Charlie Northcott y Ben Milne
BBC
Todo comenzó con una maleta escondida bajo una cama.
Era el año 2009 y el padre de Antony Easton, Peter, había fallecido recientemente. Mientras Antony comenzaba a lidiar con el complicado proceso de la herencia, encontró una pequeña maleta de cuero marrón en el viejo piso de su padre en Lymington, un pueblo de Hampshire.
Dentro había inmaculados billetes de banco alemanes, álbumes de fotos, sobres llenos de apuntes que registraban diferentes capítulos de su vida y una partida de nacimiento.
Peter Roderick Easton, que siempre se había enorgullecido de su "britanicidad" (y había sido anglicano), en realidad había nacido y se había criado en la Alemania de preguerra como Peter Hans Rudolf Eisner, miembro de una de las familias judías más adineradas de Berlín.
Charlie Northcott/BBC
La maleta que guardaba los secretos del padre de Antony
A pesar de que hubo indicios sobre los orígenes de su padre durante su crianza, el contenido de la maleta iluminó un pasado que Antony casi no conocía. Estas revelaciones lo llevarían a una búsqueda de una década, descubriendo una familia devastada por el Holocausto, una fortuna desaparecida valorada en miles de millones de libras y un legado de obras de arte y propiedades robadas bajo el régimen nazi.
Las fotografías en blanco y negro dieron un vistazo a la vida temprana de Peter, muy diferente a la modesta crianza de su hijo en Londres. Mostraban un Mercedes con chófer, mansiones con sirvientes, escaleras talladas con ángeles.
Más ominosamente, una imagen mostraba a Peter Eisner de 12 años sonriendo con amigos, con una bandera nazi ondeando a lo lejos.
Antony Easton
El padre de Antony, Peter (en el centro), a los 12 años
"Sentí que era una mano extendiéndose desde el pasado", dice Antony.
Él cuenta que su padre era un hombre callado y serio, aunque propenso a arranques de ira. Evitaba hablar de su infancia y siempre rechazaba las preguntas sobre su leve acento alemán.
"Habían pistas de que [él no era] realmente como los demás… Había una oscuridad alrededor de su mundo", dice Antony.
Una inmensa fortuna
La siguiente gran pista sobre la historia familiar de Antony vino de una obra de arte.
Con la ayuda de una amiga que hablaba alemán con fluidez, le pidió que investigara una compañía llamada Hahn’sche Werke, cuyas referencias salpicaban los documentos de la maleta. Tras buscar en línea, ella le envió a Antony una foto de una pintura que representaba el interior de una gran siderúrgica, aparentemente propiedad del negocio.
El metal fundido brilla al rojo vivo en una cinta transportadora, iluminando los rostros de trabajadores ocupados y atentos. Es una imagen de poder industrial, de una época en la que Alemania se precipitaba hacia décadas de una guerra devastadora.
La pintura de 1910, del artista Hans Baluschek, se llamaba Eisenwalzwerk (Laminador de Hierro). Había sido propiedad, y probablemente fue un encargo, de Heinrich Eisner, quien ayudó a construir el negocio siderúrgico Hahn’sche Werke hasta convertirla en una de las empresas más tecnológicas y extensas de Europa central. Los documentos de la maleta mostraron que este era el bisabuelo de Antony.
Antony Easton
Eisenwalzwerk – una pintura del artista alemán Hans Baluschek
Más investigación reveló que, a principios del siglo XX, Heinrich era uno de los empresarios más ricos de Alemania, el equivalente a un multimillonario moderno.
Su compañía fabricaba acero tubular, con fábricas repartidas por Alemania, Polonia y Rusia.
Heinrich y su esposa, Olga, poseían varias propiedades en Berlín y sus alrededores, incluyendo un impresionante edificio de seis plantas en el centro de la ciudad con suelos de mármol y una fachada blanco crema.
Una fotografía de principios de la década de 1900 muestra a un hombre con una barriga suavemente redondeada y un bigote blanco recto. Heinrich viste un traje negro, y Olga está sentada a su lado, coronada con una tiara de cristal.
Antony Easton
Los bisabuelos de Antony, Olga y Heinrich Eisner, fotografiados a principios de la década de 1900
Cuando murió en 1918, Heinrich dejó las acciones de su compañía, y su fortuna personal, a su hijo Rudolf, quien había regresado recientemente de luchar en la Primera Guerra Mundial.
La guerra había sido una catástrofe humana, pero Hahn’sche Werke prosperó en ese periodo, satisfaciendo la demanda de acero de los militares alemanes. Rudolf y su familia también superaron con éxito el caos económico y político que persiguió a su país después de la guerra.
Sin embargo, en pocos años, todo se perdería.
