Lo que Trump tomó del manual político de Dick Cheney

Anthony Zurcher
Corresponsal de Norteamérica
BBC

Dick Cheney, el exvicepresidente que falleció el martes, expandió drásticamente los poderes de la presidencia de EE. UU. tras los ataques terroristas del 11 de septiembre. Más de dos décadas después, Donald Trump utiliza las herramientas políticas que Cheney construyó como un instrumento poderoso para impulsar sus prioridades nacionales, a pesar de que ambos tuvieron enfrentamientos personales graves sobre la dirección del Partido Republicano.

La experiencia de Cheney en el gobierno de EE. UU. se remonta a la época de Richard Nixon, y él perfeccionó sus teorías sobre los poderes presidenciales durante décadas de experiencia en los pasillos del poder del Congreso y en múltiples administraciones republicanas.

Como vicepresidente durante el gobierno de George W. Bush, utilizó los ataques de Al-Qaeda al World Trade Center y al Pentágono –el momento de mayor unidad nacional y claridad de propósito desde el ataque japonés a Pearl Harbor en la Segunda Guerra Mundial– para reestructurar los fundamentos de la autoridad ejecutiva.

"Cheney liberó a Bush para luchar contra la ‘guerra al terror’ como mejor le pareciera, impulsados por una creencia compartida de que el gobierno tenía que sacudirse los viejos hábitos de autolimitación", escribe el exreportero del Washington Post Barton Gellman en Angler, su libro del 2008 sobre la época de Cheney como vicepresidente.

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Cheney trabajó como jefe de gabinete en la Casa Blanca para el presidente Gerald Ford en los años setenta.

Ahora, Donald Trump, quien ha heredado esos poderes presidenciales ampliados, los está usando para perseguir su propia agenda política. Es una agenda que ha conmocionado a parte del público estadounidense como lo hizo la de Cheney en su momento, pero que, en ocasiones, ha ido en contra de las políticas y prioridades que Cheney alguna vez apoyó.

Y aunque Trump cita "emergencias nacionales" para justificar sus acciones, no existe nada parecido a la unidad nacional o la sensación de crisis que envolvió a Estados Unidos tras el 11-S.

A pesar de pasar décadas concentrando poder en la Casa Blanca, en sus últimos años Cheney advirtió sobre el peligro que Trump representaba para la nación, particularmente luego de los intentos de Trump de impugnar su derrota en las elecciones presidenciales del 2020. En 2024, Cheney dijo que apoyaba a la demócrata Kamala Harris.

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"Nunca ha habido un individuo que sea una amenaza mayor para nuestra república que Donald Trump", dijo. "Como ciudadanos, cada uno tenemos el deber de poner a la patria por encima del partidismo para defender nuestra Constitución".

Trump, por su parte, llamó a Cheney "el rey de las guerras interminables y sin sentido, malgastando vidas y billones de dólares".

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Los paralelos entre Cheney y Trump y su despliegue expansivo de la autoridad presidencial, sin embargo, se extienden a lo ancho del paisaje político estadounidense: en el uso del poder militar en el extranjero, la capacidad de detener y transportar a no ciudadanos, y en el desarrollo y uso ampliado del poder de vigilancia de EE. UU., incluso enfocándose en amenazas domésticas percibidas.

"Los poderes del presidente para proteger nuestro país son muy sustanciales y no serán cuestionados", dijo Stephen Miller, un asesor de largo plazo de Trump que ahora es subjefe de gabinete, durante una entrevista televisiva en 2017. Es una línea que pudo haber sido dicha por Cheney cuando estaba en la cima de la política estadounidense.

Aunque Trump ha rechazado la política exterior intervencionista de Cheney y la guerra de Irak que este supervisó, él –como Cheney– ha demostrado una voluntad de usar el poder militar estadounidense en el extranjero de maneras que a menudo desacatan los intentos de supervisión.

Lanzó ataques aéreos contra Irán en junio, que justificó con advertencias de una creciente amenaza nuclear de un adversario regional, haciendo eco del mismo razonamiento que usó Cheney al inicio de la guerra de Irak en 2003.

En los últimos meses, el gobierno de Trump ha designado a los traficantes de narcóticos como "combatientes enemigos" y está llevando a cabo una campaña continua de destrucción de barcos sospechosos de tráfico de drogas en aguas internacionales. Los ataques militares letales son necesarios, dicen, para proteger la seguridad nacional estadounidense.

