Antoni Font Gelabert es un conservacionista marino. Es miembro de la Fundación Marilles, enfocada en la conservación del Mar Balear, forma parte de la junta directiva del grupo ecologista GOB y fue, en su momento, consejero de Greenpeace Internacional.
Como observador del turismo desde hace décadas, su trayectoria revela claramente su postura. Por ejemplo, considera que el turismo es un fenómeno análogo a “un monstruo al que hay que tener enjaulado y alimentar con moderación”.
“La subyugación al turismo solo puede evitarse actuando desde el origen. No conozco un solo caso en que el turismo haya sido diseñado, escalado y puesto al servicio del bien común. Una vez se desborda, sus actores toman el control del relato económico con argumentos como ‘aquí solo se vive del turismo'”.
Esta subyugación, señala, suele llegar desde afuera. “En Baleares fue por los turoperadores del norte de Europa, que concedían créditos para dictar dónde construir hoteles en la costa. No son los locales quienes lo provocan inicialmente, sino agentes externos”. Conoce bien la situación en la isla griega de Lesbos. “Hay un puertito minúsculo y pintoresco, como sacado de un cuento, donde busqué alquilar una habitación sobre una taberna. El encargado era inglés. Por principios, no quise alimentar a la bestia, pues tras tomar un café con él, noté que operaba bajo una lógica específica que consideraba perjudicial para el lugar”.
En las islas griegas existen ciertos ejemplos de cómo es posible convivir con el turismo sin que pierdan su esencia. “Lo que he observado es que el grado de deterioro varía en función del tiempo que lleve presente el turismo en una isla. La proximidad a grandes ciudades o la presencia de un aeropuerto internacional le arrebatan el alma a las islas. Perder su identidad es una función directa de la antigüedad del sistema. No diré, por supuesto, qué isla griega conozco que está menos impactada por el turismo”.
“Si no hay una gestión consciente, es un proceso imparable. Miren Menorca. Creíamos que sería la única que se libraría de la destrucción, porque veíamos a los menorquines como más inteligentes, pero evidentemente no es así. Están a merced de todo lo que ocurre aquí. La isla se ha dejado para el final, como hacemos con la gamba en una paella”.
“El mercado decide qué se come primero. Hay que ser increíblemente rencoroso, decidido y obstinado para destruir una isla como Mallorca. Eso no ocurre por accidente. Con Lesbos pasa lo mismo. No se deteriora en dos días; requiere años de esfuerzo intensivo”.
Sobre el aumento constante de la población y la inversión extranjera en inmuebles en Baleares, Font opina acerca de posibles impuestos para afrontar esta compra foránea: “Prestamos mucha atención al turismo (¡todos somos expertos en turismo!) y hemos empezado a desplegar instrumentos que supuestamente deben controlarlo, como la ecotasa y los límites. Sin embargo, las constructoras y los intermediarios financieros que usan Baleares como bolsa de valores salen impunes. Son los principales atractores de población porque necesitan mano de obra, y tampoco aceptan restricciones, pues se presentan como quienes van a resolver la crisis de vivienda”.
¿Entrará inevitablemente en declive gradual el actual modelo de turismo masivo en las islas? Font no lo cree. “El turismo nace del deseo. Por muy escaso que sea el combustible para aviones y por muy sombrío que sea el panorama ambiental del turismo, el deseo es un factor clave a la hora de priorizar el gasto. ¿Por qué no colapsa todo por escasez, como se ha vaticinado? Porque las prioridades se desplazan según los anhelos de las personas. Viajar es una de las mejores cosas que podemos hacer, pues amplía nuestros horizontes y nos conecta con los demás. La gente está dispuesta a pagar lo que sea”.
