Crítica de ‘Wayward’: Toni Collette está absolutamente magnífica en este inquietante thriller sobre adolescentes fugados

¡Qué día tan feliz, cuando solo un idioma en común nos separaba de América, como decía ese genial anciano George Bernard Shaw. Hoy en día, hay bastante más con lo que lidiar. Algo que quizás aún no has detectado, o tal vez está oculto por todas las noticias estridentes, es la multimillonaria "industria de adolescentes problemáticos". De costa a costa, Estados Unidos está lleno de instituciones "terapéuticas" privadas que prometen rehabilitar a adolescentes "difíciles" para convertirlos en miembros civilizados de la sociedad. A menudo son llevados allí por "servicios de escolta", que se llevan a los adolescentes por la noche sin su consentimiento (aunque sí con el de sus padres). "¡Pero eso es casi un secuestro!", pensarás con tu mentalidad británica. Y por eso lucharon por independizarse de nosotros hace tantos años.

Ese es el contexto en el que Mae Martin, comediante y escritore de la impecable comedia Feel Good, ha creado el drama de misterio de ocho capítulos Wayward. (Martin es no binarie y usa los pronombres elle/ell@. Su personaje en Wayward, un policía llamado Alex Dempsey, es un hombre trans. La presencia magnética de Martin, su timing cómico y su ocasional aire de estar poseíde por un patito confundido perduran).

Wayward transcurre en 2003, en parte para evitar los problemas que supondrían los teléfonos inteligentes y en parte para añadir un ambiente excelentemente inquietante. No hay nada más extraño que el pasado reciente. Alex y su esposa embarazada, Laura, se mudan a Tall Pines, Vermont, el pueblo natal de ella, para un nuevo comienzo después de que Alex estuviera involucrado en un tiroteo. No sé si en la vida real funciona regresar al pueblo natal, pero en la televisión el porcentaje de éxito es bajísimo. Y así le pasa a nuestra dulce pareja.

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El pueblo alberga la Academia Tall Pines, un centro dirigido por la extrañísima Evelyn Wade, interpretada magníficamente por Toni Collette, quien combina una austeridad aterradora con un aire siniestro absolutamente fascinante. Ella le da una coherencia al programa que el guión no se gana del todo. Pero creer en Evelyn es creer en todo, y hay que creer en Evelyn. Es como si tu resistencia hubiera sido secuestrada.

Cuando Alex se involucra con un fugitivo de la academia, sus investigaciones sobre el chico y la aceptación absoluta del pueblo hacia el poder de la academia, alimentan sospechas cada vez más oscuras. Estas sospechas aumentan al descubrir que Laura fue una alumna/reclusa en la academia y que Evelyn parece ejercer aún una influencia malsana sobre ella.

Otra trama sigue a dos mejores amigas de Toronto: Leila, que está de luto y experimenta con drogas, y Abbie, más estable. La principal rebelión de Abbie parece ser ser amiga de Leila. Es suficiente para que sus estrictos padres decidan llevarla a la academia. Leila intenta rescatarla y termina también encerrada ahí. El lugar está lleno de un argot sectario, rituales y terapias grupales que se parecen más a sesiones de tortura psicológica que a prácticas de sanación. El abuso físico y psicológico es evidente y hay insinuaciones de abuso sexual por todas partes. El control que Evelyn ejerce sobre sus pupilas y el personal, reclutado de cohortes anteriores, roza lo perverso. Aunque, en última instancia, Wayward nos pide que consideremos el poder de la manipulación malvada sobre personas vulnerables, más que adentrarse en lo oculto.

Wayward es elegante y muy entretenida; es difícil que el adolescente que llevamos dentro pueda apartar la vista de una serie donde tantos adultos horribles reciben su merecido. Pero intenta hacer tantas cosas que no triunfa del todo en ninguna. Se nota que quiere cuestionar la industria de adolescentes problemáticos, a los padres que la usan y a los que se enriquecen con ella. También intenta explorar la naturaleza de la juventud moderna y las nuevas áreas desconocidas que los jóvenes deben navegar solos. Además, intenta ofrecer una trama de misterio satisfactoria, infusionarla con la comedia que le sale natural a Martin y incluir momentos emocionales. Menos hubiera sido más, pero la calidez e inteligencia que Martin aporta como actor y escritor hace que la serie no pueda evitar ganarse al espectador. Tres estrellas se convierten en cuatro, y sin remordimientos.

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Wayward ya está en Netflix.