Claudia Cardinale fue parte de la gran ola de estrellas de cine italianas cuyas carreras después de la guerra las llevaron desde Europa a Hollywood; entre ellas estavan Sophia Loren, Gina Lollobrigida y Monica Vitti. La industria cinematográfica estadounidense las valoraba no solo por su belleza sino también por su misterio: un atractivo felino y exótico, y una sensación de fortaleza, supervivencia e incluso tragedia. Pero quizás Cardinale tenía algo que sus contemporáneas no tenían: una especie de simplicidad y franqueza que acompañaba su atractivo sensual. A menudo actuó junto a Alain Delon, cuya propia belleza complementaba –casi se fusionaba con– la de ella.
En la primera obra maestra de Visconti, *Rocco y sus hermanos* de 1960, Cardinale interpretó a Ginetta, prometida con uno de los hermanos de Rocco del poco refinado sur. Sus padres son abiertamente hostiles cuando toda la familia de su futuro yerno hace su aparición caótica. Estuvo radiante en *El gatopardo* (1963) de Luchino Visconti, como Angelica, la hija de un comerciante rico, quien recibe la franca admiración del Príncipe interpretado por Burt Lancaster, aun estando ella comprometida con su sobrino Tancredi, papel que hizo Delon. En la famosa secuencia final del baile, ella cumple su papel invitando al anciano león (Lancaster) a bailar, y quizás también para ofrecerle una salida simbólica y elegante de su propio prestigio.
Otros autores le dieron papeles importantes, pero el momento más crucial de su carrera temprana fue cuando Federico Fellini la eligió para su meta-comedia para cinéfilos *8½*. Interpretó a la emergente estrella de cine a quien el director (Marcello Mastroianni), bloqueado creativamente, decide impulsivamente que es su mujer ideal, quien debe redimir a su personaje principal emocionalmente destrozado –aunque ella le dice que esta figura es incapaz de amar de verdad. Quizás sea un chiste subconsciente en *8½* que su apellido hace juego con “importancia cardinal”, “verdad cardinal” y autoridad religiosa.
Hollywood no le hizo del todo justicia, convirtiéndola en una estrella internacional principalmente por ser la princesa borracha y glamourosa que posee la joya que da nombre a *La pantera rosa*. También prestó su encanto a muchas películas de guerra genéricas, pero la más importante fue el western de Sergio Leone *Érase una vez en el Oeste* (1968), donde personificó la fusión ítalo-estadounidense del film como Jill, una mujer fuerte con un pasado.
De vuelta en Italia, actuó junto a leyendas de su país, como Franco Nero y Alberto Sordi. Otro papel galardonado fue su interpretación de la amante de Benito Mussolini en *Claretta* (1984).
Cardinale fue una presencia increíble y vívida –y un icono del cine italiano y de Hollywood.
