Golliwog tiene la ambientación de una película de terror: cuerdas disonantes, como uñas en una pizarra, forman la base de la canción Star87; gritos agonizantes se muestrean a lo largo de la pista; de vez en cuando, un zumbido ominoso llenará una canción hasta el punto de abrumar. Solo en ese nivel, el último álbum del ícono underground de Nueva York Billy Woods sería un logro en diseño de sonido, y uno de los discos más fascinantes y perturbadores del año. Por supuesto, tratándose de un disco de Billy Woods, eso es solo rascar la superficie.
La estética de terror de Golliwog es un contrapunto a sus historias de pesadillas reales y cotidianas. A través de muestras, versos de invitados y sus propias letras, Woods desentierra innumerables imágenes de inhumanidad: historias de métodos de tortura de la CIA, “12 mil millones de dólares flotando sobre la Franja de Gaza”, una clase de “zombis” profesionales dispuestos a hacer la vista gorda ante la clase trabajadora que hace posible el lujo.
Es más pesado, aunque solo ligeramente, que la producción habitual de Woods. Aún encuentra tiempo para momentos de belleza en medio de la desolación: el hermoso saxofón que termina en Maquiladoras; la muestra de sintetizador difusa en Pitchforks & Halos; la base en Make No Mistake que se siente casi adyacente a la música de baile. Pero Golliwog está dominado por el trauma heredado y el terror sancionado por el estado, y Woods lo evalúa todo con una claridad horrible. Podrías llamarlo un álbum de casa embrujada, pero eso sería optimista; sería difícil creer que Woods ve una salida clara.
