Rafael Abuchaibe
BBC News Mundo
Mauricio Hoyos
Mauricio Hoyos ha pasado 30 años estudiando el comportamiento de diferentes especies de tiburones.
Mauricio Hoyos aún recuerda la presión que las mandíbulas de una hembra de tiburón de Galápagos, de más de 3 metros de largo, ejercieron sobre su cráneo.
El animal se lanzó hacia él con una velocidad asombrosa, dándole apenas tiempo de agachar la cabeza en un último esfuerzo para proteger su vena yugular.
“Cuando cerró su mandíbula, sentí la presión del mordisco, y luego, después de lo que creo que fue un segundo, la abrió otra vez y me soltó,” comentó Hoyos a BBC Mundo desde su casa en Baja California, México, poco más de un mes después de sobrevivir al incidente.
Hoyos, un biólogo marino con más de 30 años de experiencia estudiando tiburones en su habitat natural, estaba en un viaje de investigación en Costa Rica cuando fue atacado por el tiburón en septiembre.
A menos de dos meses del suceso, y todavía con las cicatrices del ataque en su rostro, describe su recuperación como “increíble” – y dice que incluso espera encontrarse con su agresora nuevamente.
Hoyos llama a la mordedura del tiburón “una cicatriz de batalla que parece branquias”.
Para Hoyos, lo que le pasó ese día en las aguas de la Isla del Coco es el resultado del comportamiento normal de un animal cuando se enfrenta a una amenaza percibida.
“En este caso, esta mordida fue como la de un perro”, dice.
“¿Has visto cómo los perros, cuando otro perro se acerca mucho, dan un mordisco rápido? No lo lastima, pero calma al otro perro.”
A Hoyos – quien junto a sus colegas coloca etiquetas acústicas a los tiburones para ayudar a localizar sus áreas de apareamiento y desove como parte de su trabajo – los turistas le avisaron de la presencia del tiburón en el agua.
Estaba a una profundidad de 40 metros, y Hoyos le dijo al capitán del barco en el que estaba que estaría allí “por un máximo de cinco minutos”.
Luego entró al agua y comenzó su lento descenso.
**Imágenes Getty**
Los tiburones de Galápagos pueden crecer hasta 3 metros de longitud.
Hoyos recuerda encontrarse con el tiburón: “Esta hembra gigante, que medía entre 3 y 3.5 metros, pasó nadando y se dirigió hacia el fondo, y yo me posicioné para etiquetarla en la base de su aleta dorsal”.
Pero Hoyos, quien ha etiquetado muchos tipos de tiburones en su carrera de décadas, dice que este animal reaccionó de forma diferente a los demás.
“Obviamente la punta – la punta de metal unida al cable que cuelga de la sonda – entra, y a diferencia de los otros tiburones que he etiquetado que huyen inmediatamente, ella se da la vuelta y me mira fijamente”, recuerda.
“Vi su pequeño ojo mirándome, y la vi darse la vuelta con mucha calma.”
Hoyos y sus colegas marcan a los tiburones con sondas como esta.
Hoyos dice que mantuvo la mirada del tiburón mientras este se alejaba nadando – pero entonces, de repente, de la nada, se lanzó contra él.
“Bajé la cabeza, y lo que sentí fue su mandíbula inferior clavándose en mi mejilla y su mandíbula superior en mi cabeza. Estuve ahí, me imagino que por un segundo, no más, dentro de su boca, y luego simplemente la abrió otra vez.”
“Cuando la cerró, sentí la presión del mordisco, y luego simplemente me soltó”, comenta con asombro.
Los 29 dientes aserrados del tiburón de Galápagos no solo dejaron a Hoyos con heridas profundas en la cara y la cabeza, sino que también cortaron la manguera de oxígeno de su equipo de buceo.
Había sobrevivido al ataque del tiburón pero todavía estaba en peligro mortal.
