Análisis de ‘Niña de Nadie’ de Virginia Roberts Giuffre: una devastadora crónica sobre el poder, la corrupción y el abuso

Hay un tema central que recorre *Nobody’s Girl* – las memorias de Virginia Roberts Giuffre, quien falleció por suicidio en abril de este año – donde la activista y sobreviviente de Jeffrey Epstein se enfrenta a algo más insidioso que el abuso. “Sé que es mucho para asimilar,” escribe después de un pasaje agotador que detalla como fue abusada sexualmente de niña. “Pero por favor no dejen de leer.” Después de relatar la primera vez que Epstein supuestamente la obligó a tener sexo con uno de sus amigos billonarios, ella escribe: “Necesito un respiro. Apuesto a que ustedes también.”

A lo largo del libro, Giuffre hechiza, se disculpa y rompe alegremente la cuarta pared en un esfuerzo por suavizar la aversión que supone que su historia desencadenará. No hay que equivocarse: este es un libro sobre poder, corrupción, abuso sexual a escala industrial y la forma en que las instituciones se pusieron del lado del perpetrador en lugar de sus víctimas. Epstein se suicidó en la cárcel mientras esperaba su juicio en 2019 y Ghislaine Maxwell, su cómplice, cumple una condena de 20 años por tráfico sexual, resultados posibilitados en gran parte por el testimonio de Giuffre. Pero también es un libro sobre cómo una mujer joven se convierte en heroína. Y sin embargo, aquí está ella, teniendo que cautivarnos para que no nos alejemos horrorizados.

Por supuesto, estas suposiciones suyas no estan equivocadas. Giuffre, que tenía 41 años cuando murió y cuyo hábil e inteligente libro fue coescrito con la periodista Amy Wallace, sabe que ser víctima de violencia sexual significa, en el mejor de los casos, ser compadecida y, en el peor, ser despreciada. Me acerqué a *Nobody’s Girl* con dos preguntas. Primero, ¿ofrece alguna perspectiva sobre la llamada “lista de Epstein”, el catálogo de hombres prominentes a quienes Giuffre y otras fueron traficadas? Lo más cerca que estamos de una nueva acusación es la descripción de Giuffre de uno de los muchos hombres con los que Epstein la obligó a tener sexo como un “político” y “ex ministro”, que la asfixió y golpeó casi hasta la inconsciencia, pero que, escribe, es demasiado poderoso para nombrar.

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Segundo, ¿el libro complica la vida de Ghislaine Maxwell, actualmente en una prisión de baja seguridad en Texas y tratando de congraciarse con el presidente Trump para que reduzcan su sentencia? En este aspecto, el relato de Giuffre debe alejar la posibilidad de un indulto aún más lejos. Fue Maxwell – o “G Max” como insistía que las chicas la llamaran – quien vio a Giuffre trabajando como asistente en el vestuario de Mar-a-Lago a los 16 años en el 2000, y la llevó a la casa de Epstein para ser “entrevistada” como posible masajista. Giuffre fue forzada a tener sexo con Epstein ese mismo día y tanto entonces como en agresiones posteriores, Maxwell participó. “Maxwell comenzó a agredirme durante nuestros tríos,” escribe Giuffre. “Si me quejaba, me lastimaba más.”

Esto me lleva a una tercera pregunta: dada su naturaleza punzante, ¿por qué leer este libro? He escuchado a más de una persona decir que “no tiene el estómago” para ello – una frase que ninguna víctima necesita oír – pero aunque el libro es implacablemente y sorprendentemente duro, también es un relato lúcido y necesario de cómo operan los agresores sexuales. El mayor temor de Giuffre – que ser violada y traficada la coloca más allá del alcance empático de la mayoría de la gente – no es, de hecho, lo que sucede. La narrativa hace lo que una declaración jurada no puede, llevándonos a la habitación con ella. El libro le da vida al estatus legal de Giuffre como víctima, mostrándonos a una chica como cualquiera que conocemos, como nosotros, y revitalizando la realidad de aquellos que son traficados mientras están “libres” para irse.

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Abusada desde los seis años, para cuando conoció a Epstein, Giuffre escribe: “Había sido sexualizada contra mi voluntad y había sobrevivido aquiesciendo. Era una persona complaciente, incluso cuando complacer a otros me costaba caro. Durante 10 años, los hombres habían envuelto su abuso en una falsa capa de ‘amor’. Epstein y Maxwell sabían exactamente cómo aprovecharse de esa misma vena torcida.”

Los recuerdos de Giuffre sobre el Príncipe Andrés, con quien supuestamente fue obligada a tener sexo tres veces – una vez en el contexto de una orgía en la isla de Epstein – lo presentan bajo una luz aún más bufonesca y grotesca. “Nos desvestimos y nos metimos en la bañera, pero no estuvimos allí mucho tiempo porque el príncipe estaba ansioso por llegar a la cama… En mi memoria, todo duró menos de media hora.” El Príncipe Andrés niega las acusaciones de Giuffre.

Con respecto a los visitantes casuales de la mansión de Epstein en Nueva York, me gustaría preguntar: ¿quiénes carajo creían que era la chica de 17 años en la mesa? ¿Qué pensaban que ella estaba haciendo allí? Solo Melinda Gates, quien se reunió con Epstein una vez y lo citó como un factor en la ruptura de su matrimonio con Bill Gates, intuyó lo que aparentemente ninguno de estos pudo señalar. Giuffre cita una declaración de Gates después de su encuentro con Epstein: “Me arrepentí en el segundo que entré por la puerta. Era aborrecible. Era la personificación del mal.” Una percepción que evidentemente escapó a genios como los profesores del MIT a los que Epstein continuó asesorando mucho después de convertirse en un agresor sexual convicto.

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Giuffre estaba con razón orgullosa de haber hecho rendir cuentas a Epstein y Maxwell. Y aún así, para cualquier sobreviviente de violencia sexual, el costo de la recuperación – y mucho menos de enfrentar a sus agresores frente al mundo – puede ser increíblemente alto. Al principio del libro, Amy Wallace comparte detalles de los difíciles últimos meses de Giuffre. El 1 de abril, Giuffre le escribió a Wallace: “Es mi más sincero deseo que este trabajo sea publicado, independientemente de mis circunstancias en ese momento.” Tres semanas después, fue encontrada muerta en su remota granja australiana. En una demanda que Giuffre presentó contra Epstein en el 2009, sus abogados declararon que las lesiones que sufrió como resultado de su abuso incluían “una pérdida de la capacidad para disfrutar de la vida”. Lo mismo podría decirse de este importante, valiente y trágicamente póstumo libro.