En un mundo donde la televisión de realities ya borró los límites entre entretenimiento y ejecución, la película *The Running Man* de Edgar Wright llega a las pantallas como un error en la matrix del cine comercial. Adaptando la novela corta de Stephen King de 1982, *Riddle of the Sands* (publicada bajo su seudónimo Richard Bachman), Wright nos ofrece una persecución de alta velocidad que parece extrañamente hecha para nuestra era de redes sociales. Glen Powell interpreta a Ben Richards, un hombre común desesperado que es lanzado a un programa de televisión global donde los concursantes son cazados por asesinos de élite para divertir a millones. Lo que pudo ser un remake sin sentido del clásico de culto de 1987 con Arnold Schwarzenegger, es en cambio un vibrante homenaje a la visión original de King—ferozmente satírico, sin miedo a emocionar y con el ingenio característico de Wright.
Wright, siempre el maestro del ritmo, sincroniza su dirección con el tic-tac de un reloj. Su edición característica—esos cortes perfectamente medidos que convierten el caos en música—eleva cada persecución a una sinfonía de supervivencia. En el centro de la cacería está Glen Powell, cuyo carisma transforma a Ben Richards de un don nadie a un héroe de acción. Su Ben no es solo un héroe estoico; es un hombre que se desgasta, con cada carrera cargada del peso de su dignidad perdida.
La fisicalidad de Powell destaca en las escenas de riesgo—saltos que desafían la gravedad y peleas que dejan moretones que casi se pueden sentir. Colman Domingo, como el presentador del programa Bobby T, desborda un carisma malvado. Michael Cera, en un papel alegremente desquiciado como un aliado rebelde y hábil con la tecnología, trae el ADN cómido de Wright al frente.
En definitiva, *The Running Man* es el triunfo más popular de Edgar Wright hasta la fecha—un blockbuster que honra sus origines mientras corre hacia el futuro. *The Running Man* ya está en cines.
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