En su nueva columna para The Olive Press, Francisco Oliva, antiguo editor del Gibraltar Chronicle, aporta sus reflexiones sobre la extensa saga McGrail.
Con la entrega hoy del informe McGrail, es momento de reflexionar sobre el ejercicio sin precedentes en apertura democrática, rendición de cuentas y equidad que ha supuesto – algo que nunca antes se había visto ni experimentado en Gibraltar.
Cimentado en el principio de divulgación plena, todo acerca de él ha sido extraordinario; un monumento al escrutinio crítico y metódico que subraya la madurez y credibilidad de nuestras instituciones.
La jubilación anticipada de Ian McGrail, el ex comisario, en medio de un torrente de alegaciones de impropiedad en el más alto nivel de la administración, envió ondas de choque que reverberaron en todas direcciones.
En justicia, fue el Ministro Principal quien recogió el guante al convocar y financiar el tribunal encargado de evaluar las circunstancias que condujeron a la inesperada salida del máximo responsable de la ley en la Roca.
La prolongada investigación McGrail, denominada así por el ex Comisario de Policía, finalmente ha entregado su informe hoy.
Aunque le ha costado al contribuyente 8 millones de libras, es dinero bien invertido para remediar la consternación social y el daño reputacional causado a Gibraltar por la mala prensa internacional recibida, y para facilitar una catarsis muy necesaria tras la tensión, el estrés y los recelos creados en la comunidad por las consecuencias legales, políticas y constitutivas de esta crisis prolongada.
En su discurso inaugural el primer día de las vistas celebradas en la Biblioteca Garrison, el abogado de la investigación, Julian Santos, citó al prestigioso jurista británico Sir Stephen Sedley KC, quien describió el proceso como ‘la organización de la controversia en una forma más cátolica que la litigación, pero menos anárquica que una pelea callejera’.
Sería difícil imaginar una mejor manera de iniciar las hostilidades. Sir Steven es un rara avis si los hay: un comunista con talento erudito y sentido del humor.
A la opinión pública se le ha brindado un acceso privilegiado, casi como una mosca en la pared, a la intrincada y usualmente clasificada interacción de los principales actores estatales en los pasillos del poder (entendido en el sentido más amplio de la palabra), incluyendo transacciones ejecutivas con capitanes de industria y jefes militares, que normalmente y sin excepción transcurren a puerta cerrada, lejos del resplandor público.
Esto no son las sombras parpadeantes de la caverna de Platón, los chismorreos, apariencias y rumores de los ignorantes y tóxicos desagües de las redes sociales, sino una exposición de hechos y un análisis meticuloso de los procesos y procedimientos; en efecto, una disección de las formas esenciales sobre las que se establece la integridad de nuestro sistema político y legal, en busca de la versión más cercana a la verdad objetiva y pura, o incluso de un patrón probable de múltiples verdades complejas cargadas de matices, quizás muy alejadas de las expectativas subjetivas de los principales antagonistas.
Salvo por las restricciones absolutamente justificadas que excluyeron del alcance de la investigación asuntos sensibles de seguridad nacional – aunque no de la revisión de la evidencia material por el erudito juez Sir Peter Openshaw – a los gibraltareños se les ha obsequiado con un vistazo único y fascinante, un espectáculo más absorbente, más real y más entretenido que cualquier serie de Netflix a la que se pudiera aspirar.
En términos alegóricos, al emperador se le han quitado sus ropas imperiales y ha consentido en quedarse, quizá no desnudo en el escaparate de la calle, pero sí en la más ligera de las prendas interiores.
En términos no alegóricos, es Gibraltar como nunca antes lo habían visto.
Ha habido escenas pasmosas, surrealistas e inconcebibles, situaciones absurdas y momentos de liviandad, instantes en los que lo ocurrido fue digno de un drama judicial de Otto Preminger, mientras que las múltiples perspectivas, narradores y puntos de vista de un solo evento habrían sido apreciados por nada menos que un genio de la pantalla plateada como Stanley Kubrick.
El potencial tesoro literario y cinematográfico de esta inquisición única en la vida sobre las fallas del estado, la separación de poderes y los muchos matices de gris en el ejercicio práctico de la autoridad legítima, debería inspirar a analistas políticos, escritores serios y artistas en los años venideros.
