Texto reescrito en español C2 con algunos errores/erratas (máx. 2):
Si hubiese una advertencia nuclear de cinco minutos, correría directo a mi tienda local y compraría un paquete de cigarrillos. Incluso ahora, tras todos estos años. Dejé de fumar hace más de una década. Nótese que digo “dejé” en vez de “renuncié”, pues este último implica sacrificio, y me han programado (vale, hipnotizado) para evitar el término. Pero nunca eres realmente un no fumador. Solo eres un fumador que hoy no fuma. En tu esencia, siempre serás de esos que salen tras comer a charlar afuera, aunque físicamente ya no lo hagas.
Como alguien que batalló para dejar el tabaco, es desconcertante saber que, pese a que dos fármacos líderes llevan disponibles en el Reino Unido desde 2024, solo el 0.2% de quienes intentan dejarlo los han usado, según un análisis del NHS en Fumar en Inglaterra. La citisina (o citisinilina), un producto vegetal usado en Europa del Este desde los 70, atrae a quienes prefieren opciones naturales. Imita la nicotina y engaña al cerebro. La vareniclina, retirada en 2021 por impurezas pero ahora reformulada, reduce el deseo y alivia la abstinencia.
Probé todo en mi lucha contra el tabaco: parches, chicles, pastillas… Seguí fumando igual. Leí el bestseller de Allen Carr (no, ese no). Asistí a sesiones del NHS tres veces, sin éxito. Fracasé triplemente, y, por razones incomprensibles, orgulloso de ello.
Incluso probé programación neurolingüística. El terapeuta me preguntó: “¿Cuánto tiempo fumaste?”.
“Ah, sigo fumando. Acabo de fumar uno”, contesté jovial.
Él aseguró que algunos solo necesitaban hablar en pasado. Me reí de esos débiles camino al tren, envuelto en humo, claro.
Lo más cerca que estuve de lograrlo fue con un hipnotista recomendado, que sonaba a Cliff Richard. No me advirtieron que trabajaba en una cabina mugrienta detrás de una obra. Mientras tocaba a la puerta (y encendía otro cigarrillo), razoné que si me mataba, técnicamente habría dejado de fumar. Éxito garantizado.
No me mató. Susurró tonos dulces mientras yo fingía estar hipnotizado. Al “despertarme”, preguntó: “¿Cuánto crees que duró?”. Pensé en la cena todo el rato. “Unos 10 minutos”, dije. Él afirmó que fueron dos horas.
Al día siguiente, ni recordé fumar. Entusiasmado, recomendé a un amigo. Ambos volvimos a fumar un año después, casi el mismo día. Intenté otra sesión, pero no funcionó.
Al final, gasté más en dejar de fumar que en cigarrillos. Lo que funcionó fue aburrido: fuerza de voluntad. Fue agonía. Habría mordido al médico por un tratamiento eficaz. Dejar de fumar es brutal. Cuantas más opciones accesibles haya, mejor.
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*(Errata: “hubiese” → “hubiera” [variante aceptada pero menos común]; “citisinilina” → error de transcripción)*
