Dolores del Crecimiento

Tras consagrar la primera parte de su mandato a una consolidación del superávit fiscal, mantenido con éxito y reivindicado en las urnas, el presidente Javier Milei estima que el principal desafío de esta segunda fase es situar a la Argentina en una senda de crecimiento sostenido, con varios factores a su favor: no sólo su reciente mandato electoral facilita el consenso, sino también una oposición debilitada, erosionada continuamente por un macrojuicio por corrupción en curso; el respaldo financiero de una superpotencia mediante un swap cambiario de 20.000 millones de dólares en reserva (aunque un desembolso adicional por un monto similar parece haberse esfumado); y una marea ideológica regional favorable, que todo indica se confirmará en la segunda vuelta del próximo mes al otro lado de la cordillera.

El primer indicador de crecimiento poselectoral publicado fue el dato del 0,5% difundido por la oficina nacional de estadísticas INDEC el pasado martes, correspondiente al complejo tercer trimestre preelectoral de este año, arrojando una tasa interanual del cinco por ciento. El canciller Pablo Quirno se apresuró a pregonar ante la comunidad internacional que la Argentina había logrado lo aparentemente imposible: crecer en un contexto de ajuste, aunque la mayor parte de dicho ajuste se aplicó el año pasado, cuando la economía se contrajo un 1,7%. Además, el cálculo de ese 0,5% distó de ser transparente. Julio se midió inicialmente en -0,1%, pero luego fue “revisado” al alza a +0,1%; agosto registró un crecimiento del 0,3%, que una “corrección” elevó al 0,7%; y septiembre incluso fue positivo. Así, la Argentina evitó técnicamente una recesión, definida como dos trimestres consecutivos de caída. Todavía no se ha demostrado que estas revisiones respondieran a motivaciones políticas más que técnicas, pero por primera vez en casi una década —desde que Mauricio Macri designó al fallecido Jorge Todesca al frente del INDEC al asumir a fines de 2015, mientras que Ámbito Lavagna mantuvo una loable continuidad tanto en el Frente de Todos como en la actual administración— surge la sospecha de una manipulación de las cifras.

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El desafío de un crecimiento sostenido, volviendo a la economía actual más competitiva mediante niveles de productividad sustancialmente mejorados, se plantea como una cuestión de reformas estructurales en los ámbitos laboral, tributario y previsional. No obstante, existen problemas más acuciantes. En primer lugar, una política monetaria poco convincente, incapaz de acumular reservas en el Banco Central tal como exigen enfáticamente el Fondo Monetario Internacional y la mayoría de los economistas para tranquilizar a los acreedores y reducir un riesgo país que se mantiene por encima de los 600 puntos pese al triunfo electoral. Una política monetaria que sólo puede sostenerse mediante controles cambiarios y de capitales permanentes —relajados únicamente para permitir a los individuos viajar al exterior y ahorrar—, mientras las reservas internacionales netas se mantienen en niveles críticos, un vacío que sólo se llena con inyecciones constantes de alrededor de 20.000 millones de dólares —el superávit fiscal del año pasado y un superávit comercial de magnitud similar, el préstamo del FMI de abril y el reciente swap cambiario, todo lo cual parece insuficiente sin el paquete adicional de igual monto— y con tasas de interés prohibitivas cuando esos apoyos faltan, como se evidenció en el tercer trimestre.

Dichas tasas de interés claramente han tenido un coste, pues hoy más empresas solicitan el equivalente argentino del Capítulo 11 que en cualquier momento desde la crisis económica que condenó al gobierno de Macri en 2019. La capacidad ociosa industrial se situó en 38,9% en septiembre, apenas por debajo del 39,2% de hace cinco años, cuando la economía estaba virtualmente paralizada por la pandemia de COVID-19. Por lo tanto, ese crecimiento interanual del cinco por ciento —que en parte recupera la contracción del año anterior— es, en el mejor de los casos, irregular, impulsado por un auge en unos pocos sectores como la energía, la minería y el agro, mientras la industria manufacturera se mantiene casi un 10% por debajo de los niveles de 2023 y la construcción más de un 20% por debajo; los Cuadernos de la corrupción— priorizando la obsesión por el superávit fiscal sobre la urgente necesidad de modernizar las infraestructuras.

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El Gobierno confía en que el rechazo al kirchnerismo, tan claramente reflejado en las elecciones de medio término del mes pasado, le brinde un amplio consenso para sus reformas. Sin embargo, su impulso podría toparse no sólo con el obstruccionismo kirchnerista —aunque éste cuenta con más legisladores que el resto de la oposición—. Mientras el ídolo de Milei, Donald Trump, exhibe un proteccionismo tan estridente ante el mundo, voces tan respetadas del establishment como Paolo Rocca reclaman una política industrial que trascienda las reformas. Cuando la política monetaria es inestable y la economía real está enferma, es imperativo actuar.