Todo cambia
En apuntes encontrados por Antony en la maleta, Peter recordaba haber escuchado conversaciones entre sus padres y susurros sobre las amenazas nazis. Adolf Hitler y sus seguidores culpaban a los judíos por la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y por los problemas económicos que siguieron.
Rudolf Eisner creía que estaría a salvo si hacía su compañía indispensable para el régimen nazi. Por un tiempo, pareció funcionar, pero a medida que las leyes antijudías se volvían más extremas y los abusos que veían a su alrededor empeoraban, comenzó a reconsiderarlo.
En marzo de 1938, el gobierno fue tras Hahn’sche Werke. Bajo una presión inmensa de las autoridades, la compañía de propiedad judía fue vendida a un precio muy bajo a Mannesmann, un conglomerado industrial cuyo CEO, Wilhelm Zangen, era un simpatizante nazi.
Getty Images
Berlín 1934: Los negocios de propiedad judía, como este gran almacén, fueron objetivo de los nazis poco después de llegar al poder
"Es casi imposible cuantificar la riqueza robada y cuánto valen esos bienes hoy", dice David de Jong, autor del libro Nazi Billionaires, que rastrea el saqueo de negocios judíos bajo el Tercer Reich.
En el año 2000, Mannesmann fue adquirida por Vodafone en un acuerdo valorado en más de 100 mil millones de libras, la mayor adquisición comercial registrada en ese momento. Al menos una parte de los activos industriales incluidos en esa venta habrían sido una vez parte del imperio empresarial de los Eisner.
El desmantelamiento de Hahn’sche Werke y el arresto de miembros de la compañía hicieron que los Eisner se dieran cuenta de que necesitaban huir. Pero para 1937, cualquier judío que intentara salir de Alemania era forzado a entregar el 92% de todo lo que poseía al estado, pagando una serie de impuestos conocidos como el Reichsfluchtsteuer o Impuesto de Fuga del Reich.
El Acuerdo
Los Eisners se enfrentaban a perder lo que quedaba de su fortuna.
En el punto más álgido de esta crisis, un hombre llamado Martin Hartig, quien según registros en los archivos de Berlin era economista y asesor fiscal, comenzó a tener un papel importante en las vidas de los Eisners. Durante la década de 1930, su nombre apareció repetidamente en el libro de visitas de la finca campestre de los Eisners, agradeciendoles por su generosa hospitalidad.
El señor Hartig, que no era judío, parece haberle ofrecido a la familia una solución para la inminente confiscación de sus bienes por los nazis. Ellos le traspasaron elementos clave de su fortuna personal—principalmente las múltiples propiedades que poseían y su contenido—protegiendolos así de las leyes dirigidas a los judíos.
Antony cree que sus abuelos asumieron que Hartig les devolvería los bienes algún día.
Se equivocaron. En cambio, él transfirió permanentemente los activos de los Eisner a su propio nombre.
La BBC encontró copias de los documentos originales de venta en los archivos federales de Alemania y se los compartió a tres expertos independientes. Los tres concluyeron que este acuerdo era evidencia de una "venta forzada"—un término ampliamente usado para describir el despojo de bienes judíos bajo los nazis.
A pesar de perder la fortuna que habían construido por generaciones, los abuelos y el padre de Antony lograron escapar de Alemania en 1938. Los boletos de tren, etiquetas de equipaje y folletos de hoteles conservados en la maleta de Peter le permitieron a Antony reconstruir su viaje.
La familia fue a Checoslovaquia y luego a Polonia, manteniéndose apenas un paso por delante de los nazis, antes de tomar uno de los últimos barcos con destino a Inglaterra en julio de 1939.
Habían perdido el equivalente a miles de millones, pero estaban entre los miembros con más suerte de la familia Eisner. La mayoría de sus parientes fueron arrestados y asesinados en campos de concentración. El propio Rudolf murió en 1945 después de pasar la mayor parte de la guerra—como muchos otros refugiados alemanes—internado por los británicos en la Isla de Man.
Encuentro con los Hartig
El siguiente paso para Antony fue descubrir qué había pasado con la fortuna de la familia Eisner, y con Martin Hartig.
Contrató a una investigadora experimentada, Yana Slavova, para averiguar qué exactamente había sido robado, cómo había cambiado de manos y dónde estaba hoy.
En cuestión de semanas, Yana descubrió gran cantidad de documentos sobre sus parientes, incluyendo detalles de sus propiedades y posesiones.
Ella pudo rastrear la pintura que Antony había descubierto al principio de su búsqueda. *Eisenwalzwerk* estaba en la colección del Museo Brohan en Berlín.
Los primeros intentos de reclamar la obra se toparon con problemas respecto a la evidencia. ¿Podía Antony probar que su venta estaba ligada a la persecución nazi? ¿Cómo podía saber que no había cambiado de manos legítimamente varias veces antes de terminar en el museo?
