¿Quién escribió esto: "Cuando se abole la propiedad privada, no habrá necesidad de crimen"? En una de sus obras, el mismo escritor hace gritar a una revolucionaria: "Qué fácil es para un rey matar a su pueblo por miles, pero nosotrxs no podemos deshacernos de un solo hombre coronado en Europa." Si revelo que el autor era un irlandés radicado en Londres, muchos pensarían en Bernard Shaw. Pero en realidad, fue Oscar Wilde. La primera cita viene de su ensayo El alma del hombre bajo el socialismo, y la segunda de su obra Vera o Los nihilistas, que tendrá una rara producción profesional en el teatro Brockley Jack Studio, al sureste de Londres, en septiembre.
La obra es prácticamente desconocida, incluso para los admiradores de Wilde. Escrita en 1879, se basó libremente en la historia de una revolucionaria rusa de 22 años que intentó disparar al jefe de policía de San Petersburgo. La versión de Wilde transcurre en Moscú, pero su heroína, Vera Sabouroff, tiene el mismo ardor político y lidera un grupo de nihilistas que planean asesinar al zar. Este es solo el punto de partida de un melodrama ruidoso, pensado para estrenarse en Londres en 1881. Pero el asesinato real del zar Alejandro II en marzo de ese año, sumado a que el Príncipe de Gales estaba casado con la hermana de la nueva zarina, hizo que se cancelara. Cuando finalmente se estrenó en Nueva York en 1883, fue recibida con desdén y, salvo por alguna producción amateur, ha estado olvidada desde entonces.
Un cartel de la nueva producción de Vera o Los nihilistas de Oscar Wilde
A pesar de sus fallos obvios, la obra tiene aspectos interesantes, como lo que revela sobre la naturaleza contradictoria de Wilde. Solemos pensar en esa división en términos de su sexualidad, pero hay otra igual de fuerte entre su lado radical y su lado esteta. Ambos se reconcilian perfectamente en La importancia de llamarse Ernesto, que critica la clase, el dinero, el matrimonio y la sociedad mientras es una obra cómica exquisita. Pero en Vera, hay una división profunda entre lo serio y lo epigramático. La obra está llena de diatribas contra el despotismo y himnos retóricos a la libertad: en un momento, Vera llama a la libertad "Oh, gran madre del tiempo eterno, tu manto es púrpura con la sangre de quienes murieron por ti."
El personaje más intrigante es el príncipe Paul, primer ministro ruso, apologista del zar y manipulador de palabras. Habla con frases pulidas como "La experiencia es el nombre que los hombres dan a sus errores" y sugiere que hay un vínculo entre hacer una buena ensalada y ser un gran diplomático: en ambos casos, el arte está en "saber exactamente cuánto aceite ponerle al vinagre". Es el prototipo de Lord Henry Wotton en El retrato de Dorian Gray y de esos aristócratas cínicos que llenan las obras de Wilde con sus frases ingeniosas.
Aristócrata… John Gorick, en el centro, como Lord Henry Wotton con Rupert Mason y Guy Warren-Thomas en El retrato de Dorian Gray en Trafalgar Studios, Londres, 2016. Foto: Tristram Kenton/The Guardian
Por un lado, Wilde celebra el ardor revolucionario; por otro, un cínico dandi que dice "la vida es demasiado importante como para tomarsela en serio." Pero esta lucha entre ética y estética no es única en Wilde. En 1885, Henry James exploró algo similar, aunque con más sutileza, en su novela La princesa Casamassima. Su protagonista, Hyacinth Robinson, hijo ilegítimo de un aristócrata inglés y una obrera francesa, lleva una vida tan dividida como sugiere su nombre. Al conocer a la princesa del título, desarrolla un gusto por los lujos. Pero también siente pasión por la justicia social, lo que lo lleva a unirse a conspiradores políticos, muy parecidos a los de Vera, y aceptar la tarea de un asesinato.
James no simpatizaba con Wilde, y en 1895 se negó a firmar una petición para reducir su condena. Pero tenían más en común de lo que se cree. En La princesa Casamassima resuena el dilema de Vera: ¿cómo conciliar el deseo de cambiar el mundo con el disfrute de su cultura? O, más simple: ¿cómo equilibrar socialismo y estilo?
