En toda Europa, los gobiernos están endureciendo las normas y la retórica en torno a la adquisición de ciudadanía por parte de residentes extranjeros. Claudia Delpero habla con un experto para averiguar cuán preocupante resulta esta tendencia.
En los últimos meses, varios países europeos han anunciado planes o, al menos, están considerando nuevas reglas para obtener la ciudadanía.
En Suecia, una investigación propuso aumentar el requisito de residencia de cinco a ocho años, y desde el 1 de abril, la Agencia de Migraciones reforzó los controles de seguridad, lo que provocó una congelación temporal de las solicitudes. Además, Suecia ha planteado exámenes de idioma y cultura.
Finlandia amplió el período de residencia para la naturalización de cinco a ocho años y redujo los plazos de ausencia permitida.
En Alemania, el nuevo gobierno aprobó un proyecto para eliminar la vía rápida a la ciudadanía, que exigía solo tres años de residencia para personas “altamente integradas”. Esta medida, pendiente de aprobación del Bundestag, revierte parte de la reforma migratoria de 2024.
En Italia, un referéndum para reducir el requisito de residencia no logró la participación necesaria. Paralelamente, el parlamento limitó a dos generaciones la obtención de ciudadanía por ascendencia.
Dinamarca incrementó un 50% la tasa de ciudadanía en mayo, y su Ministerio de Inmigración estudia evaluar postulantes con ideas “antidemocráticas”.
En Noruega, donde habrá elecciones en septiembre, los partidos Conservador y del Progreso (posible coalición de derecha) buscan endurecer los requisitos.
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En Francia, el ministro del Interior Bruno Retailleau propuso reforzar exámenes históricos y cívicos, en un contexto de auge de la extrema derecha antinmigración.
En Países Bajos, el gobierno de ultraderecha (ahora caído) buscaba extender la residencia necesaria de cinco a diez años. Reino Unido también planea alargar este plazo dentro de su reforma migratoria.
¿A qué se debe este giro?
Maarten Vink, catedrático de Estudios sobre Ciudadanía en el Instituto Universitario Europeo, afirma que estos cambios no deberían alarmar excesivamente.
“Es habitual que las naciones modifiquen sus leyes cada cierto tiempo. En democracia, los equilibrios políticos se trasladan a la legislación. Cuando la migración domina el debate, la ciudadanía también entra en esa dinámica”, explicó.
Vink señala que, aunque las reformas en Europa son “más dinámicas” que en otras regiones, sus direcciones varían.
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Doble ciudadanía
El cambio más destacado, según él, es la aceptación generalizada de la doble nacionalidad: “En los 60, se veía como un conflicto de lealtad, especialmente en épocas de conscripción militar”.
Aunque persisten excepciones (Austria, Países Bajos, países bálticos y del Este de Europa), predomina una “clara tendencia liberalizadora”.
Vink atribuye esto a la migración global y a la igualdad de género: “Antes, las mujeres perdían su nacionalidad al casarse, y los hijos heredaban solo la del padre”.
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Incluso Alemania, al revertir su “naturalización exprés”, mantendrá la doble ciudadanía y reducirá el requisito residencial de ocho a cinco años.
Las leyes familiares también influyen, como el derecho de padres no biológicos en familias homoparentales a transmitir su nacionalidad. “Los países nórdicos lideran estas adaptaciones; Italia aún tiene restricciones”, añadió.
Además, muchos gobiernos europeos están limitados por el Convenio Europeo sobre Nacionalidad (1997), que fija, por ejemplo, un máximo de 10 años de residencia para acceder a la ciudadanía—límite ya respetado en toda Europa.
