quizás lo más importante: el conductor (paciente) debe estar dispuesto a usar ese producto (prevención y tratamiento basados en datos) y reconocer —y evitar— los contaminantes (desinformación).
Un ejemplo reciente que destaca el valor de compartir datos para apoyar a expertos durante una crisis sanitaria fue la respuesta multinacional al brote de sarampión. Seguimos viendo desconfianza en las vacunas y en la salud pública, lo cual podría costar aún más vidas. Igualmente, durante los brotes de mpox de los últimos años, cuando las autoridades locales recibieron datos accionables, el brote ya había terminado.
Estos casos subrayan nuestras dificultades para compartir datos a nivel nacional y escalar campañas educativas, evidenciando fallas en nuestra preparación y lo que necesitamos hacer para enfrentar no solo otra pandemia, sino cualquier emergencia de salud pública.
El Covid-19 reveló lo poco preparado que estaba nuestro sistema de salud
Principalmente, la pandemia puso en evidencia las brechas tecnológicas del sistema sanitario y la falta de interoperabilidad y compartición de datos.
En 2020, los primeros esfuerzos de respuesta se retrasaron por el uso de tecnología obsoleta, como el fax, para recoger resultados de pruebas. Depender de herramientas tan anticuadas limitó gravemente la difusión de información, que ni siquiera estaba actualizada o estandarizada.
Incluso cuando los datos llegaban, eran limitados y venían de fuentes dispares que requerían procesamiento manual para eliminar duplicados, correlacionar geográficamente y refinar la información. Los CDC y las autoridades sanitarias estatales llegaron tarde desde el principio, en parte por la impredictibilidad y formatos no estandarizados de los datos, lo que complicó la respuesta nacional y la educación pública.
El costo de una mala educación en salud pública
La escasa alfabetización científica y la resistencia a entender la salud pública generaron tensiones que fueron más allá de lo técnico. La comunicación en los primeros meses de la pandemia fue irregular e inconsistente.
Si las autoridades hubieran tenido desde el inicio los recursos y datos necesarios, quizás habrían tardado menos en traducir la evidencia sobre el coronavirus en guías actualizadas, reduciendo así los cambios de recomendaciones que alimentaron la desconfianza. Y si el público hubiera entendido mejor cómo mutan los virus y evolucionan las recomendaciones científicas, tal vez habríamos evitado parte del escepticismo que aumentó la susceptibilidad a la desinformación. Nuestra industria no estaba preparada para su rápida propagación en redes sociales, lo que generó incertidumbre, sospechas y resistencia.
La desinformación fue clave en el caso de la miocarditis, un efecto raro de la vacuna contra el Covid-19. Esta condición es siete veces más probable tras una infección que tras la vacuna. Entre quienes se infectan post-vacunación, el riesgo se reduce a la mitad. El público tuvo dificultades para evaluar estos riesgos de forma racional, lo que señala una oportunidad para mejorar cómo transmitimos mensajes en distintos canales, incluso con resúmenes educativos claros que faciliten su comprensión y aceptación.
Una llamada de atención sobre equidad en salud
La pandemia no afectó a todas las comunidades por igual. Según los NIH, la mortalidad fue cinco veces mayor en adultos de bajo nivel socioeconómico. Otros estudios muestran que poblaciones históricamente marginadas tuvieron mayor tasa de infección y menor supervivencia.
Cinco años después, esas inequidades estructurales siguen afectando al sector. Debemos reconstruir la confianza en comunidades desatendidas, eliminando barreras de acceso y promoviendo transparencia para garantizar atención equitativa.
¿Hacia dónde va nuestra infraestructura sanitaria?
Tras esta experiencia, nuestro sistema de salud pública debe avanzar. Tenemos la obligación de restaurar la confianza en la ciencia y promover equidad, apoyándonos en tecnología, conexión de datos y profesionales dedicados.
Sin embargo, recortes de fondos y cierres podrían hacernos retroceder, dejándonos aún más vulnerables ante futuras crisis. Estamos eliminando puestos de expertos que necesitaríamos en otra pandemia. Es vital preservar estos recursos, aunque hayan quedado debilitados, para estar preparados.
Antes de la pandemia, tecnologías emergentes e IA ya estaban en desarrollo, pero ganaron impulso durante y después de la crisis.
Aprovechando este ímpetu, servicios como atención virtual y wearables han mejorado el acceso para muchos. Herramientas de IA, como la IA agentica, ya se usan para mejorar la atención poblacional. Esto es solo el inicio. Estas tecnologías ayudarán a superar inequidades, cerrando brechas de idioma, educación y acceso, además de acelerar respuestas ante amenazas sanitarias.
Inspirados por el éxito del lanzamiento rápido de vacunas contra el Covid-19 que salvaron incontables vidas, ahora debemos reforzar infraestructura y capacidades de datos para enfrentar la próxima pandemia con las lecciones aprendidas. En esta transición, nuestro compromiso como industria debe ser identificar y cerrar brechas —sin crear nuevas— para estar preparados.
Foto: elenabs, Getty Images
La Dra. Paige Kilian es Directora Médica (CMO) de Inovalon, donde supervisa a directores médicos, diseño clínico de software y formación de personal. Lidera un equipo que integra prácticas basadas en evidencia a productos y servicios de la empresa.
Este artículo forma parte del programa MedCity Influencers. Cualquier persona puede publicar su perspectiva sobre innovación en salud en MedCity News. Descubra cómo aquí.
