Reseña de la quinta temporada de ‘Emily en París’: Minnie Driver es justo lo que esta obra maestra _camp_ necesitaba

“¡Apaga el cerebro y salta!” Eso le dice el londinense Alfie (Lucien Laviscount) a Mindy (Ashley Park), la mejor amiga de su ex Emily, mientras coquetean en una escena de baile picante. Claro que también podría ser una instrucción para los espectadores de la quinta temporada de Emily in Paris. Esta comedia ligera sobre una americana en París, protagonizada por Lily Collins, fue antes criticada por su anglofilia y su visión superficial de la cultura francesa. Pero en estos cinco años se ha convertido en uno de los mayores placeres culposos de la tele: un sueño febril de ropa fabulosa, interesantes amoríos y un constante karaoke gracias a Park, una estrella de Broadway cuyo contrato exige que cante al menos cinco veces por episodio. La ropa ahora es menos extravagante, pero igual de aspiracional, dándole un toque de ADN de *Sex and the City* (ambas las creó Darren Star).

Pero, a diferencia de SATC –cuyo spin-off *And Just Like That* se volvió un desastre–, *Emily in Paris* no tiene peso y es libre de ser tan tonta como quiera. Gran parte de la temporada ni siquiera transcurre en París, pues nuestra protagonista sigue mezclando negocios y placer en Roma con el heredero de cachemira Marcello (Eugenio Franceschini). “¡Ciao y ni hao!”, dice Mindy, quien rechazó ser juez en *Chinese Popstar* (“Prefiero juzgar gente en la vida real”) y ahora va a Italia, justo para ayudar a Emily y su equipo de marketing con algún #contenidopatrocinado (léase: cantar dentro de una copa de martini gigante). Alfie también está en la ciudad: así empieza un romance poco aconsejable que rompe todas las reglas del código entre amigas.

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Vuelve el chef con estrella Michelin Gabriel (Lucas Bravo), y no hace falta saber mucho francés para entender su arrepentimiento instantáneo por seguir a Emily a Roma: “Je pense que c’était une très, très mauvaise idée”. Pero ella ni siquiera sabe que él está ahí: está demasiado ocupada buscando trufas con tacones muy imprácticos, mientras las hermanas de Marcello hacen comentarios burlones de ella en italiano. Al menos Emily sigue siendo una fuerza en el mundo del marketing. En un momento, tiene la increíble idea de untarse las manos con carne de hamburguesa para atraer la atención de un perro, cuyo dueño resulta ser un importante diseñador de moda. ¡Brava!

Spacey socialite … Minnie Driver as Princess Jane in Emily in Paris. Photograph: Giulia Parmigiani/Netflix © 2025

Hay muchísimas caras nuevas, la mejor es la de Minnie Driver como la despistada socialité Princesa Jane, que conoce a todos “desde Fiat hasta Fendi”. Está segura de poder conseguir clientes importantes para la oficina romana de Agence Grateau (por una tarifa). Driver disfruta del tono camp de la serie, saboreando frases como: “Elegiste la ciudad correcta para un affair… diviértete el sábado, confiésate el domingo”. Su personaje también cumple un propósito clave en el mundo de Emily: al conocer sus problemas económicos, se convierte en el conducto para un montón de *product placement*, incluyendo –pero no limitado a– dar un comercial de Peroni en una fiesta.

Quizás sorprendentemente, esta temporada tiene más peso emocional que las anteriores y la sensación de que Emily y sus amigos están madurando. Collins se convirtió en madre este año, y aunque Emily no piensa en hijos, su personaje es definitivamente más maduro: recuerda con nostalgia sus primeros días en París (su “belle époque”); se ofende por una presentación que se burla de sus muchos exes; y se pregunta qué le depara su relación a media distancia. También hay una metáfora (un poco forzada) sobre un bolso falso y qué tan reales son las cosas con Marcello. Sylvie (la siempre excelente Philippine Leroy-Beaulieu) se reconecta con hombres nuevos y con una vieja amiga, mientras Emily considera –quizás por primera vez– que tal vez ella y Mindy ya no sean mejores amigas.

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Uh-oh, trouble ahead … Emily and Mindy (Ashley Park) in Emily in Paris. Photograph: Giulia Parmigiani/Netflix

Antes de que las cosas se pongan muy serias, la serie nos devuelve a lo absurdo y escandaloso, incluido un giro con el nuevo interés amoroso de Sylvie que, aunque predecible, es muy divertido. Bruno Gouery también tiene muchas líneas brillantes y ocurrentes como Luc, el colega de Emily. Solo esperaba ver más de su compañero de agencia Julien (Samuel Arnold), mientras idea una campaña para cambiar la imagen de una marca de agua homofóbica.

Aún así, *Emily in Paris* (y Roma) sigue siendo muy divertida, el tipo de serie que querrás devorar en las fiestas junto a los *mince pies*. Vamos entonces, *allez*: apaga el cerebro y sumérgete de lleno…

La quinta temporada de *Emily in Paris* está en Netflix.

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