El encanto fugaz de ‘Bonjour Tristesse’ – OutLoud! Cultura

En la brumosa Riviera francesa, Bonjour Tristesse, dirigida por Durga Chew-Bose, intenta reimaginar la icónica novela de Françoise Sagan y la película de Otto Preminger de 1958 con una mirada moderna. La historia sigue a Cécile (Lily McInerny), una joven despreocupada que se deleita en el lujo indolente de una villa de verano junto a su padre viudo, Raymond (Claes Bang), y su amante despreocupada, Elsa (Nathalie Richard). Su burbuja idílica se ve interrumpida por la llegada de Anne (Chloë Sevigny), una figura serena y enigmática cuya presencia desenreda el delicado equilibrio de su mundo.

Desde sus primeros fotogramas, Bonjour Tristesse lanza un hechizo seductor. El director de fotografía Gregory Oke baña la pantalla en tonos dorados, capturando la belleza del sur de Francia con una calidad casi táctil. La villa, con sus terrazas iluminadas por el sol y su reluciente piscina, se siente como un personaje en sí misma. Sin embargo, este esplendor visual a veces opaca la historia, ya que la película prioriza el estado de ánimo sobre el impulso.

La interpretación de Lily McInerny como Cécile es el corazón palpitante de la película. Ella impregna al personaje con una mezcla de ingenuidad juvenil y conciencia incipiente, navegando entre las líneas borrosas entre la inocencia y la manipulación con destreza. Los ojos expresivos y la sutil fisicalidad de McInerny transmiten el tormento interno de Cécile mientras lucha con la intrusión de Anne en las afectos de su padre y su propio lugar en su familia poco convencional.

Chloë Sevigny, como Anne, aporta su intensidad característica al papel. La llegada de Anne interrumpe el ritmo despreocupado de la villa, su sofisticación chocando con la energía impulsiva de Cécile y Raymond. Sevigny sobresale en momentos de contención tranquila, su mirada firme insinuando profundidades de emoción bajo su exterior pulido. Sin embargo, el guion no explora completamente las motivaciones de Anne, dejando su personaje sintiéndose más como un catalizador de conflicto que como una figura totalmente realizada.

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En comparación con la adaptación de Preminger en 1958, que equilibraba su melodrama con aguda crítica social, esta versión se siente menos incisiva. La visión de Chew-Bose, aunque visualmente impresionante, se inclina demasiado hacia la estética, sacrificando el ingenio mordaz y la inquietud existencial que hicieron de la novela de Sagan un clásico.

A pesar de sus defectos, Bonjour Tristesse no carece de mérito. La química entre McInerny y Sevigny chisporrotea con tensión, y el acto final de la película, aunque desigual, ofrece momentos de poder emocional crudo. Para los fanáticos de la novela o la película original, esta adaptación puede sentirse como un espejismo iluminado por el sol, sin embargo, para aquellos dispuestos a entregarse a su ambiente soñador, ofrece suficientes placeres fugaces para justificar verla.

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