Sir Peter Openshaw presidió la investigación – y entregó su informe hoy.
Pero ningún grado de levedad puede ocultar la importancia subyacente sustancial y la gravedad de un proceso que nos sitúa en la primera división de las buenas prácticas democráticas, y refuta de manera convincente los habituales dardos de la prensa británica y sus epítetos equivocados, insultos y caracterizaciones exageradas de República Bananera y comparaciones indignantes con la Rusia de Putin, o incluso del desgraciado comentario atribuido a uno de los abogados británicos del bando McGrail, de que Gibraltar no era un territorio donde se aplicara el estado de derecho – sin perjuicio de lo cual no ha considerado éticamente inadmisible cobrar sustanciosos honorarios profesionales del mismo gobierno que preside lo que él cree que es un dominio corrupto.
Lo que hemos visto desarrollarse cada día en nuestras pantallas de televisión es la antítesis misma del vitriolo que la prensa británica ha vertido sobre nosotros, y si bien la estrategia legal de los participantes es asunto suyo, deberían ser conscientes de las repercusiones de declaraciones incendiarias que son instantáneamente desmentidas por la realidad práctica de la investigación.
Tal es la naturaleza de la profesión legal, un engranaje necesario en las ruedas de la justicia, llena de giros y vueltas inesperados.
¿Quién podría haber anticipado, en el clímax de los amargos enfrentamientos en el parlamento entre el actual Ministro Principal y su predecesor, que años después el propio Sir Peter sería el abogado representante de su otrora némesis política?
Escuchar la evidencia detallada del ex comisario seguida por una miscelánea de figuras del establishment progresista ha sido una experiencia fascinante.
El desfile incansable de rostros distinguidos y no tan distinguidos, arquetipos en gran medida, a través del estrado para enfrentar un interrogatorio forense bajo juramento en la enrarecida atmósfera de la Biblioteca Garrison, no ha sido menos que iluminador.
Cada participante central presentó declaraciones escritas de testigos que fueron analizadas minuciosamente por turnos por el abogado de la investigación, y destiladas aún más por los representantes legales de las partes contendientes.
Además de esta exhaustiva indagación, la liberación de toda la correspondencia relevante, documentos, transcripciones de audio, medios digitales, correos electrónicos, actas de reuniones y mensajes de WhatsApp, constituyó un festín de transparencia de la mayor significación.
Por supuesto, la investigación examinó eventos ocurridos entre cuatro y seis años atrás y los lapsos de memoria naturales de los participantes, lo cual ha generado mucha crítica cínica, o la imposibilidad de recuperar material, ya sea por eliminación u otras causas, que podría haber añadido más sabor a la investigación, es lamentable, aunque no fuera del ámbito de la comprensión humana.
Ian McGrail y su equipo legal llegando a la Biblioteca Garrison.
Los escépticos, tan rápidos en denostar el proceso, deberían reflexionar sobre el hecho de que nadie saldría ileso si se le encerrara en una habitación durante cinco semanas, interrogado por un ejército de tenaces King’s Counsels bajo la agudísima mirada de un juez, después de divulgar todas sus comunicaciones privadas con familiares, amigos y compañeros de trabajo.
Las contradicciones, errores, omisiones, inconsistencias, conflictos de interés y malinterpretaciones resultantes serían abundantes, no solo en el caso de un Gobernador, un Ministro Principal, un Fiscal General, el director de un importante bufete de abogados, incluso un comisario de policía, u otra autoridad, sino con cualquier persona ordinaria también.
La falibilidad de la condición humana – y sus limitaciones – siempre, inevitablemente, saldría a relucir en esta investigación.
La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad es un ideal loable. Pero la vida tal como la conocemos no sería posible, y mucho menos sostenible, con semejante grado ilimitado de divulgación, incluso por un breve período de tiempo.
Nota de la Redacción:
F. Oliva es un escritor gibraltareño de 62 años y ex editor de noticias del Gibraltar Chronicle. Escribe a título personal. Todos los artículos de la serie fueron escritos en mayo de 2024. Su nuevo libro ‘El Niño de la Verja’ publicado por Editorial Ediciones (Madrid) se presentará en Gibraltar hoy en la librería del Gibraltar Heritage Trust – 6 de noviembre de 2025.
