La cadena Fox y su rotación de comedias animadas dominan cada vez más la lista de los programas de prime time más longevos de la historia. Ya sea el récord absoluto (Los Simpson), una serie de culto cancelada y luego revivida (Padre de familia o Futurama), o un show "nuevo" que ya va por su temporada 16 (Bob’s Burgers), estas series usan su formato atemporal para ser una constante en la vida de sus espectadores y un reflejo de la sociedad estadounidense durante años.
Así que no es raro que King of the Hill, un dibujo animado de Fox de los 90 y 2000, se una a sus hermanos corporativos en Hulu para una temporada 14. Pero, como en su emisión original, sigue siendo un caso distinto dentro de las comedias animadas más estridentes; a veces, por suerte.
Podría decirse que King of the Hill es como Los Simpson pero para el público conservador. En vez de Homer Simpson, creado por el rebelde Matt Groening, está Hank Hill (Mike Judge), un serio vendedor de propano que valora el respeto, la tradición y la decencia. Su esposa Peggy (Kathy Najimy) es la más torpe de los dos, rompiendo los típicos roles de las comedias de la época. Hank lucha por conectar con su hijo Bobby, quien no comparte su actitud estoica. Y, como en Springfield, la trama se desarrolla en Arlen, Texas, un suburbio ficticio pero realista de Dallas.
Judge siempre aclaró que King of the Hill no es una serie política. El conservadurismo de Hank tiene más que ver con su forma de ser que con sus ideas, evitando caer en prejucios. Hank anticipó personajes como Ron Swanson (Parks and Recreation), pero a diferencia de él, Hank siempre se mantiene sensato, con el humor surgiendo de su rigidez. La serie explora cambios sociales desde lo local, usando mucho el término "sentido común".
Por ejemplo, mientras Los Simpson caricaturizó a George H. W. Bush y Beavis y Butt-Head se burló de Bill Clinton, King of the Hill mostró a George W. Bush en un mitin donde Hank pierde fe en él por un apretón de manos decepcionante. El episodio celebra el orgullo de votar, más allá de los resultados. La serie no cambió mucho con Bush u Obama en el poder.
Su formato animado le permitió durar más de una década sin envejecer mucho a los personajes. Era más cercano a una tira cómica que a una serie semanal. Bobby seguía en la preadolescencia años después, y los detalles del mundo real se ajustaban según conveniencia.
La nueva temporada da un salto en el tiempo: Bobby ya es adulto, Hank y Peggy vuelven de años trabajando en Arabia Saudita. Esto genera nuevos conflictos, como Hank adaptándose a la modernidad, aunque a veces parece una forma de evitar hablar de Trump y la derechización del conservadurismo.
Sin embargo, la temporada refleja la era Biden, superando los choques culturales de Trump y la pandemia. Gags como Dale ganando las elecciones en Arlen durante el COVID o Bill volviéndose ermitaño son divertidos y catárticos. Es tierno ver a Hank horrorizado por un grupo de derechos masculinos que culpa a las mujeres de todo.
Aunque evita lo polémico, la serie trata estos temas como meras excentricidades generacionales. No busca ser progresista, solo hacer reír, y evita convertir a Arlen en un campo de batalla política. Pero también protege la imagen de Hank: su conservadurismo parece sensato al no mezclarse con figuras radicales.
Hank no necesita este trato especial; la serie siempre disfrutó de su incomodidad. La nueva temporada, aunque buena, lo coloca en un espacio seguro. No es culpa del show, pero a veces cuesta distinguir entre humanismo comprensivo y dejar que todos salgan bien librados.
