España: un año después de las inundaciones, reconstrucción y memoria

Al caer las primeras lluvias otoñales este año, Toni García corrió las cortinas. La lluvia constituye un doloroso recordatorio de las devastadoras inundaciones del año pasado, que segaron la vida de más de doscientas personas en España, incluyendo a su marido y a su única hija.

“Todo me vuelve a la memoria. Pasar de estar con mi familia a estar completamente sola,” declaró García entre lágrimas en su hogar de Benetusser, en las afueras meridionales de la ciudad portuaria mediterránea de Valencia.

“El 29 de octubre de 2024, muchas familias, incluida la mía, perecieron.”

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No llovía en Benetusser aquel gris martes, pero un “tsunami de cañas y agua” provocado por lluvias torrenciales a kilómetros de distancia irrumpió en su calle.

García observó desde el balcón cómo se aproximaba la riada.

Su marido, Miguel, de 63 años, y su hija, Sara, de 24, enfermera, habían bajado al garaje subterráneo para mover sus coches por si llegaba la lluvia que pronosticaban los medios.

Ambos figuraron entre las 237 personas fallecidas, la mayoría en la provincia de Valencia, en el peor desastre natural en una generación en España.

“Eran mi vida entera. Lucharé por ellos porque murieron injustamente,” afirmó García, criticando al gobierno regional por no alertar a los vecinos a tiempo.

‘Para que la gente recuerde’

Las inundaciones azotaron 78 municipios, arrastrando 130.000 vehículos y dañando millares de viviendas, generando 800.000 toneladas de escombros, principalmente en los alrededores de Valencia, la tercera ciudad más grande de España.

“Nos quedamos solo con lo puesto,” recordó Pedro Allegue, un jubilado de 81 años de Paiporta, uno de los pueblos más afectados, donde murieron 45 personas.

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Obreros derriban un colegio un año después de las destructivas inundaciones en Alfafar, las afueras de Valencia, el 3 de octubre de 2025. (Foto de Thomas COEX / AFP)

Su voz resonaba en las habitaciones vacías de la vivienda de planta baja de la que él y su esposa huyeron por una escalera del patio. Parte de la casa permanece en ruinas.

El denso lodo que cubría el pueblo ha dado paso al rugido de la maquinaria mientras se reconstruyen los hogares.

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Las riadas afectaron a más de 8.000 negocios, algunos de los cuales aún batallan por reabrir, según la confederación empresarial valenciana Confecomerc.

“Perdí seis meses de mi vida, pero he reabierto,” comentó David Parra, de 51 años, en su tienda de trofeos en Paiporta, de la que escapó el día de la riada rompiendo el techo del baño.

Ha colocado en el escaparate los libros y palas utilizados por voluntarios y familiares para retirar el lodo.

“Es para que la gente recuerde,” dijo, sosteniendo una pequeña baldosa que reza: “La riada llegó hasta aquí. Solo el pueblo salva al pueblo.”

‘Difícil seguir adelante’

Miles de voluntarios auxiliaron a los residentes en los días posteriores a la riada, cuando los lugareños se sentían abandonados por las autoridades. Las tensiones estallaron en protestas durante una visita de la familia real española a Paiporta.

A unos tres kilómetros de distancia, en Alfafar, ruidosas máquinas derriban ahora los restos del colegio Orba.

Las inundaciones interrumpieron las clases de más de 48.000 alumnos y dañaron 115 colegios. Ocho centros, incluido el Orba, deben ser reconstruidos, y los estudiantes comenzaron el nuevo curso en aulas prefabricadas.

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“Muchos niños se paralizan o se angustian ante la primera señal de lluvia,” señaló Ana Torres, de 47 años, mientras acompañaba a sus dos hijos a las aulas temporales.

Ella regresó a su casa, dañada por el agua, hace un mes, pero afirma que queda mucho por reconstruir.

“El no poder vivir la vida como antes hace que sea difícil seguir adelante,” declaró.

Rosa Álvarez, Presidenta de la ‘Asociación de Víctimas Mortales DANA 29 de Octubre’ posa con una foto de su padre, quien se ahogó dentro de su vivienda en Catarroja. (Foto por Thomas COEX / AFP)

Protestas

En Catarroja, donde murieron 25 personas, un muro exhibe el mensaje: “20:11. Ni olvido ni perdón”, marcando la hora en que las alertas por inundación llegaron a los móviles de los residentes. Para entonces, ya era demasiado tarde.

“Cuando logré hablar con mi padre a las 19:50, se estaba ahogando,” relató Rosa Álvarez, de 51 años, en la casa de Catarroja donde su padre de 80 años murió tras derribar el agua una de las paredes.

Álvarez, que preside una asociación que representa a las víctimas de las riadas, lucha en los tribunales para que se deprendan responsabilidades por lo que consideran negligencia de las autoridades. Asegura que siente que su padre fue “asesinado” por su inacción.

Los activistas han salido a la calle cada mes, exigiendo la dimisión del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, por su gestión del desastre, con la próxima manifestación programada para el sábado.

Las autoridades autonómicas insisten en que no disponían de la información necesaria para avisar antes a la población.

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“No es solo una herida personal, es una herida que todos compartimos,” afirmó Álvarez. “Tenemos que asegurarnos de que algo así nunca vuelva a suceder.”