Crítica: ‘Bring Them Down’, el debut cinematográfico de Christopher Andrews

La película de estreno de Christopher Andrews, *Bring Them Down*, transforma disputas rurales pequeñas en una enemistad sangrienta total entre dos familias de pastores en los paisajes austeros del oeste de Irlanda. Protagonizada por Christopher Abbott como el sombrío Michael y Barry Keoghan como el volátil Jack, la película profundiza en el trauma generacional, los rencores infundados y el ciclo inescapable de la violencia, todo ambientado en un trasfondo de colinas compartidas y medios de vida que disminuyen.

Abbott y Keoghan ofrecen actuaciones poderosísimas. Abbott, dominando tanto el acento irlandés como el diálogo en gaélico, transmite el sufrimiento silencioso y la capacidad latente para la brutalidad de Michael con una intensidad sutil, mientras que Keoghan aporta una vulnerabilidad cruda a Jack, capturando su inmadurez juvenil y desesperación, a pesar de ser un poco mayor de lo que sugiere el personaje.

Uno de los elementos más destacados de la pelicula es la banda sonora —una mezcla pulsante y percusiva de ritmos y instrumentación tradicional que es el latido bajo la tensión. Este diseño de sonido único aumenta la inquietud, contrastando el campo sereno con una corriente subterránea de fatalidad inminente.

Andrews estructura la narrativa con inteligencia: la primera mitad se desarrolla principalmente desde la perspectiva de Michael, generando suspense sobre las amenazas percibidas, mientras que la segunda reelabora los acontecimientos mediante los ojos de Jack. Este doble punto de vista revela malentendidos y recuerdos distorsionados, enriqueciendo la historia sin excusar la crueldad creciente.

Lo que hace de *Bring Them Down* una película difícil de ver es su brutalidad implacable, incluyendo violencia simulada hacia animales—ovejas mutiladas y eutanasias—que se siente visceral y necesaria para la dureza rural, aunque pueda angustiar a espectadores sensibles. La miseria se acumula sin descanso, retratando personajes atrapados en el aislamiento, el ego y la amargura heredada, donde la venganza no ofrece ninguna satisfacción.

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Al final, Andrews crea una tragedia lúgubre y matizada que recicla temas familiares de violencia engendrando violencia, pero con una especificidad cultural refrescante—parcialmente en irlandés y arraigada en el legado paternal. Es un estreno sólido y atmosférico que golpea fuerte sobre el trauma y los fallos de comunicación, incluso si no siempre impacta con máxima fuerza entre la penumbra repetitiva. Una adición convincente, aunque pesimista, al cine irlandés moderno.

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