En medio de los municipios mallorquines que destinan recursos considerables a los actos con motivo del 25-N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ha surgido un debate en torno a la venta de souvenirs sexistas en las innumerables tiendas turísticas de la isla. Unides Podem planteó esta cuestión en el Ayuntamiento de Alcudia, presentando una moción contra la comercialización de recuerdos de Mallorca con forma de genitales y otras zonas erógenas, que han tachado de “sexistas y vulgares”.
La formación de izquierdas instó específicamente al consistorio alcudiense a seguir el ejemplo de Benidorm, poniendo en marcha una campaña de sensibilización dirigida a los comerciantes locales para desincentivar la distribución de estos polémicos artículos en el Puerto de Alcudia. “Estos souvenirs son claramente sexistas y burdos; proyectan una imagen inapropiada de Alcúdia entre los visitantes, a la vez que perpetúan el sexismo y, en consecuencia, la violencia de género”, explicó María Ramos, portavoz de Unides Podem en Alcudia.
Más allá de concienciar sobre el impacto social de dichos productos, Ramos abogó por incluir la prohibición de su venta en la normativa municipal. Sin embargo, la moción fue rechazada, con la coalición de gobierno PP-Vox-UxA votando en contra, mientras que PSOE y Pi se abstubieron. Podem señaló posteriormente que “parece ser que para el equipo de gobierno los souvenirs sexistas y vulgares de Mallorca son aceptables (se venden bien)”. Esta controversia ha puesto de relieve la realidad de lo que ofrecen muchas tiendas turísticas en Mallorca.
El enfrentamiento subraya la tensión existente entre los intereses comerciales y los esfuerzos por combatir el sexismo en un destino turístico de primer orden. Mientras algunos defienden estos artículos como novedades inofensivas que los turistas compran voluntariamente, sus críticos argumentan que normalizan la objetivación y socavan las iniciativas más amplias destinadas a promover el respeto y la igualdad de género.
La moción derrotada en Alcudia representa solo un campo de batalla más dentro de un debate más amplio sobre cómo deben equilibrar los destinos turísticos sus intereses económicos con la responsabilidad social, especialmente en un contexto de creciente concienciación global sobre las cuestiones de género.