Reseña de The Waterfront: Un Dawson’s Creek para adultos, el sinsentido perfecto del verano | Televisión y radio

¿Echas de menos Dawson’s Creek ahora que ya eres adulto? Kevin Williamson te entiende. Y ha reinventado su historia de finales de los 90/inicios de los 2000 sobre una comunidad unida alrededor de una zona acuática, pero ahora para un público adulto. No adulto-adulto, ya sabes – hablamos de tráfico de drogas y un imperio familiar en decadencia, no de escenas picantes – pero los ingredientes principales de su primer éxito televisivo están todos aquí. Osea, mucho drama y personajes poco desarrollados para que la trama avance rápido y nadie tenga tiempo de decir: “¡Esperen, chicos, esto no me lo creo ni un poco!” Los que vimos a varias chicas elegir a Dawson en vez de Pacey solo estamos aquí por la parte de “drama creíble” que no existe.

Los Buckley y su flota han dominado por mucho tiempo el pequeño pueblo pesquero de Havenport, Carolina del Norte. Son ricos y problemáticos. Más lo segundo que lo primero, porque el negocio va mal, el poderoso patriarca Harlan (Holt McCallany, carismático pero sin gracia) sufrió dos infartos y dejó a su hijo incompetente, Cane (Jake Weary, sin carisma y aburrido), a cargo. Cane decidió que lo mejor era traficar drogas por montones de dinero para un mafioso llamado Owen. Pero la cosa empieza mal: unos hombres armados matan a su equipo y el cargamento de Owen, valorado en 10 millones, desaparece. Cane le pide a su prima Lynette (Bethany DeZelle), que trabaja en algo como el equivalente náutico del DMV, que falsifique papeles para decir que vendió el barco asesino hace tres meses. Seguro que ese plan es infalible y nada saldrá mal.

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La DEA aparece, pero la familia está tan metida en sus peleas internas que casi no se dan cuenta. Harlan vuelve a la oficina para darle una paliza a Cane y decirle que el error no es traficar drogas, sino no traficar suficiente. Que hay que cortar intermediarios y controlar la cadena de suministro. Claaaro, abuelo cascarrabias.

La madre de Cane, Belle (Maria Bello), negocia en secreto la venta de un terreno de los Buckley a un constructor. ¡Pero! Esa tierra es sagrada para Harlan por su difunta madre, y no se va a poner contento cuando se entere. ¡Y! El constructor también quiere desarrollar a Belle, si me entiendes. Ella está considerando la oferta.

¡Mientras tanto! Bree (Melissa Benoist, de Supergirl, volando aquí también – metafóricamente – y, como Bello, mejorando la serie en cada escena), hermana de Cane, consigue trabajo en el bar familiar tras rehabilitarse de su adicción al alcohol y pastillas. Quiere volver a trabajar, pero los Buckley no creen que esté lista. Además, perdió la custodia de su hijo, Diller (Brady Hepner), que ahora está con su ex-marido, y intenta reconectar con él en sus visitas de fin de semana. Lástima que Diller no le perdona sus errores – empezando por ponerle “Diller” – y el progreso es lento. Harlan le da trabajo a Diller en el restaurante, lo que pone a Bree en riesgo constante de violar la orden de alejamiento que tiene que mantenerla a 300 pies de distancia de cualquiera a quien haya dañado… incluso con nombres horribles desde su infancia. Vamos, un problemón.

¡Y otra cosa! Además de la deuda millonaria, Cane sufre por el regreso de su primer amor/ex-novia/alma gemela, una morena muy distinta a su esposa y también casada. Su esposa se llama Peyton (Danielle Campbell) y la ex, Jenna (Humberly González). No hay mucho más que decir de ellas.

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Los giros y revelaciones no paran. ¡Nunca adivinarás con quién sale Bree a escondidas, o dónde se conocieron! ¡Ni qué personaje secundario resulta ser un traidor clave en toda esta locura! ¡Ni lo eficaz y poco inspirado que es el guión! ¡Ni los temas que menciona de pasada para que no sientas que pierdes el tiempo! ¿Masculinidad tóxica, trauma generacional, la relación padre-hijo, diferencias de clase y los problemas del 1% en la costa? Ah, sí, eso sí lo adivinas – ¡bien hecho!

En fin. Es un entretenimiento veraniego sin pretensiones – espero – de ser otra cosa. Métete en el creek para adultos y disfruta del absurdo mientras las olas del ridículo llegan a la orilla.