Kirsty Redford: Por qué dejé de creer en los propósitos de Año Nuevo

Año nuevo, tú nuevo. Un comienzo fresco. Arreglar todo.

Enciendes la televisión, scroleas el teléfono, abres una revista y te dicen exactamente en quién te deberías convertir para enero. Más en forma. Más organizado. Más disciplinado. Más seguro. Más exitoso.

Y durante mucho tiempo, me lo creí completamente.

Solía poner propósitos de Año Nuevo cada año. Escribía listas, hacía planes y me prometía que este sería el año en que todo por fin encajaria. Sería más productiva, más centrada, más como la versión de mí misma que pensaba que debía ser.

Y cada año, a las pocas semanas, pasaba lo mismo. La vida se ponía ajetreada. Fallaba un día, luego otro. La motivación bajaba. Y la voz interior aparecía, diciéndome que había fallado otra vez.

Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que el problema no era la fuerza de voluntad. Era la razón detrás del propósito.

Cuando miro atrás ahora, la mayoría de mis propósitos no eran sobre crecimiento. Eran sobre arreglarme a mí misma. Sobre no sentirme suficiente. Sobre intentar convertirme en alguien que pensaba que debía ser, en vez de entender lo que realmente necesitaba.

Hubo un año en que decidí que tenía que cambiar mi rutina completamente. Madrugar más. Más productividad. Más disciplina. En la superficie, parecía positivo. Pero en el fondo, estaba impulsado por la frustración y la comparación. Me sentía atrasada. Sentía que todos los demás tenían la vida resuelta y yo no.

Los objetivos construidos sobre ese tipo de presión no te dan energía. Te agotan.

A través de mi propio camino, y de trabajar con personas durante años, he aprendido esto. El cambio que perdura se construye sobre el autorrespeto, no la autocrítica.

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La mayoría de los propósitos de Año Nuevo no tratan realmente sobre la meta. Tratan sobre la emoción.

Cuando quería ser más disciplinada, lo que realmente quería era calma.

Cuando quería hacer más, lo que realmente quería era claridad.

Cuando quería cambiarlo todo, lo que necesitaba era alivio.

Una vez que entendí eso, todo cambió.

Dejé de hacer propósitos y empecé a elegir una dirección.

En vez de preguntarme qué necesitaba arreglar, empecé a preguntarme cómo quería sentirme. Y luego construí acciones pequeñas y realistas que apoyaran ese sentimiento.

Esta es la razón por la que tantos propósitos no se mantienen. Se crean desde la culpa, la presión o la comparación. Y el sistema nervioso no cambia bajo presión. Lo resiste.

Así que aquí hay una forma diferente de abordar el año nuevo.

En vez de preguntar

“¿Qué quiero cambiar?”

intenta preguntar

“¿Qué espero que este cambio me dé emocionalmente?”

Confianza. Calma. Seguridad. Libertad. Orgullo.

Cuando sabes el sentimiento que realmente buscas, puedes crear hábitos que lo apoyen en lugar de castigarte para lograrlo.

Antes de terminar, quiero dejarles algo práctico. Algo que puedes hacer hoy.

Toma un papel y escribe esta frase arriba:

Este año, elijo ser alguien que…

Luego complétala de una manera que se sienta de apoyo, no demandante.

Alguien que es más amable consigo mismo. Alguien que cumple sus planes más a menudo.

Alguien que descansa sin culpa. Alguien que habla más pronto.

Alguien que sigue adelante, incluso cuando se siente incómodo.

Mantenlo enfocado en quién te estás convirtiendo, no en lo que crees que necesitas arreglar.

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Pon el papel en un lugar que veas regularmente. Una mesilla de noche. Un cajón. La nevera. Léelo a menudo. Deja que tus acciones crezcan desde esa identidad, en vez de desde la presión.

Un cambio fuerte comienza con un diálogo interno fuerte. Y esa es una forma mucho mejor de comenzar un año nuevo.

Nos vemos la próxima semana,

Kirsty

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