Los adolescentes enganchados a las pantallas tienen el doble de probabilidades de suicidarse

El uso compulsivo del móvil es la señal de alarma en adolescentes | Créditos: Shutterstock

Los adolescentes enganchados a las pantallas—no solo pegados al móvil, sino verdaderamente incapaces de parar—tienen el doble de probabilidades de contemplar o intentar el suicidio, según un estudio de cuatro años con más de 4.000 jóvenes, informó The Guardian.

No se trata de cuántas horas pasan scrolleando o jugando, sino de si han caído en un uso adictivo y compulsivo que interfiere con el sueño, los estudios, el ejercicio o la vida social. Esas señales fueron claras en la investigación, donde aproximadamente uno de cada tres jóvenes mostró patrones de uso cada vez más adictivos.

Los datos son contundentes: casi la mitad de los analizados presentó un uso altamente adictivo del móvil desde el principio, manteniéndose así con el tiempo. Otro 25% desarrolló hábitos progresivamente más adictivos. En redes sociales, el 41% siguió una trayectoria de alta adicción. ¿Y los videojuegos? Más del 40% también cayó en una dinámica de dependencia.

Pertencer a estos grupos de alto riesgo multiplica por dos o tres las probabilidades de pensamientos o conductas suicidas—y eso sin contar la ansiedad, depresión o agresividad. Lo más llamativo: el tiempo de pantalla no predice mala salud mental; la compulsión, sí.

Prohibir el móvil no basta

La Dra. Yunyu Xiao, líder del estudio en Weill Cornell, aclara: «El debate sobre móviles y redes se ha centrado en limitar o prohibir su uso, pero nuestros resultados indican que hay factores más complejos». No aboga por prohibir, sino por brindar el mismo apoyo que con otras adicciones—señales de alerta, intervenciones y estrategias, no solo límites horarios.

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«Probando intervenciones eficaces contra otras adicciones, podríamos abordar este tipo de consumo digital», añadió.

Las implicaciones son graves: gobiernos buscan cómo proteger a los jóvenes, los equipos de salud mental están saturados, las escuelas lidian con alumnos incapaces de desconectar, y muchos padres optan por confiscar dispositivos sin tratar el problema de fondo.

No hay soluciones fáciles. Xiao advierte que medidas tibias—como quitar el móvil solo por la noche—pueden empeorar la obsesión: los jóvenes se escabullen para usarlo, aumenta la ansiedad y la compulsión.

La falta de autocontrol alimenta conductas suicidas

La profesora Amy Orben (Cambridge) agrega un matiz crucial: el estudio no prueba que la adicción a las pantallas cause enfermedades mentales. Podría ser que la impulsividad o falta de autocontrol impulse tanto el uso adictivo como las conductas suicidas. Pero insiste: lo clave es cómo usan la tecnología y cómo les afecta.

Y eso importa, porque la cantidad de jóvenes con uso compulsivo no es insignificante. No son casos aislados, sino adolescentes cuya vida se ve socavada por una adicción invisible, oculta tras el scrolling, los juegos y los chats.

La solución parece obvia: enseñar a jóvenes, padres y profesores a detectar señales de adicción, no solo a controlar el tiempo. Hacen falta ayuda accesible, intervenciones tempranas, financiación y políticas basadas en evidencia, no en modas. Comunidades que no culpen, sino que comprendan y apoyen.

La compulsión es la señal

Las empresas tecnológicas tampoco pueden eludir responsabilidad: sus diseños están optimizados para captar atención. Esa ventaja necesita frenos. Las pantallas no son malas por sí mismas; los diseños adictivos, sí—un problema social cuyas consecuencias estamos empezando a sufrir.

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Orben destacó: «El estudio subraya que el porqué y cómo los jóvenes usan la tecnología, y cómo perciben que les afecta, importa más que el tiempo en línea». Y añadió: «Como quienes reportan estos problemas no son pocos, debemos tomárnoslos en serio».

Si tu adolescente muestra angustia al estar desconectado o depende de notificaciones con un ánimo cada vez peor, el mensaje es claro: la compulsión es la alerta, no el uso pasivo. Esa es la conducta que debemos identificar y abordar—con rapidez, humanidad e inteligencia.

No esperemos a la próxima tragedia. Escuchemos lo que estos jóvenes nos dicen y ofrezcamos soluciones que traten la adicción, no solo el síntoma.