Un avance llegó cuando Yana descubrió correspondencia entre el museo y un comerciante de arte de la época de la venta.
El comerciante había vendido la pintura desde una de las antiguas casas familiares de los Eisner—una propiedad que Martin Hartig tomó en 1938. Hartig vivió el resto de su vida allí, restaurando meticulosamente el edificio tras los daños durante la caída de Berlín, antes de morir de causas naturales en 1965.
Tras la muerte de Hartig, la propiedad pasó a su hija, que ahora tiene más de 80 años. Ella había donado la casa a sus propios hijos en 2014, y se había mudado a una casa de campo, donde accedió a reunirse con Antony y Yana.
La anciana señora les sirvió té y pasteles, que comieron en la sala de estar bajo un retrato de su padre—un hombre con gafas de montura gruesa y pelo engominado, rostro demacrado y vestido con un traje negro. Había sido pintado en 1945, justo después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
La hija de Martin Hartig tenía una historia muy diferente a la que Antony y Yana esperaban escuchar.
Ella les contó que su padre siempre se había opuesto a los nazis y que había ayudado a salvar a los Eisners, a quienes describió como grandes amigos, del Holocausto. Dijo que él ayudó a convencerlos de que escaparan, instando a la familia: “No pueden quedarse aquí. Váyanse a Gran Bretaña, a Londres.”
Su padre también le había contado que los ayudó a sacar pinturas de Alemania de contrabando, quitandolas de sus marcos y escondiendolas entre la ropa.
Cuando le preguntaron sobre las propiedades que su familia tomó de los Eisners en 1938, dijo que todas fueron compras legítimas.
“Mi padre compró dos casas, legalmente,” dijo. “Siempre tenía que ser todo muy correcto.”
Otros miembros de la familia estaban más abiertos a la posibilidad de que su antepasado hubiera explotado a los Eisners.
Vincent, el bisnieto de Martin Hartig, tiene veintitantos años y se está formando como carpintero.
Admitió sentir que su hogar, donde una vez vivieron los abuelos de Antony, podría tener un pasado incómodo.
“O sea, por supuesto que en algún momento sentí curiosidad—de dónde viene que nosotros como familia vivamos en este lugar tan bonito,” dijo. “También me he preguntado, ¿cómo fueron las circunstancias?”
Trás descubrir lo que le pasó a la familia judía de Antony, Vincent dijo que creía que los Eisners tuvieron poca opción cuando traspasaron su propiedad a su bisabuelo.
‘No se trata del dinero’
Antony no tiene recurso para presentar un caso de restitución por la propiedad de sus abuelos.
Su abuela, Hildegard—la viuda de Rudolf—intentó reclamarla en la década de 1950, pero se echó atrás después de un desafío legal por parte de Hartig. El plazo para que las víctimas judías de la persecución nazi reclamen propiedades en la antigua Alemania Occidental ya ha expirado.
Sin embargo, para las obras de arte tomadas de la familia Eisner, todavía hay esperanza de recuperar lo perdido.
A principios de este año, el Museo Brohan en Berlín informó a Antony que tenía la intención de devolver la pintura *Eisenwalzwerk* a los descendientes de Henrich Eisner. El museo rechazó una entrevista con la BBC mientras el proceso sigue en curso.
Otra pintura fue devuelta a Antony por el Museo de Israel en Jerusalén, y una tercera reclamación por una obra de arte en Austria también sigue pendiente.
Entre la evidencia que la investigación de Antony ha descubierto hay una lista hecha por la Gestapo, que detalla objetos específicos y pinturas que fueron incautadas de sus parientes. Existe la posibilidad de que su familia pueda encontrar y reclamar más bienes en el futuro.
“Siempre he dicho sobre la restitución que no se trata de objetos, dinero y propiedades, sino de personas,” dice Antony. Al investigar el pasado de su familia, ha recuperado un conocimiento detallado de quiénes fueron alguna vez su padre y sus abuelos.
“Todo este proceso los ha convertido en personas reales, que tenían vidas reales.”
Antony Easton
La restitución “no se trata de objetos… se trata de personas”, dice Antony.
Este conocimiento ahora se ha transmitido a una nueva generación. El apellido Eisner pudo haber desaparecido cuando Peter navegó a Gran Bretaña en 1939, pero ahora revive. El sobrino nieto de Antony, Caspian, nacido en agosto de 2024, recibió el segundo nombre de Eisner.
Antony dice que estaba profundamente conmovido por la decisión de su sobrina de honrar a su familia perdida hace mucho tiempo.
“Sabes, mientras Caspian esté por aquí, ese nombre todavía estará con él,” dice. “La gente dirá: ‘ese es un segundo nombre interesante – ¿cuál es la historia detrás de él?'”
