La nueva película navideña de Netflix, *A Merry Little Ex-Mas*, no tiene suficiente encanto. Tal vez hubiera funcionado mejor si la hubieran estrenado más cerca de la Navidad. En esas fechas, el ambiente navideño podría haber ayudado a ignorar sus defectos. Pero en este momento, entre Halloween y el Día de Acción de Gracias, ni la nieve artificial ni el ponche de huevo pueden convencernos.
Es otra producción más de la plataforma que sigue la fórmula típica: actrices conocidas de los 90 y 2000, un presupuesto bajo, escenas cómicas que no dan gracia, el conflicto entre la ciudad y el pueblo, y unos roles de género bastante anticuados. Seguramente le gustará al mismo público que cada año busca este tipo de películas sabiendo exactamente lo que se va a encontrar. Por suerte, no es tan mala como otras (la película del 2023 con Heather Graham y Brandy sigue siendo lo peor que ha hecho Netflix), pero tampoco es tan aceptable como debería (las películas del año pasado con Christina Milian y Lindsay Lohan cumplían mejor).
En esta ocasión, la protagonista es Alicia Silverstone, una actriz que demostró su talento para la comedia hace ya 30 años en *Clueless*. Aquí, su carisma nos ayuda a aguantar al menos la primera parte. La acompaña Oliver Hudson, conocido por *Dawson’s Creek*, haciendo el papel de su futuro ex-marido. Ellos son Kate y Everett, una pareja que ahora quiere conseguir un divorcio amistoso (lo llaman “separación consciente”, un chiste que no tiene gracia y que repiten mucho) y han decidido darle a sus hijos una última Navidad en familia.
En una introducción animada bastante ambiciosa, vemos que Kate abandonó su sueño de ser arquitecta en Boston cuando conoció a Everett, y se mudó con él a su pueblo con un nombre ridículo, Winterlight. Él pudo montar su negocio local, y ella se dedicó a ser madre y arreglar cosas en casa, dejando atrás su carrera. Años después, un resentimiento comprensible la lleva a querer escapar de su matrimonio y del pueblo, que aunque es idílico, también es limitante. Es interesante que la película funcione como una especie de secuela correctiva de la dinámica que solemos ver en estas películas: una mujer de ciudad, centrada en su carrera, es seducida y “domesticada” por un hombre y una vida más tradicional. Esta película muestra qué pasa cuando esa magia se desvanece y llega la realidad.
Pero cualquier intento de separarse de forma civilizada se va al traste cuando aparece la nueva novia de Everett (interpretada por Jameela Jamil, que exagera su actuación). El guión, escrito por Holly Hester, intenta añadir más matices que un simple conflicto de celos. Kate, que lo dejó todo por Everett, tiene que ver cómo él ahora sí hace por otra mujer todo lo que ella siempre le pidió. ¿Acaso todo su sacrificio sirvió para que él se convirtiera en el marido perfecto para otra?
Como era de esperar, la película pierde su matiz y se llena de un humor físico y exagerado que no hace gracia, ni por su falta de originalidad (con un stripper, un fuego con el árbol de Navidad y un accidente con un trineo) ni porque obliga a los actores a una sobreactuación que no les queda convincente. El carisma de Silverstone y su química con Hudson no son suficientes para salvar un guión que no es lo bastante ingenioso o emocionante como para que nos importe otra familia de Netflix fingiendo estar muy unida. Además, la película tiene un final decepcionante que echa por tierra todo el desarrollo inicial sobre las ambiciones profesionales de Kate. Uno desearía que los creadores ni siquiera hubieran intentado fingir, aunque fuera débilmente, que esto no es exactamente lo mismo que todas las demás películas del universo Hallmark. Esperemos que la próxima vez la fábrica de películas navideñas nos dé algo por lo que poder alegrarse, aunque sea un poco.