Además, uno de los dientes le había roto las *gafas* de buceo, y el agua teñida de sangre nublaba aún más su ya limitada visibilidad.
“Cuando me di cuenta de que no salía aire de la manguera, agarré una segunda que tenemos, que llamamos octopus, que se usa para darle aire a otra persona si lo necesita”, le cuenta a BBC Mundo.
“Pero luego me di cuenta de que el regulador no funcionaba y estaba soplando aire en vez de regularlo, así que tuve que recordar mi entrenamiento y comenzar a regularlo con mis labios.”
Sangrando, ciego y con el aire escapándose, Hoyos calculó que tenía menos de un minuto para llegar a la superficie.
“Como no podía ver nada, lo que hice fue buscar la luz que sabía que era la superficie. Empecé a nadar hacia arriba, de una manera muy coordinada, porque quería evitar movimientos erráticos que atraerían al tiburón.”
**Mauricio Hoyos**
Hoyos tuvo que usar todas las lecciones aprendidas durante años de buceo para sobrevivir al ataque.
Después de que Hoyos llegó a la superficie, un joven lo subió al bote, y cuando el capitán vio su estado, llamó a la estación de guardaparques para informar del incidente.
Hoyos explicó que no sintió el dolor de sus heridas hasta mucho más tarde.
“Obviamente, tenía adrenalina en mi sistema, pero la mordida no dolió tanto. Lo que más dolió fue el impacto: cuando el tiburón me mordió – un animal de 3 metros de largo y a esa velocidad – fue como ser golpeado por un coche. De hecho, terminé con un moretón enorme en toda la mandíbula; pensé que estaba rota.”
Cuando atracaron, un equipo de paramédicos estaba listo para brindarle atención de emergencia.
Hoyos tuvo suerte: además de sobrevivir al ataque y al ascenso posterior, ninguna de sus heridas se infectó, y el proceso de cicatrización tomó menos tiempo de lo que nadie podría haber imaginado.
“Los médicos me dijeron que fue increíble: el ataque ocurrió el 27 [de septiembre], tuve un viaje de 34 horas, me hicieron un desbridamiento quirúrgico [removiendo el tejido dañado], y dos días después ya evaluaban si podían hacerme la cirugía reconstructiva.”
Pudo haber sido mucho peor para Hoyos.
Según los médicos, un joven que sobrevivió al ataque de un tiburón de Galápagos en la misma zona en 2017 tuvo que permanecer en una cámara hiperbárica por casi un mes porque sus heridas no sanaban correctamente.
“Me dijeron que mi recuperación había sido increíble. Después de la cirugía, los médicos me confessaron lo preocupados que habían estado por una infección, porque al estar en mi cara, era un camino directo al cerebro,” explicó Mauricio Hoyos.
Sonriendo ampliamente, Hoyos añade que ya está planeando regresar al agua y tiene un viaje de buceo reservado para el 14 de noviembre.
Además, dice que después de haber sobrevivido un ataque de esta magnitud, tiene aún más respeto por los animales que estudia.
“Mucha gente cree que los océanos estarían mejor sin tiburones, pero en realidad dicen eso porque no entienden el papel crucial que los tiburones juegan en mantener su delicado equilibrio.”
Señalando la gran cicatriz en su mejilla, comenta: “Esta es la prueba de que esta hembra me perdonó la vida; no puedo decirlo de otra manera. Y esto me permitirá seguir hablando bien de los tiburones y abogando por su conservación en el futuro.”
Mientras tanto, el tiburón de Galápagos que tuvo a Hoyos en sus fauces sigue su vida natural en las profundidades, y él espera verlo otra vez. Y como pudo marcarlo antes de que lo atacara, esa posibilidad existe.
“En enero voy a la Isla del Coco, tenemos un viaje del 20 al 27. Y obviamente voy a Roca Sucia [donde ocurrió el ataque], voy a bucear allí,” afirma, sin inmutarse.
