Pocas enfermedades impactan tantas vidas como el Alzheimer. Durante demasiado tiempo, el diagnóstico se ha percibido como un veredicto devastador que conducía a un declive inevitable, dejaba poco tiempo para el tratamiento y suponía una carga pesada para las familias. Esta sensación de futilidad ha disuadido tanto a pacientes como a médicos de realizar pruebas hasta que los síntomas son innegables. Esa mentalidad debe cambiar.
En solo los últimos dos años, el progreso se ha acelerado más que en las dos décadas previas. Nuevos fármacos como Lequembi y Kinsula actúan sobre una parte de la biología de la enfermedad, ralenteciendo el deterioro cognitivo en aproximadamente un tercio en ensayos clínicos. Casi otras 140 terapias están en desarrollo, con más de 200 ensayos globales en marcha. Tratamientos que alguna vez se creyeron imposibles se están haciendo realidad.
Pero la verdadera revolución está ocurriendo en el diagnóstico. Hace solo 25 años que los primeros biomarcadores de imagen pudieron detectar la enfermedad en pacientes, y en ese tiempo, la imagenología ha avanzado, se han descubierto pruebas de líquido cefalorraquídeo y los biomarcadores sanguíneos han entrado en la práctica clínica en los últimos siete años.
El Alzheimer es una enfermedad de copatologías: las proteínas amiloides forman placas y las proteínas tau mal plegadas forman ovillos en el cerebro, ambos constituyendo los sellos distintivos de la enfermedad. Con el avance más reciente, un análisis de sangre puede ahora medir la actividad patológica de la tau mal plegada, ofreciendo una indicación clara de neurodegeneración relacionada con el Alzheimer. En consecuencia, estamos a punto de transformar el diagnóstico del Alzheimer de una formalidad en etapas tardías a una oportunidad de detección temprana donde las intervenciones pueden marcar la mayor diferencia.
Ya hemos visto esta historia antes. La introducción de Cologuard facilitó y hizo menos invasivo el cribado del cáncer de colon, aumentando la participación de los pacientes en su propio cuidado. Las tomografías de calcio coronario reformularon la prevención de cardiopatías, transformando el riesgo invisible en evidencia visible. De manera similar, los análisis de sangre accesibles para el Alzheimer pueden cambiar comportamientos, motivando un cribado más temprano, superando la negación y permitiendo tratamiento y cambios en el estilo de vida antes de que los síntomas se afiancen.
La necesidad de urgencia es clara. Para 2030, los estadounidenses mayores de 60 superarán en número a los niños menores de 5 y se estima que para 2050 entre 13 y 14 millones de estadounidenses tendrán Alzheimer si no se encuentra una cura. El Alzheimer ya le cuesta a la nación más de 360 mil millones de dólares anuales. Sin una detección y acción más tempranas, los costos financieros y emocionales del impacto de la enfermedad se dispararán. Las familias merecen más que diagnósticos impulsados por la crisis que les dejan poco tiempo para prepararse.
La investigación muestra los beneficios de la intervención temprana. El estudio estadounidense POINTER, el ensayo sueco FINGER y los análisis de la Comisión Lancet señalan elecciones de estilo de vida —dieta saludable, ejercicio regular, socialización y control de la hipertensión— que pueden reducir el riesgo o ralentizar el deterioro cognitivo hasta en un 25%. Combinar estos enfoques con tratamientos clínicos que son más efectivos antes del deterioro cognitivo ofrece la defensa más sólida contra la enfermedad hasta la fecha.
Críticamente, la detección temprana transforma cómo pacientes y familias experimentan la enfermedad. Un diagnóstico oportuno permite a las familias planificar, tomar decisiones informadas y acceder a recursos. Reemplaza el shock y la impotencia con empoderamiento. Cuando los pacientes y cuidadores ven que las pruebas conducen a pasos accionables, el estigma de la futilidad del Alzheimer se debilita.
Igualmente importante, a medida que surgen nuevas herramientas diagnósticas, neurólogos y especialistas en demencia enfrentan un aumento creciente de derivaciones para pruebas, diagnóstico y tratamiento. Un análisis sanguíneo preciso que pueda identificar la patología activa de la tau tempranamente —proporcionando una respuesta clara de “sí” o “no”— tiene un inmenso valor clínico. Al permitir detectar la patología tau relacionada con el Alzheimer antes de que aparezcan síntomas, las pruebas tempranas capacitan a los clínicos para cribar eficientemente, priorizar a aquellos con mayor riesgo y agilizar derivaciones para evaluación neurológica y planificación del cuidado.
Las condiciones del mercado para tal cambio ya están establecidas. En una encuesta nacional a principios de este año, la Asociación de Alzheimer encontró que casi el 80 por ciento de los encuestados estaban interesados en saber si tenían la enfermedad antes de que comenzara a afectar la vida diaria y estarían abiertos a pruebas proactivas sin esperar a que su médico se lo recomendara. Más impresionantemente, el 90 por ciento dijo que estaría interesado en iniciar un tratamiento para frenar la progresión de la enfermedad.
Para aprovechar este momento, debemos integrar el cribado sanguíneo del Alzheimer en la atención médica convencional. Eso significa educar a los médicos que aún puedan dudar en recomendar pruebas, actualizar las guías para reflejar la evidencia emergente y asegurar que el costo no sea una barrera.
Nos encontramos en un punto de inflexión. El Alzheimer y otras demencias roban a los estadounidenses mayores no solo la memoria, sino también la independencia y la dignidad, erosionando el tejido de familias y comunidades. Ahora, por primera vez, tenemos las herramientas para detectar la enfermedad más temprano, actuar más pronto y cambiar su trayectoria.
El conocimiento es poder. Con un cribado accesible, los síntomas más severos del Alzheimer no tienen por qué seguir siendo un destino ineludible. Pacientes, familias y médicos por igual deben elegir utilizar estas herramientas hoy —antes de que los síntomas aparezcan— para que las generaciones futuras hereden no miedo, sino esperanza.
Foto: wildpixel, Getty Images
John Forrest es CEO y cofundador de Veravas, Inc. Es un empresario experimentado con más de 30 años en tecnología de la información sanitaria, innovación y comercialización de tecnologías avanzadas. Ha dedicado su carrera a crear soluciones que mejoran la industria sanitaria y marcan una diferencia positiva en la salud humana. John ha dirigido con éxito múltiples empresas de alto crecimiento, ha sido reconocido en la lista Inc. 500 de empresas de crecimiento más rápido y es ganador de un Premio Stevie por diseño de aplicaciones empresariales. Con una dedicación inquebrantable a mejorar la atención médica, hoy lidera al equipo de Veravas en la creación de soluciones pioneras de detección temprana de enfermedades que benefician a personas en todo el mundo.
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