En la reciente performance de Han Gao, Intenté ser un contenedor, el cuerpo se convierte en una arquitectura frágil y a la vez en un recipiente resonante. La obra ocurre dentro de la transparencia cargada de la vidriera de una galería, donde el interior y el exterior se mezclan. Gao comienza sola, confinada dentro del límite de cristal, rompiendo fideos instantáneos de manera sistemática. El gesto es cuidado, casi ritual, pero con un borde de violencia. Luego, consume los fideos, metiendo los fragmentos dentro de su camiseta. Los pedazos rotos son transmitidos por el canal íntimo de su cuerpo, emergiendo finalmente por las perneras de sus pantalones de yoga, para ser recolectados y guardados en pequeños frascos. Este proceso recuerda tanto la intimidad incómoda del consumo como la fuerza destructiva del encierro: para contener algo y procesarlo, a menudo hay que romperlo primero y hacerlo pasar por uno mismo.
Después, Gao sale del interior para traer a su colaborador Sam al espacio, intercambiando puestos con él, pasando de ser quien actúa a quien observa. Este intercambio desestabiliza la idea de roles fijos en la performance: ¿quién es el contenedor y quién es el contenido? La obra rechaza una resolución simple, permaneciendo en cambio en la tensión entre contener y ser contenido, entre el adentro y el afuera.
El sonido juega un papel central. El crujir de los fideos, el roce de la tela y el esfuerzo físico de la transmisión se transforman en una textura inquietante, parte percusión frágil, parte arquitectura desmoronándose. Estos fragmentos sónicos extienden la performance más allá de lo visual, llenando el aire con el residuo de la destrucción y el paso íntimo. Los frascos, ordenados con cuidado, se convierten en relicarios de una ruptura procesada, pequeños monumentos a la imposibilidad de la totalidad.
La pieza está profundamente situada en la investigación constante de Gao sobre el trauma, la memoria y la porosidad del ser. “Ser un contenedor” no es solo encerrar, sino también ser permeado, arriesgarse a romperse bajo presión y transformar lo que pasa a través de uno. El acto recuerda a las tradiciones de performance feminista donde la comida, lo desagradable y el cuerpo se cruzan como lugares de resistencia y crítica, mientras lleva al mismo tiempo el vocabulario propio de Gao sobre la vulnerabilidad y la resistencia.
La ventana de cristal, mientras tanto, es tanto escenario como metáfora. Refleja la ciudad sobre la obra, pero nunca completamente: como apunta Gao, una ventana no es un espejo. Permite la visión pero impone separación. Mirar desde afuera es enfrentarse a la propia posición en relación al acto de contener, verse implicado en la frágil economía del dentro y fuera.
En definitiva, Intenté ser un contenedor no trata de ofrecer un cierre, sino de escenificar la fractura, el desplazamiento y el intercambio. Deja a su audiencia suspendida en la pregunta de qué significa contener — un cuerpo, un recuerdo, un mundo que se rompe — sin romperse uno mismo.
