Los videojuegos de skate viven y mueren por su ambiente. Los títulos originales de Tony Hawk’s Pro Skater eran una diversión arcade y anárquica, mientras que el reciente regreso de la amada franquicia Skate de EA ofrecía un realismo competente pero extrañamente corporativo. Skate Story, obra principalmente del desarrollador en solitario Sam Eng, ofrece una interpretación más impresionista que a la vez captura algo del espíritu esencial del deporte. Transpone la acción a un inframundo demoníaco, con una estética que no es de fuego y azufre, sino más bien del vaporwave brillante de los años 2010. También es el juego de skate que se siente más emocionalmente real.
La premisa es ingeniosa: eres un demonio hecho de "dolor y vidrio". Patina hasta la luna y trágatela, dice el diablo, y serás libre. Y eso es exactamente lo que haces. Primero aprendes a hacer el ollie, un "truco delicado y preciso" según el texto del juego. Luego vienen el pop shuvit, el kickflip, el heelflip y más.
Los controles son sencillos: un botón para el ollie. Si mantienes presionado un gatillo, realizas un truco más complejo. Más allá de las visuales impresionantes, lo más impactante es la fluidez exquisita y la deliciosa sensación del skate: cómo las rodillas de este demonio brillante se flexionan lo justo al aterrizar; cómo puedes ver su pie estirarse sobre la tabla para aplicar la fuerza precisa que la hará girar.
La estética vaporwave no es su única elección audaz. Caerás muchas veces en el asfalto lúgubre y, al hacerlo, la acción pasa a primera persona, haciendo que el mundo dé vueltas por una eternidad angustiante. En el camino, conocerás personajes extraños: un conejo místico, una paloma que intenta escribir un guión y un fantasma que pasa el rato en una lavandería.
La acción se divide en dos tipos: túneles lineales y estrechos por los que te lanzas a toda velocidad, y niveles abiertos tipo sandbox. Los primeros son trepidantes y exigen máxima precisión; los segundos, ambientados en visiones nocturnas y pesadillescas de Nueva York, tienen objetivos excéntricos, como perseguir ropa fantasma. Aquí hay espacio para disfrutar de su mecánica de skate, engañosamente profunda.
Poco a poco, surge una melancolía en este universo cristalino. Claro, el skater quiere ser libre del inframundo, pero también parece fascinado por devorar esas lunas. Al encadenar trucos con manuals y grinds, logrando combos cada vez más grandes, surgen preguntas. ¿Por qué tanta hambre? ¿Por qué busca el dolor? En cierto modo, nos recuerda a los riesgos físicos del skate en la vida real.
Estas preguntas, y la tristeza en sus respuestas, distinguen a Skate Story de otros juegos tradicionalmente extravagantes. Más bien, el trabajo de Eng se acerca al aclamado documental Minding the Gap o a la película de Jonah Hill Mid90s.
El resultado es un juego de skate de una poesía poco común. Está la poesía del skate en sí, el milagroso juego entre cuerpo y tabla. Está la poesía real que acompaña el final de cada nivel. Y, finalmente, están las emociones tiernas que se refractan, y parecen amplificadas, con cada truco fallido en esta visión surrealista y reluciente del infierno.
Skate Story ya está disponible, 17.99 libras.
