Ola de calor en Europa provoca evacuaciones

Las llamas devoran el sotobosque mientras Europa enfrenta incendios récord. Crédito: toa55 de akaratwimages vía Canva.com

Desde las islas griegas hasta los bosques alemanes, el continente sucumbe ante una crisis climática sin precedentes, con temperaturas que han alcanzado máximos históricos y miles de personas obligadas a huir de los incendios. Es un bloqueo atmosférico total: el calor no solo se posa sobre Europa como una tapa de cristal, sino que atrapa el aire, sofoca los paisajes y pone a prueba infraestructuras, sistemas sanitarios y la capacidad política de reacción. En Creta, pueblos enteros fueron evacuados en cuestión de horas mientras el fuego avanzaba por terrenos resecos. En Verona, cantantes de ópera se desmayaron en pleno espectáculo. En Portugal, los 46.6°C marcaron un junio sin igual. Aunque estos eventos ocurren en lugares distantes, las señales comienzan a converger. Son alarmantes precisamente por su dispersión geográfica, pero el patrón es innegable. Este verano es distinto.

Se ha establecido una nueva normalidad, donde los extremos naturales se mezclan con décadas de aceleración humana. El calor ya no es una visita pasajera; se instala y permanece. ¿Qué está ocurriendo? ¿Cómo está Europa afrontando esta realidad y redefiniendo la forma en que vivimos, viajamos y trabajamos en el continente?

Los incendios del sur

El 2 de julio de 2025, densas columnas de humo envolvieron las colinas. Para el mediodía, las laderas cercanas a Ierapetra ardían. Alertas en móviles advirtieron a residentes de pueblos como Achlia y Agia Fotia: más de 1,500 personas tuvieron que evacuar con urgencia.

Ese mismo día, un segundo incendio estalló en Halkidiki, al norte de Grecia, obligando a los equipos de emergencia a actuar bajo condiciones extremas de calor y viento. En Turquía, al este de Esmirna, las llamas avanzaron más rápido que la capacidad de reacción humana, dejando barrios enteros en cenizas.

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En Grecia, más de 230 bomberos combatían las llamas, apoyados por 50 vehículos y helicópteros. Una respuesta de esa magnitud suele darse hacia finales del verano, no en julio. Al norte, la región alemana de Sajonia declaró emergencia local tras perder parte de la reserva natural de Gohrischheide.

El 30 de junio, un incendio en Sajonia dejó dos heridos y forzó a más de 100 personas a abandonar sus hogares. Mientras, el sur de Francia lidiaba con su propia ola de fuego: llamas menores pero devastadoras arrasaron campos y olivares en Provenza, dejando tierra carbonizada.

Récords de temperatura y víctimas

A inicios de julio, los termómetros se dispararon. Mora, en Portugal, registró 46.6°C, la temperatura más alta jamás medida en junio. En España, Lleida alcanzó 42°C, activando alertas en Cataluña, Andalucía y zonas de Castilla-La Mancha.

Las consecuencias fueron inmediatas —y en algunos casos, mortales.
Un niño de dos años falleció en La Rioja tras ser olvidado en un coche estacionado. En Versalles, una turista estadounidense colapsó por insolación. Italia reportó cinco muertes vinculadas al calor, incluyendo un anciano en Apulia y un trabajador vitivinícola que perdió la vida cerca de Parma.

En Burdeos y Toulouse, los servicios de emergencia colapsaron el 29 de junio ante llamadas por desmayos y crisis cardíacas. La mayoría ocurrieron en las horas más calurosas.

Italia prohibió el trabajo al aire libre al mediodía en zonas de riesgo. Francia cerró escuelas en el sur. Se dibuja así una brecha: quienes pueden escapar del calor y quienes deben soportarlo.

Sequía, ríos secos y calor extremo

Para el 1 de julio, el calor había vaciado embalses, reducido la producción hidroeléctrica y desencadenado graves consecuencias ambientales.

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En Albania, ríos que generaban un tercio de la electricidad del país quedaron reducidos a hilos de agua. El Drin, vital para agricultura y energía, alcanzó mínimos históricos, obligando al gobierno a importar 60 millones de euros en electricidad solo en junio.

El estrés hídrico agrava un ciclo del agua ya frágil, lastrado por infraestructuras obsoletas y lluvias irregulares. Croacia, Bosnia y Herzegovina reportaron niveles mínimos en lagos a finales de junio, con ecologistas advirtiendo cambios irreversibles si el calor persiste hasta agosto.

El 29 de junio, la temperatura del mar entre Sicilia y Baleares era de 28°C, casi 4°C por encima del promedio. Pescadores de Valencia a Split notan capturas más escasas y especies que migran a profundidades inalcanzables. Son efectos de un calor que antes solo aparecía en agosto, y aún así, rara vez.

¿Cómo se adapta Europa?

El verano de 2025 no es el primero en traer caos, pero quizá sea el primero donde el caos se vuelva rutina. En Italia, la prohibición laboral al mediodía se repite cada año. En Francia, salas de frescura y nebulizadores públicos ya son parte de la planificación urbana. España publicó sus primeras guías sanitarias sobre salud mental y calor.

Esto reconoce no solo riesgos físicos, sino también desorientación, insomnio y agitación por exposición prolongada. Sin embargo, estas medidas son dispersas, reactivas y mayormente urbanas.

Bomberos rurales en Grecia siguen operando con equipos obsoletos. Redes de transporte en Polonia y Rumanía sufren fallos por dilatación térmica. Los trabajadores migrantes, los menos protegidos, quedan excluidos de las reformas laborales.

Mientras, la Organización Meteorológica Mundial advirtió el 2 de julio: los eventos de calor extremo en Europa no solo aumentarán en frecuencia, sino que duplicarán su duración para 2030, incluso con medidas de mitigación.

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