Denuncian a ‘Solo Fools and Horses’ por discriminación

En un mordaz artículo de opinión que ha desatado un acalorado debate entre los aficionados al género, el periodista de MyLondon, Joe Crutchley, ha tachado a la querida comedia de situación británica *Solo para machos* no solo de anticuada, sino directamente de «homófoba y racista».

Trás ver la serie por primera vez, Crutchley la apagó a la mitad de un episodio, prometiéndose no volver jamás. Su demoledor análisis plantea espinosas cuestiones sobre cómo revisitamos referentes culturales de una era pasada en el mundo actual, notablemente más sensible.

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El impacto de un espectador novel

Crutchley, un autoconfeso neófito de las sitcoms pese al fanatismo familiar, sintonizó el episodio piloto, «Hermano mayor», esperando risas despreocupadas. En su lugar, se topó con lo que él denomina un aluvión de «comentarios sexistas y racistas ofensivos» desde el primer minuto.

En las escenas iniciales, el abuelo (interpretado por Lennard Pearce) balbucea al pronunciar el nombre de un presentador de televisión negro, confusion que se agrava cuando Del y Rodney discuten sobre a qué hombre negro se refieren en realidad. El guion, disponible íntegramente aquí, recoge el momento textualmente: el torpe intento del Abuelo por decir «Muhammad Ali» deviene en una comedia de errores que Crutchley califica de burdo estereotipo.

Las pullas no cesan ahí. Del menosprecia a una camarera tildándola de «vieja arpía», mientras Rodney se refiere a una mujer como «tartamuda china», lo que provoca la célebre réplica de Del: «China, japonesa, a mí me da igual». Crutchley sostiene que estos diálogos, aunque quizá fueran moneda corriente en 1981, hoy resultan gratuitos. «El humor no tiene por qué surgir a expensas de un grupo minoritario», escribe, sugiriendo que los guionistas podrían haberse burlado de los chanchullos de Del o de la mala suerte de Rodney.

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Las redes sociales se inflaman en defensa de Del Boy y compañía

Los seguidores en redes sociales se han apresurado a replicar. Ciaran Hawkins escribió en Facebook: «Joe Crutchly es un *millennial* de 30 años que vive en Birmingham con su marido y su supermoderno bulldog francés. También escribió un artículo con tintes similares sobre *Fawlty Towers*. Ojalá se atreviera a ver *Love Thy Neighbour*».

Jody Rooke, en el mismo hilo, declaró: «No es “lenguaje desfasado”, es el lenguaje de su tiempo, por el cual no se necesita ni requiere disculpa alguna…… ¡Seguiría viéndolas una y otra vez en cualquier festivo o Navidad antes que el bodrio *woke* que quienes tenemos sentido del humor tenemos que aguantar hoy! ¡*OFAH* es un auténtico comfort show!».

Una publicación viral resumió la contrarréplica: «Un periodista ha visto *Solo para machos* por primera vez en su vida, y su reacción, sin duda, sorprenderá a muchos aficionados». Dicha publicación subraya la transformación de Crutchley de espectador reacio a crítico vocal, cuestionando si su veredicto basado en un solo episodio es justo para una serie que constó de siete temporadas y 16 especiales navideños.

La comedia en el tribunal de la opinión pública

La crítica de Crutchley no es un caso aislado. Mientras la sociedad continúa aguantándose ante el “progreso” y los autodenominados “progresistas”, han estallado polémicas similares en torno a los chistes alemanes de *Fawlty Towers* o las pullas étnicas en *The Office*. Sus defensores argumentan que *Solo para machos* siempre fue un caos entrañable: los Trotter de Peckham eran los eternos perdedores, las minorías meras notas al pie de su mundo disparatado. El creador John Sullivan impregnó la serie de calidez, afirman, transformando los prejuicios cotidianos en espejos absurdos.

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No obstante, Crutchley se mantiene firme: «Verla fue como soportar un chiste machacón entre sexagenarios [que] presumen de “no poder ser racistas porque su vecino es negro”». Espera que su ensayo provoque reflexión, no boicots, aunque él ya ha terminado con los “hooky-hooky” de Del.

Con *Solo para machos* aún como fijo en la BBC, atrayendo a millones en sus redifusiones, la pulla de Crutchley plantea una cuestión: ¿Ha vuelto el progreso el pasado irreproducible, o somos demasiado precipitados al juzgar? Una cosa está clara: lo de “lovely jubbly” ya no es para todos.

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