Compartiendo varias historias cortas e impactantes sobre el afeitado…

Compartiendo varias historias cortas y impactantes sobre el afeitado…

El acto (o arte, si prefieres) de afeitarse es algo que la mayoría de los hombres realiza al menos un par de veces por semana. Al mirar fotos antiguas, podrías pensar que el afeitado es un fenómeno moderno, pero no es así, queridos lectores: los hombres llevan miles de años eliminando el vello de sus rostros.

Desde temprana edad, el afeitado nos fascina. Uno de mis recuerdos más antiguos es el de mi padre afeitándose con un recipiente de agua cerca de la ventana de la cocina, ¡para tener mejor luz! Mi hermano Willie y yo imitábamos la mueca que hacía al torcer la boca para aprovechar al máximo su hoja de afeitar Mack’s Smile.

Casi siempre, la hoja estaba demasiado gastada para dar un buen resultado, y, por supuesto, era culpa de nuestra madre por olvidar comprar hojas nuevas. Para entonces, la cara de papá ya estaría llena de pequeños cortes causados por la cuchilla desafilada.

¡Pequeños trozos de periódico pegados en su rostro intentaban contener la sangre! A nosotros nos resultaba gracioso, ¡pero reírse estaba totalmente prohibido!

Cuando tenía unos 10 años, una joven amiga de la familia le regaló a papá un estuche de afeitado nuevo: un neceser de cuero, una pastilla de jabón, una brillante navaja y un frasquito de no-sé-qué-agua que no era bendita. La chica lo había comprado para su novio, pero la relación terminó antes de poder entregárselo, así que no soportaba tener esos artículos en casa.

Papá no era de cosas sofisticadas y, con el tiempo, mamá me lo dio a mí, diciéndome que lo guardara hasta que empezara a afeitarme… y así lo hice.

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A los 15, trabajaba en el Merlehan’s Pub de Delvin, un chico de rostro aniñado con poco vello facial, salvo un ligero bozo sobre el labio superior. En casa de Fay almorzaba bien cada día.

Un día, Tom “Star” Fay se afeitaba con una máquina eléctrica (la primera vez que veía una, ¡y me fascinó!) y, para no alargarme, terminó afeitándome a mí también. Su esposa May lo regañó: “¿No podrías dejar al chico en paz?”, pero yo estaba encantado, ¡pensando que eso estimularía el crecimiento del vello!

En aquella época, para ir a los bailes había que estar completamente afeitado. Las chicas odiaban la “irritación de la barba”. ¿Existe esa irritación hoy en día… o era solo otra excusa para mantenerme a distancia?

Otra historia sangrienta fue cuando mi hijo Ian agarró mi navaja y, supongo que como hice yo con mi padre, imitó el proceso y se llevó un trozo en forma de V del labio. Mrs. Youcantbeserious y su abuela lo llevaron al médico, mientras yo limpiaba la sangre y escondía la cuchilla. Aunque eso nunca lo calló.

Mi tío Paddy se mantuvo fiel a su vieja maquinilla de afeitar y se afeitaba los sábados por la noche o cuando había un funeral o misa. Ya octogenario, con problemas de salud y manos temblorosas, su rostro parecía un pequeño erial.

Le compré una afeitadora eléctrica, pero no se atrevía a usarla. “Puedes afeitarme tú”, me dijo. No podía creer el resultado. Se quedó mirándose al espejo, acariciándose la barbilla.

El problema fue que luego no dejaba que nadie más le tocara la cara ni la maquinilla. En esa época, viajaba mucho a España, y si me ausentaba tres semanas, Paddy acumulaba tres semanas de barba para que yo la eliminara.

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Nunca fui de barba, aunque en álbunes viejos aparezco con melena negra y algo larga. Solo me dejé una barba durante el encierro por Covid. Tres meses de crecimiento, una verdadera obra de arte. Quizá ya he compartido esa foto, pero nunca es demasiado, así que pediremos al editor que la publique otra vez.

Esta semana nos centramos solo en el afeitado masculino. La próxima, profundizaremos en los hábitos de las Gorls (¡Es broma, Ed…!).

No olviden:

¿Por qué siempre le dicen a las chicas lo bonito que tienen el pelo, pero a los chicos solo se lo mencionan cuando ya no les queda ninguno?