El mensaje navideño del Rey conmemoró cincuenta años de democracia, instando a la unidad, el diálogo y la confianza, advirtiendo contra la polarización, el extremismo y la desinformación, y haciendo un llamamiento a los españoles para proteger juntos la convivencia democrática.
Palacio Real de Madrid, 24 de diciembre de 2025
Buenas noches.
Hace cuarenta años, en esta misma Sala de Columnas del Palacio Real de Madrid, se firmó el tratado que marcó la entrada de España en las Comunidades Europeas. Este año también conmemoramos el cincuenta aniversario del inicio de nuestra Transición democrática. Estos dos hitos me inspiran, en esta Nochebuena, a hablarles sobre la convivencia —sobre nuestra convivencia democrática— mediante una reflexión sobre el camino recorrido y con confianza en el presente y el futuro.
La Transición fue, ante todo, un acto colectivo de responsabilidad. Surgió de una determinación compartida por construir un futuro de libertad mediante el diálogo. Quienes guiaron aquel proceso consiguieron que el conjunto de los españoles fuese el verdadero artífice de su propio porvenir, asumiendo plenamente su poder soberano.
A pesar de las diferencias y las incertidumbres, superaron el desacuerdo y transformaron la duda en un firme cimiento —sin ninguna garantía de éxito. Ese valor —avanzar sin certezas, pero unidos— constituye una de las lecciones más valiosas que nos legaron.
De aquel impulso nació nuestra Constitución de 1978: un marco compartido de objetivos sobre el que se construye nuestro presente y nuestra forma de convivir; un marco lo suficientemente amplio como para acogernos a todos en nuestra diversidad.
Nuestra decisión de sumarnos al proceso de integración europea fue el otro paso decisivo y vigorizante. También fue fruto de un compromiso colectivo: el de un país decidido a cerrar un capítulo de prolongado alejamiento de una Europa con la que compartimos principios, valores y una visión común de futuro. Europa trajo consigo no solo modernización y progreso económico y social; también robusteció nuestras libertades democráticas.
Esta perspectiva histórica nos recuerda que España ha experimentado en las últimas cinco décadas una transformación sin precedentes —una que consolidó la democracia, el pluralismo político, la descentralización, la apertura al mundo y la prosperidad.
Nuestra sociedad se configura por generaciones que recuerdan la Transición y por otras que no la vivieron y que han nacido y se han formado en democracia y libertad. Generaciones mayores que han sido testigos de cambios profundos; adultos que trabajan sin descanso para conciliar responsabilidades profesionales, familiares y personales; y jóvenes que afrontan ahora nuevos retos con iniciativa y compromiso.
Todos ellos son imprescindibles para un progreso justo y cohesionado. Y a todos ellos me dirijo.
Vivimos tiempos exigentes. Muchos ciudadanos perciben que el encarecimiento de la vida limita sus oportunidades; que el acceso a la vivienda se interpone en las aspiraciones de los jóvenes; que los cambios tecnológicos acelerados generan incertidumbre laboral; o que los fenómenos climáticos son cada vez más decisivos y, en ocasiones, trágicos.
Enfrentamos numerosos desafíos. Los ciudadanos también intuyen que la tensión en el debate público genera desgaste, desilusión y desapego —realidades que no pueden resolverse con retórica ni voluntarismos.
En estos cincuenta años, España ha demostrado reiteradamente que puede responder a retos internos y externos cuando hay determinación, perseverancia y una visión compartida del país. Lo hemos visto durante crisis económicas, emergencias sanitarias y desastres naturales, y lo vemos cada día en el trabajo callado y responsable de millones de personas.
España ha avanzado siempre que hemos hallado objetivos comunes que perseguir. Y en el núcleo de todo proyecto compartido yace la convivencia —el fundamento de nuestra vida democrática. Quienes nos precedieron supieron construirla incluso en circunstancias difíciles, como hicieron hace cincuenta años.
Pero la convivencia no es una herencia perenne. Es frágil y requiere ser alimentada a diario. Por eso, cada uno de nosotros ha de asumir la responsabilidad de preservarla. Y para ello, necesitamos confianza.
En el mundo turbulento de hoy —donde el multilateralismo y el orden global están bajo presión— las sociedades democráticas atraviesan una crisis de confianza preocupante. Esto afecta profundamente a la moral pública y a la credibilidad de las instituciones.
El extremismo, el radicalismo y el populismo medran ante esta falta de confianza, en la desinformación, la desigualdad, el descontento con el presente y la incertidumbre sobre el futuro.
No basta con decir que ya hemos pasado por esto o que ya sabemos cómo terminan esos capítulos de la historia. A todos nos corresponde salvaguardar la confianza en nuestra convivencia democrática. Preguntémonos —sin señalar a nadie— qué puede hacer cada uno para fortalecerla y qué líneas rojas jamás deben traspasarce.
Hablo de diálogo, porque las soluciones requieren la participación, la responsabilidad y el compromiso de todos. Hablo de un lenguaje respetuoso y de saber escuchar; de una conducta ejemplar de todas las autoridades públicas; de empatía; y de situar la dignidad humana —especialmente la de los más vulnerables— en el centro de todo discurso y toda política.
En esta Nochebuena, recordemos que en una democracia nuestras ideas nunca pueden ser dogmas, ni las de los demás una amenaza; que progresar significa avanzar mediante acuerdos y consensos en una misma dirección —no avanzar a costa del retroceso del otro; y que España es, ante todo, un proyecto compartido: una forma de articular aspiraciones individuales en torno a una comprensión común del bien público.
Cada época tiene sus desafíos. No existen caminos fáciles. Los nuestros no son ni más fáciles ni más duros que los que afrontaron nuestros padres o abuelos. Pero poseemos un gran activo: nuestra capacidad para recorrer ese camino juntos.
Hagámoslo con la memoria de estos cincuenta años y con confianza. El miedo solo construye barreras y genera ruido, y las barreras y el ruido impiden comprender la realidad en toda su complejidad.
Somos un gran país. España es rica en iniciativa y talento, y creo firmemente que el mundo necesita —ahora más que nunca— nuestra sensibilidad, creatividad, capacidad de trabajo, sentido de la justicia y la equidad, y nuestro firme compromiso con Europa, sus principios y sus valores.
Lograremos nuestros objetivos, con aciertos y errores, si los perseguimos unidos —participando con orgullo en este proyecto compartido de vida que es España.
Con la convicción de que seguiremos avanzando juntos, les transmito mis más cordiales deseos para estos días y para el año que comienza, junto con los de la Reina y nuestras hijas, la Princesa de Asturias, Leonor, y la Infanta Sofía.
Feliz Navidad a todos.
Eguberri on. Bon Nadal. Boas Festas.
