La causa no fue un ciberataque o un desastre natural, sino una falla repentina y catastrófica de la estabilidad de la red relacionada con la política energética.
A finales de abril, más de 50 millones de personas en España y Portugal quedaron sumidas en la oscuridad en lo que se ha convertido en el mayor apagón de la Europa moderna. La causa no fue un ciberataque o un desastre natural, sino una falla repentina y catastrófica de la estabilidad de la red relacionada con la política energética.
El desencadenante: una “fluctuación técnica” que provocó una caída en la producción solar. En cuestión de minutos, la generación solar cayó de casi 18 gigavatios, más de la mitad del suministro eléctrico de España, a una fracción de eso. La frecuencia de la red se desplomó. Francia intentó enviar energía de emergencia, pero la conexión falló. En solo cinco segundos, toda la red de España colapsó.
En el centro del problema estaba la inercia, o más bien, la falta de ella.
Las plantas de energía tradicionales como el carbón, el gas y la nuclear generan inercia a través de turbinas pesadas que giran. Estas máquinas almacenan energía cinética que ayuda a estabilizar la red cuando se producen interrupciones. Este “espacio de maniobra” da a los operadores segundos para responder antes de que ocurra un fallo a gran escala. Sin embargo, las fuentes renovables como la solar y la eólica carecen de esta inercia física. Cuando se desconectan repentinamente, la red no tiene un amortiguador para absorber el impacto.
Los expertos no culpan a las energías renovables en sí, sino a la velocidad y manera en que España reestructuró su red en torno a ellas. El apagón fue un caso de libro de la política ignorando la realidad de la ingeniería. Cuatro fallas principales convergieron:
Volatilidad subsidiada: Entre 2018 y 2024, España triplicó su capacidad solar, en gran parte gracias a los subsidios de la UE, los precios fijos de alimentación y las garantías legales de que las energías renovables tenían acceso prioritario a la red. Esto a menudo obligaba a las plantas estables a desconectarse durante los picos solares del mediodía. Cuando el sol se desvanecía, quedaba poco para sostener el sistema.
Fiabilidad penalizada: España cerró 15 plantas de carbón en dos años, eliminando más de 2,000 MW de inercia. El gas y la nuclear fueron desalentados por penalizaciones regulatorias y planes de jubilación anticipada. Los activos más confiables de la red no solo fueron ignorados, sino que fueron eliminados financieramente.
Sin plan de respaldo: Sin baterías a escala de red, sin nuevos almacenamientos hidroeléctricos y sin programas de respuesta flexible a la demanda, España apostó por condiciones perfectas. Cuando la solar falló y el viento se detuvo, no hubo red de seguridad. Incluso las transferencias de emergencia desde Francia no pudieron ayudar.
Sobreconfianza regulatoria: La infraestructura fue retirada en base a objetivos políticos, no a preparación técnica. Las advertencias fueron desestimadas. Los ingenieros fueron marginados por modelos y mandatos.
El resultado: un “vacío de inercia”, una peligrosa fragilidad donde las máquinas que una vez absorbían los golpes ya no existen. Cuando la solar desapareció, la red no tenía nada girando.
El apagón de España es una historia de advertencia. La energía limpia debe expandirse, pero la estabilidad de la red no puede ser un pensamiento secundario. Sin una resistencia física incorporada en el sistema, otras naciones, como el Reino Unido o Irlanda, podrían ser las siguientes.
