Divinamente Hilarante: por qué Los Mitchell contra las máquinas es mi película para el alma

La animación es una forma genial de permitirte experimentar el mundo a través de los ojos de otro, con todo el color, energía, imaginación y caos que eso conlleva. Esto es cierto tanto si ves el mundo desde la perspectiva de una adolescente frustrada y talentosa, como desde la de una IA rebelde y megalómana que sueña con mandar a todos los humanos al espacio en cápsulas hexagonales (¡con wifi gratis!). Esa combinación caótica y sensacional de estilos impulsa la alocada aventura vial animada The Mitchells vs the Machines. Una película que mete un conflicto padre-hija, un apocalipsis tecnológico, a Olivia Colman y todos los colores del arcoíris en una station wagon color naranja quemado del 1993.

Phil Lord y Christopher Miller producen con el mismo espíritu libre que caracterizó a películas como The Lego Movie y Spider-Man: Into the Spider-Verse. Este estilo se equilibra con la contribución de Mike Rianda y Jeff Rowe (de Gravity Falls), que complementan la locura con una historia matizada, tierna y sentida. Esto la convierte en algo más que un simple despliegue superficial de arte. La película no solo habla de las relaciones entre personas, sino también de las que tenemos con la tecnología y con nuestras versiones pasadas.

El film no toma la postura simple de que “los jóvenes tienen razón y los adultos no entienden”, una idea que puede parecer tan antigua como el internet de dial-up. Aquí hay más equilibrio; se te anima a ver las cosas desde la perspectiva de Katie y la de su padre Rick (con voces de Abbi Jacobson y Danny McBride), sin favorecer incondicionalmente a ninguna. Ambos llegan a ver que no están comprendiendo la situación completa. Rick no logra entender las pasiones de su hija, mientras que Katie no comprende los sacrificios que su padre hizo para darle a su familia la vida que merece.

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Ésta es la realidad de la familia, o al menos puede serlo: un viaje desordenado, entrañable y a veces obstinado de cuidados y compromisos. La familia está en el corazón de *The Mitchells vs the Machines* – como los créditos finales dejan claro de forma conmovedora – y se le da un detalle emotivo real. Incluye sutiles referencias a la diversidad sexual y neurodiversidad, lo que ayuda a que la película se sienta como una creación nacida de la vida real, no algo artificial y cerrado. Dado el tema, es una forma adecuada de mostrar que las películas pueden tener alma, algo que la tecnología simplemente no puede.

Esta profundidad, sin embargo, es solo la mitad de la historia. Antes que nada, *The Mitchells vs the Machines* es apocalípticamente divertida; una aventura de alta energía que combina animación 3D con toques de dibujo a mano e incluso elementos de acción real para crear un collage impactante. Esta pesadilla energética incluye robots humanoides violentos, electrodomésticos con conciencia y Furbies intentando alegremente un asesinato masivo (algo chocante para todos, excepto para quienes tuvieron uno de esos demonios esféricos). Y Colman está brillante, disfrutando uno de los roles más entretenidos de su carrera como Pal, la IA malvada. Pal y sus secuaces robóticos consiguen las risas más grandes de la película, con chistes que van desde gags visuales hasta frases inesperadas.

También es raro ver una película que trate a la tecnología y al internet con una mezcla igual de asombro y sospecha, dando una clara advertencia sin dejar de celebrar lo que tambien puede ofrecer. Las preocupaciones sobre la IA descontrolada solo han crecido desde el 2021, por lo que quizá no sorprenda que haya una secuela en camino. Porque si la IA realmente vino para quedarse, entonces películas como esta nos recuerdan su enorme potencial, sin perder de vista lo que realmente importa.

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