Según un informe del Washington Post, el departamento de Justicia de Trump ha informado al Congreso que la Casa Blanca no necesita aprobación congressional para continuar estos ataques, a pesar de los requisitos que rigen el uso de la fuerza establecidos en la Resolución de Poderes de Guerra de 1974.

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Los críticos acusaron al gobierno de Bush de Cheney de estirar los límites de la Autorización de Uso de Fuerza Militar del 2001 en la "Guerra al Terror" para permitir operaciones militares estadounidenses contra sospechosos de terrorismo en todo el mundo. Ahora Trump usa medios similares –drones y misiles– sin siquiera esa delgada cobertura de aprobación del Congreso.

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Cheney se desempeñó como vicepresidente de George W. Bush entre 2001 y 2009.

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Cheney y George W. Bush saludando a votantes en Michigan durante la campaña presidencial del 2000.

Otro aspecto clave de la política exterior de Cheney fue la dependencia de las "entregas extraordinarias" de sospechosos de terrorismo capturados en el extranjero o en suelo estadounidense para evitar que los tribunales nacionales tuvieran jurisdicción sobre casos individuales.

El gobierno de Bush construyó una instalación masiva en la base militar estadounidense en la Bahía de Guantánamo, Cuba, para retener indefinidamente a esos individuos e hizo acuerdos con gobiernos extranjeros para operar "lugares negros" donde se pudieran realizar interrogatorios sin que los jueces evaluaran la legalidad de las actividades.

Durante su segundo mandato, Trump ha tomado medidas similares para evitar la revisión judicial de sus esfuerzos por detener y deportar a migrantes indocumentados en suelo estadounidense. Ha expandido la instalación de detención en la Bahía de Guantánamo para albergar deportados y ha concretado acuerdos con gobiernos extranjeros para recibir a personas deportadas.

Aunque algunos tribunales estadounidenses han emitido órdenes judiciales para detener las deportaciones, han tenido una capacidad limitada para revisar los méritos de tales acciones.

"La Constitución encarga al presidente, no a los tribunales de distrito federal, la conducción de la diplomacia exterior y la protección de la nación contra terroristas extranjeros, incluso effectuando su expulsión", argumentaron los abogados de Trump en un caso ante la Corte Suprema de EE. UU.

Trump también ha amenazado con usar las capacidades de vigilancia doméstica e investigativa del Departamento de Justicia de EE. UU. que Cheney mejoró y expandió hace más de 20 años para combatir lo que él ha llamado "el enemigo interno".

Mientras el gobierno de Bush usó estos poderes para infiltrarse en comunidades musulmanas sospechosas de albergar puntos de vista extremistas, Trump ha pedido una represión nacional contra el movimiento de izquierda Antifa, de organización flexible, que según él ha recurrido a la violencia en sus manifestaciones contra las políticas de derecha del presidente.

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Los poderes de vigilancia del gobierno también se han enfocado en extranjeros con autorización legal para ingresar a EE. UU. –revocando permisos de residencia y visas de trabajo para aquellos a quienes el gobierno considera que tienen opiniones antiestadounidenses o antisemitas.

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Cheney dirigíendose a las tropas estadounidenses en Irak durante la Guerra del Golfo en 1991.

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El Sr. Cheney (a la derecha) con su esposa, Lynne, en la convención republicana de 2004, acompañados por el presidente George W. Bush y su esposa Laura.

Horas después de la muerte de Cheney el martes, las banderas en la Casa Blanca se bajaron a media asta, una muestra de duelo nacional exigida por la ley federal. Sin embargo, este gesto oculta la dramática división que se formó entre la vieja guardia conservadora de la época de Cheney y el nuevo Partido Republicano que Trump ha moldeado a su imagen.

Aunque los homenajes al difunto vicepresidente han llegado a un ritmo constante, Trump se ha mantenido notablemente en silencio.

El presidente actual no ha dudado en criticar a Cheney y sus puntos de vista de política exterior intervencionista en el pasado. Y chocaba frecuentemente con la hija de Cheney, Liz, quien se convirtió en una crítica vocal de Trump y en 2021 fue vicepresidenta del comité congressional que investigaba su conducta durante el ataque del 6 de enero al Capitolio de EE. UU. por parte de seguidores de Trump.

Trump y Cheney estuvieron en desacuerdo durante la década siguiente a que este último dejara la vida pública por última vez. Esos enfrentamientos, sin embargo, fueron sobre políticas y personalidad. Sobre el poder de la presidencia –el alcance de la autoridad ejecutiva y la necesidad de que la Casa Blanca actúe con fuerza cuando sea necesario– cantaban del mismo himnario.

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